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Paréntesis: el siglo del Pacífico
S

e ha convertido en un lugar común denominar al XXI el siglo del Pacífico. Al hacerlo, se quiere subrayar que el dinamismo de la economía, el comercio y las finanzas mundiales, así como el epicentro de las alteraciones geopolíticas de alcance global, se situará alrededor de la cuenca del Pacífico, sobre todo en su litoral asiático. No se trata de una noción por completo novedosa. Recuérdese, para no ir más atrás, que las iniciativas relacionadas con APEC datan de finales de los años 80 del siglo anterior. (Años antes, de la mano del doctor Miguel S. Wionczek, de El Colegio de México, tuve oportunidad de participar en algunas mesas redondas y otras discusiones en las que el doctor Saburo Okita, a la sazón presidente del Japan Economic Research Center, propuso los lineamientos de lo que habría de convertirse años después en la APEC. Es posible que sin la visión y perseverancia del doctor Okita, ministro de Asuntos Externos de Japón a finales de los años 80, la noción de la cuenca del Pacífico como área de cooperación comercial y económica hubiera tenido un despegue más tardío.) Sin embargo, la noción se ha fortalecido y ganado viabilidad y relevancia en el primer decenio del siglo debido, entre otros, a dos factores de signo contrario. El positivo: el extraordinario dinamismo de China, convertida ya en la segunda economía del mundo en términos de producto total y, sin duda, en la mayor potencia global en ascenso, que ha acrecentado la ponderación de los países del Pacífico, en especial los asiáticos, en todas las vertientes de la vida internacional. El otro, la declinación relativa de las potencias del Atlántico, Estados Unidos y la Unión Europea, en esas mismas vertientes de la globalidad. Con estas palabras inicié, el 30 de noviembre, la Cátedra Asia-Pacífico de la Universidad Nacional, el Ministerio de Relaciones Exteriores y la Academia Diplomática de Colombia. Abro un paréntesis en los artículos que he dedicado al G-20 desde finales de octubre, para recoger lo esencial de mis señalamientos en Bogotá.

Si se atiende sólo al pasado más inmediato, el giro estadunidense hacia el Pacífico –del que todo mundo habla ahora– se originó en el artículo que la secretaria de Estado Hillary Clinton publicó en el número de noviembre en Foreign Policy con el sugestivo título de El siglo del Pacífico estadunidense (“America’s Pacific century”). Es evidente que la gestación de la tesis que se plantea ha tomado largo tiempo y amplios debates. Formalmente se arguye, en palabras de Clinton, que el fin de la guerra en Irak y el retiro anunciado de las tropas de Afganistán colocan a Estados Unidos en un punto de flexión. Viendo al próximo decenio, Estados Unidos debe decidir dónde invertir su tiempo y energía para mejor mantener su liderazgo, asegurar sus intereses nacionales y promover sus valores. La respuesta parecía previsible: “volcar las inversiones –diplomáticas, económicas, estratégicas y de otra naturaleza– a la región de Asia-Pacífico”. En declaraciones subsecuentes de diversos altos funcionarios estadunidenses, entre ellos el presidente Obama, se dijo que esa región constituiría el nuevo pivote de la política exterior de Estados Unidos. Ni más ni menos.

Deben atenderse diversas dimensiones externas de esta inflexión. Externas en el sentido de que aluden a las opciones que se abren ante Estados Unidos más allá de sus fronteras e, incluso, del entorno subregional estadunidense. Sin que el orden de su presentación prejuzgue sobre su importancia relativa, habría que considerar, por lo menos, las siguientes: En primer término, la desalentadora perspectiva de la asociación trasatlántica, lastrada por los intratables problemas europeos –cuya salida es, en estos momentos, difícil de imaginar– y los también dificultosos que enfrenta Estados Unidos. En seguida, la perspectiva, mucho más promisoria, de evolución económica en la cuenca del Pacífico, destacadamente en su litoral asiático, cuyo potencial dinámico de comercio e inversión se antoja mucho más amplio. En tercer lugar, la necesidad, muy aguda en la coyuntura electoral de Estados Unidos, de definir una actitud ante el creciente poderío y proyección global de China, que puede verse –para no escapar del lugar común– tanto como un riesgo cuanto como una oportunidad.

Estos factores, entre otros, se suman para configurar una nueva concepción geopolítica y geoestratégica del círculo del Pacífico. El tercero de ellos, la proyección global de China, se manifiesta ahora no sólo en las cuestiones comerciales, económicas y financieras, sino cada vez más en la esfera geopolítica y militar.

Una parte sustantiva del artículo de la secretaria Clinton en Foreign Policy está dedicada a China. Primero y sobre todo, se reconoce la interdependencia: El hecho indiscutible es que un Estados Unidos próspero y vibrante será una ventaja para China y una China próspera y vibrante será ventajosa para Estados Unidos. Podemos ganar mucho más de la cooperación que del conflicto. Sin embargo, una relación no puede construirse sólo sobre aspiraciones. Ambos debemos, de manera más consistente, traducir las palabras positivas en cooperación efectiva. Es crucial que ambos cumplamos con nuestras respectivas responsabilidades y obligaciones globales.

Podría quizá decirse que, por el momento, un problema mayor es que China y Estados Unidos tendrían una enorme dificultad para convenir cuáles son, específicamente, las obligaciones y responsabilidades globales de uno y otro. En todas las esferas: en lo comercial, en lo monetario, en lo financiero, en lo militar, en lo político, etcétera.

Recientemente he concluido un ensayo sobre la relación bilateral China-Estados Unidos, a la que considero la primera relación de interdependencia genuina en la era de la globalidad. En ese trabajo hago notar, de entrada, que si uno se atiene a los datos –a las estadísticas de capacidad militar disponible– China no puede considerarse sino un muy lejano rival de Estados Unidos. Sin embargo, en estas cuestiones, las percepciones y los temores pueden ser, a veces, más importantes que los hechos. Así, por ejemplo, la perspectiva es muy diferente cuando se aprecia desde el vecindario inmediato y desde el ámbito regional de Asia y el Pacífico.

No puede dudarse, a la luz de hechos como los anteriores, de que el deseo de contener a China, sobre todo en el terreno geoestratégico, sea una de las motivaciones importantes de la renovada prioridad estadunidense a las relaciones con Asia-Pacífico. Al mismo tiempo, hay también una coincidencia con los deseos de no pocos países asiáticos del Pacífico, que buscan equilibrar, con una mayor presencia estadunidense, la más densa sombra que China proyecta en la región.