a tensión entre rebeldía y sometimiento ha pautado la historia del movimiento campesino mexicano, dice Armando Bartra. En el forcejeo por romper las ataduras del control estatal o sujetarse a él se ha formado su liderazgo. Los dirigentes rurales que a lo largo de toda su vida han mantenido su independencia son muy pocos. Rafael Jacobo García fue uno de ellos.
Desde hace décadas el interlocutor natural de las dirigencias de las organizaciones campesinas en la lucha por la tierra, la gestión asociada a la producción y los servicios es el Estado. Un dirigente campesino tiene peso si posee derecho de picaporte
con los funcionarios del sector agropecuario y los gobernadores, y si esas relaciones políticas se traducen en soluciones a sus agremiados.
La inmensa mayoría de las centrales campesinas dependen para su funcionamiento de los recursos económicos que logran negociar con los poderes. El centro de su acción reivindicatoria gira en torno al Estado.
A lo largo de toda su vida, Rafael Jacobo García supo negociar con las administraciones en turno sin ser cooptado por ellas. Nació en 1929 en el ejido La Goma, en Lerdo de Durango. Heredero de una larga tradición de lucha campesina de La Laguna, se formó políticamente en las filas de lo que sería la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos (CIOAC) y del Partido Comunista Mexicano (PCM).
Hijo de una familia campesina que luchó en las filas de la División del Norte, fue un extraordinario organizador, a pesar de que estudió solamente hasta el segundo año de primaria. Durante su vida como agrarista radical y comunista se metió hasta las comunidades más remotas para animar la lucha campesina. Hombre modesto, respetado por sus compañeros, con profundo sentido de la injusticia, fue conocido en el movimiento campesino por su vocación unitaria.
Jacobo García repartió 10 millones de hectáreas, muchas de buena calidad. Trabajó, además, para promover el acceso de los labriegos a los programas federales. Todavía en marzo de este año, después de ser detenido y encarcelado en mayo de 2008, consiguió que un grupo de hombres del campo de Pánuco, Veracruz, fuera dotado con 830 hectáreas. En su honor, los campesinos bautizaron el ejido con el nombre de su dirigente.
En 1962 fundó, junto con Ramón Danzós Palomino, la llamada CCI Roja. En octubre de 1975, al calor del ascenso de la lucha campesina por la tierra, fue uno de los fundadores de la CIOAC. En abril de 1979 participó en el intento por registrar un sindicato nacional de obreros agrícolas, a lo que las autoridades se negaron. En 1981 promovió la formación de una unión nacional de crédito, que, a pesar de algunos éxitos locales, terminó naufragando como instrumento financiero al servicio de los campesinos.
Enfrentado a una parte de la CIOAC por los manejos de la unión de crédito y por la decisión de participar en el programa de finiquito agrario, Rafael Jacobo se separó en mayo de 1996 de ella y dio vida a la CIOAC Democrática. Dos años y medio más tarde, en diciembre de 1998, constituyó la Central de Organizaciones Campesinos y Populares (Cocyp), de la que fue presidente.
Militante comunista, acompañó a su partido en los distintos proyectos políticos unitarios a los que éste apostó. Fue integrante del comité central del Partido Socialista Unificado de México y diputado federal en la 56 Legislatura. Se solidarizó con la lucha del EZLN y exigió el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés.
El líder campesino estuvo preso en varias ocasiones. En abril de 1965 las oficinas de la CCI en el Distrito Federal fueron allanadas por la policía. Varios dirigentes, entre ellos Rafael Jacobo García, fueron trasladados al Campo Militar número uno. Los estudiantes de la ciudad de México habían organizado una manifestación en apoyo de Vietnam y Díaz Ordaz vio en ella una conjura. Fueron acusados por delitos de subversión y complot contra el gobierno. Finalmente, poco tiempo después, fueron dejados en libertad.
En 1969 fue detenido en Zacatecas por su participación en la lucha estudiantil-popular de 1968. Estuvo preso más de tres años. Sus compañeros en Lecumberri lo recuerdan como un héroe por haber salvado varias vidas. Como escribió Jorge Melendez: Una noche un grupo de presos comunes, alentados por el director del penal, Arcaute Franco, se lanzó a agredir a los encarcelados por sus ideas con el objeto romper una huelga de hambre. Cuando los vio venir rumbo a su crujía, Jacobo, hombre fornido y decidido, cerró con sus brazos la puerta. Recibió decenas de puñaladas, incluso una en el hígado; fue dado por muerto, pero afortunadamente vivió
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Jacobo se opuso a las contrarreformas al artículo 27 constitucional. Según él, aún había muchas tierras que repartir en manos privadas con certificados o bajo simulación. “Con las reformas al 27 –dijo–, la tierra y su forma de propiedad dominantes, así como los campesinos que la trabajan, tienden a entrar en un proceso de destrucción que inevitablemente lleva a desaparecerlos.” Objetó, también, la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y el finiquito agrario.
En 2003 rechazó suscribir el Acuerdo Nacional para el Campo. Calificó de demagógico el contenido del documento y señaló que su firma era una traición al campo mexicano, pues ratificaba la política neoliberal que había excluido a los campesinos del desarrollo nacional y confirmaba la negativa del gobierno a revisar el TLCAN y el artículo 27, además de mantener la política de privatización de la tierra, el exterminio del ejido y la comunidad.
Hasta su muerte, el pasado 13 de noviembre, Rafael Jacobo García fue un dirigente campesino con buena reputación entre sus compañeros; un agrarista radical y un comunista congruente. No hay hoy día demasiados líderes rurales de los que se pueda decir lo mismo.