ás que nunca, México requiere ser la república amorosa que propone el Movimiento Regeneración Nacional, sus dirigentes –en primer lugar quien será el candidato a la Presidencia– y los partidos que con sus registros lo apoyarán. La verdad es que no es cierto que este discurso sea nuevo; en muchas ocasiones, en las numerosas y concurridas concentraciones, se escucharon palabras como fraternidad, solidaridad, amor al prójimo, tolerancia en la convivencia, independientemente de que los reclamos fueran enérgicos contra el fraude electoral, en defensa de la economía popular, del petróleo y de la soberanía nacional.
En ningún momento, ni siquiera en los campamentos de avenida Juárez y Paseo de la Reforma, en que se protestaba por el fraude electoral, tuvieron lugar acciones violentas ni hubo ataques a las personas o a sus bienes; se ocupó la calle, es cierto, pero se encauzó con ello prudentemente, la indignación justificada, evitando desbordamientos o acciones anárquicas proporcionadas a la indignación y el rencor generados por el fraude a la voluntad popular.
Hoy más que nunca se necesitan mensajes que abran ventanas a la esperanza y que llamen a la solidaridad y a la hermandad de todos, propuestas que constituyan una alternativa a lo que está sucediendo: la feroz competencia y a la lucha de todos contra todos a que convoca el liberalismo económico; estamos viviendo un desastre en el que la inseguridad y la violencia tienen en crispación permanente a la sociedad. Pareciera que todo esto ha sido provocado por quienes, a rajatabla, optaron por la confrontación, la guerra
, la persecución y la mano dura, las penas cada vez más altas y las ejecuciones sumarias.
Si estamos metidos en esta situación angustiosa e injusta, donde contrastan las ostentosas e insultantes fortunas con la pobreza extrema que cada vez más mexicanos padecen, donde prevalece la inseguridad para la mayoría, no es por casualidad o mala suerte: es porque así funciona el sistema; así ha sido programado y ejecutado desde el entreguismo del gobierno y de algunos círculos minoritarios en los que la codicia no tiene límite.
La realidad cotidiana es el enfrentamiento de todos contra todos. Ante ella, tenemos primero que estar conscientes de que así están las cosas y, en seguida, proponer soluciones. La noticia más grave de la semana fue el enfrentamiento entre policías locales y federales contra estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero, enfrentamiento, en último análisis, entre unos mexicanos contra otros mexicanos.
Pero no sólo en esos extremos en que se emplean las armas encontramos la frustración y el choque de unos de abajo contra otros de abajo, los de arriba de la pirámide social ni sudan ni se acongojan; en distintas medidas y en otros ámbitos de la sociedad, el modelo se repite; hace unos días estuve en una sucursal de esos bancos trasnacionales, que conservan nombres mexicanos pero que se dirigen desde casas matrices muy lejanas a nosotros.
Había mucha gente formando largas filas, fichas para acceder a las ventanillas, desorden y, uso nuevamente la palabra, crispación
. Estaban tensos los clientes, impacientes por la tardanza en la realización de sus pequeñas operaciones y tensos los mal pagados empleados por la excesiva carga de trabajo y la gran responsabilidad de manejar dinero y documentos valiosos. La regla antigua de que el cliente tiene la razón
y la posibilidad de que personal con criterio propio resolviera los casos difíciles y ordenara el trabajo, son cosa del pasado. Hoy ya nadie piensa por su cuenta y funcionarios, empleados y cajeras sólo cumplen reglas sumamente estrictas, protocolos
que les llegan de sus superiores y que fueron pensados y redactados para otras culturas y latitudes; el resultado por ello y por la inseguridad en su empleo, es frustración y angustia.
Por supuesto, no es sólo en los bancos donde encontramos este fenómeno. En todas las grandes empresas, incluidas tiendas de departamentos, supermercados, cadenas de restaurantes y otras muchas, el modelo es similar, deshumanización, trato impersonal y ninguna consideración para los trabajadores, pero tampoco para los clientes. Unos y otros son (somos) explotados por corporaciones trasnacionales.
Por ello, insisto, más que nunca requerimos en México un mensaje en que se rescate los valores humanistas de la esperanza, la solidaridad, entre todos, y los principios de equidad y justicia en la distribución de los bienes; a algunos, los que quisieran que las cosas fueran tan sólo como las piensan ellos, no les gusta que se use el término amor en cuestiones de política, en cosas de la polis, pero es, debe ser, uno de los ámbitos propios del amor, este elevado sentimiento, a un lado del hogar familiar, del centro de trabajo, de la escuela, de la iglesia, del espacio de recreación.