n el terreno de la política partidista las cosas parecen aclararse.
En la izquierda se mantiene una precaria unidad en las cúpulas en un proceso que sale terso gracias al acuerdo entre AMLO y Ebrard. Este último demuestra con elegancia y convicción por qué muchos pensamos que era el mejor candidato de las izquierdas.
AMLO, un candidato presidencial en campaña desde hace seis años, nunca ha propuesto un programa radical como se le ha endilgado desde muchos medios de comunicación. Pero en política los símbolos son decisivos y esos símbolos lo hacían ver como un candidato radical. Ahora ha echado mano de símbolos para colocarse como lo que es, un candidato que aspira a cubrir el espacio de la centro-izquierda. A ello seguirá, espero, un replanteamiento de la estrategia política de la izquierda partidista. En esta perspectiva conviene leer el excelente libro elaborado por Alejandro Encinas Nájera, La transición interrumpida (2011, Fundlocal), quien de manera metódica desentraña tanto la impúdica campaña seguida desde Los Pinos contra AMLO como los mismos errores de la izquierda.
En el PRI también alcanzaron la unidad desde las cúpulas gracias sobre todo a la excepcional habilidad política del senador Beltrones. Su mensaje con el cual declina competir en las elecciones internas del PRI señala casi todas las razones de peso para su declinación: el pequeño margen con el que gana el PRI en Michoacán y el acuerdo de unidad alcanzado por las izquierdas partidistas. El tercer factor no mencionado, pero clave, es la creciente impaciencia del bloque de Peña Nieto por proclamarlo como candidato de unidad. El interesante artículo de Soledad Loaeza el jueves pasado en este diario pone el acento en lo que será la principal debilidad del PRI en su campaña presidencial: su arrogancia y su convicción en la inevitabilidad de su triunfo.
En el PAN las cosas aparecen menos claras dado que ahí parece que sí habrá elecciones internas. Ya veremos si efectivamente el PAN es el único partido que tolera la competencia interna sin socavar su unidad.
Pero la forma como se han resuelto las candidaturas presidenciales en dos de los tres partidos principales nos muestra mucho del enorme deterioro de ambos como para no poder tolerar el mínimo debate interno sin socavar su pretendida unidad. Unidad que por lo demás habrá de probarse no tanto en las fotos de notables o en las cargadas de adeptos sino entre los operadores políticos y en lo que constituye el núcleo duro de cada partido.
El otro ingrediente clave para estas elecciones desde la perspectiva partidista es que existen ya dos coaliciones. En ambos casos los pequeños partidos han optado por aliarse. En el caso de la izquierda lo que era evidente es que tanto el PT como el ex Convergencia había condicionado su alianza a que el candidato fuera AMLO. Sin duda eso y la fecha de registro de las alianzas electorales que vencía a mediados de noviembre contribuyeron a prefigurar un resultado.
Algunos analistas se preguntan por qué el PRI con la amplia ventaja que le dan las encuestas aceptó aliarse con impresentables como el Partido Verde o el partido de la maestra. Veo dos razones. Una porque para cierto electorado no son tan impresentables. Otro y más importante porque así evitaron la posibilidad de que se aliaran al PAN.
Ambos candidatos triunfantes del PRI y del PRD han elaborado su estrategia buscando primero asegurarse la unidad de su núcleo duro y segundo partiendo del supuesto de una elección tipo plebiscitaria como las de 2000 y 2006, pero donde se desplome la candidatura panista.
Estos cálculos se vendrán abajo si al PAN le sale bien sus elecciones internas, a pesar de la carga que hoy representa ser el partido en el gobierno. En este caso estaríamos en presencia de unas elecciones entre tres candidatos fuertes, lo cual impactaría fuertemente las estrategias del PRI y del PRD.
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