Cachondeo y patrimonio
i en sólo dos corridas de la naciente temporada grande en el Cecetla (Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje), conocido todavía como Monumental Plaza de Toros México, se ha cortado la friolera de ocho orejas y un rabo (de 34 apéndices posibles); han desfilado 17 reses, la mayoría mansas, nueve anovilladas de San Isidro y ocho apenas decorosamente presentadas de Marrón; se han regalado cuatro toros y se ha devuelto uno, las posibilidades de que continúe este tipo de apoteosis son ilimitadas.
Pero con todo y las orejas, las faenas memorables, los arrastres lentos y la euforia colectiva en la sede del Cecetla, los aficionados optimistas –no los escépticos que sostenemos que la fiesta de toros es reflejo del ánimo colectivo donde está inmersa– van a batallar en serio si de verdad quieren que la Unesco les reconozca este cachondeo como patrimonio cultural inmaterial de México.
Porque una cosa es conservar y nutrir tradiciones con espíritu de participación colectiva y otro, muy diferente, defender la pobre oferta de señores feudales que se apoderaron de la fiesta de los toros y la utilizan como terapia ocupacional, pantalla fiscal, pasarela de vanidades o pasatiempo de espaldas a la esencia de esa tradición y a una pasmada comunidad.
¿Y cuál es la esencia de la tauromaquia? Contratar figuras para que toreen bonito novillones mansos y mochos, no. Servir de colorido escenario a poderosos del sector público y de la iniciativa privada, no. Expresión para que antitaurinos y diputados la quieran abolir, no. Oportunidad de nostalgia en aficionados que cada año van a España a ver la fiesta en serio, tampoco.
La esencia de la tauromaquia es la bravura en reses con sus astas íntegras y con el trapío que dan la edad y la buena crianza. Lo demás es sólo aproximación irrespetuosa a la dignidad animal del toro de lidia, a la dignidad humana de toreros y público y al auténtico patrimonio cultural que entraña la fiesta que, al paso que va en este país, no tarda en convertirse en fiesta breve por la falta de bravura.
A Jesús Ortega, ex dirigente nacional del PRD, actual líder de Demócratas de Izquierda y aficionado al arte de Cúchares, más por su origen aguascalentense que por su perspicacia taurina, le oí decir en la corrida inaugural de la temporada en el Cecetla: Cuando viene Ponce se llena la plaza
. Aunque fuera cierto, esa tampoco es la esencia de la fiesta.