Sábado 26 de noviembre de 2011, p. a20
A sus 65 años de edad, un gran maestro, artista de culto, publica su primer disco.
Al escucharlo, uno vive la experiencia de estar dentro de una película de David Lynch.
No sorprende demasiado que esta gran vaca sagrada haya decidido destaparse como músico. Cuando hizo lo propio, hace pocos meses, el actor Hugh Laurie, muchos se llamaron a sorpresa, a pesar de que en muchos capítulos de Doctor House ha dado muestras palpables de su extraordinario talento musical.
Algo similar sucede con David Lynch, porque no hay película suya donde la música deje de ser uno de sus personajes, que determina, además, la atmósfera unitaria de sus filmes fragmentarios, válgase la aporía, porque esa estructura onírica que constituye su gramática cinematográfica tiene la virtud de la unidad en la aparente dispersión, como en los sueños.
Por cierto: ¿sueña usted, lector, en color o en blanco y negro?, ¿hay música en esos sueños?
Crazy clown time se titula el disco e inicia precisamente con un sueño: Pinky’s dream. Canta una invitada de lujo: karen o (así está escrito su nombre en los créditos del disco, con minúsculas), la vocalista de los Yeah Yeah Yeahs, esa chingona banda neoyorquina.
Canta karen o en los colores que determinarán el disco entero: tonos altos púrpura, naranja, rosa, como el rosa de la aurora que es igual al del ocaso que es igual al Sueño de Pinky.
Latidos cordiales se agolpan mientras una guitarra desgarra velos en penumbras. Lamentaciones eléctricas, brillos en neón, brillantes oropéndolas, juego de abalorios. He aquí la atmósfera de un filme de David Lynch, sonando y contando sueños, viviendo en sueños.
El segundo track, Good day today, al igual que el sexto, I know, se convirtieron en emblemas de este disco, que a su vez produjo otro, cuya portada reproducimos arriba a la derecha en esta página impresa y que consiste, el segundo disco, en una repetición ad libitum (válgase como un antónimo de ad nauseum, porque nunca hostiga, cansa, aburre, ¿o es que a alguien le aburre soñar?) de las cantinelas respectivas de ambas piezas, retrabajadas (remix) remezcladas, glosadas, por distintos Dj.
Eso, este disco contiene la savia que alimenta a todo DJ: el placer de hacer sonar música que hace a los demás moverse de placer.
La labor del maestro David Lynch se concentra en los teclados, en la guitarra y en cantar disfrazado, es decir, su voz distorsionada, robotizada, lobotomizada.
Como en la canción que da nombre al disco: Es el momento del payaso orate (Crazy clown time), donde enarbola la dramaturgia de lo repetitivo con un discurso tan bizarro como muchos momentos de sus filmes (crazy film time): Molly tiene su camiseta bien rasgada/ Susy de plano se quitó la camiseta/ y derramó sobre su piel el vaso de cerveza/ y todos nos pusimos a correr alrededor del patio/ qué divertido es el momento del payaso orate
; o en el track 5, se ubica en la perplejidad de un partido de futbol, con cruenta ironía; o en la cúspide de su verosimilitud voltaica, con la voz distorsionada en el corte número 7, cuyo título lo dice todo: Pensamientos raros e improductivos, frase repetida y repetida y repetida en acompasado diapasón, recitativo, sobre un beat electrónico hipnotizante.
De manera que el maestro David Lynch ha transitado de extraordinario hacedor de música en sus filmes, con la complicidad del genial Angelo Badalamenti, ese gran mago de las bandas sonoras de sus películas, a la condición de protagonista, hacedor de su propia música.
Escuchar durante dos semanas Crazy clown time mantiene al Disquero en circunvoluciones cerebrales de sueño en vigilia: danzan luces naranja, púrpura y rosa en torno a la epidermis de bailarinas en la semipenumbra recortada por el neón, mientras la raya de en medio de la supercarretera avanza, avanza, avanza, se curva y se curva y sigue su avance y ofrece un mentís gentil a la frase de John Lennon:
El sueño no ha terminado.