arís, 29 de mayo 1913. El estreno en el Teatro de los Campos Elíseos de La consagración de la primavera, ballet sinfónico de Igor Stravinsky, presentado por los ballets rusos de Diaghilev, provoca un escándalo mayúsculo por su ruptura radical con la tradición musical y por una coreografía de Vaclav Nijinsky que muchos perciben como indecente y primitiva, muy a contracorriente del buen tono en el gusto de la burguesía parisina.
Silbidos y sorna generalizada, intervención de la policía que intenta imponer el orden, aplausos aislados y un caos en la sala encendida, no logran interrumpir la función que prosigue estoica y valerosamente. Este es el ambiente que captura con acierto en sus primeras escenas Coco & Igor (Coco Chanel & Igor Stravinsky, 2009), largometraje del holandés Jan Kounen.
Luego de este arranque novedoso, cuya virtud principal es recrear una coreografía poco conocida del ballet que décadas después escenificarán Maurice Béjart y Pina Bausch, la narración languidece en una suerte de biografía combinada de dos grandes talentos cuya complicidad artística inicial deviene fuerte competencia de egos a ratos controlada por una irresistible atracción erótica.
Stravinsky (Mads Mikkelsen, quien comparte créditos con Daniel Craig/James Bond en Casino Royale, 2006) es presentado aquí como un ser taciturno y apesadumbrado, compositor incomprendido y exiliado empobrecido, casado con una mujer enferma, Catherine (Elena Morozova), y a cargo de cuatro hijos, que debe aceptar a regañadientes la protección de un mecenas inesperado, la célebre modista parisina Coco Chanel (Anna Mouglalis), personalidad independiente y dominante de la que termina enamorado.
El asunto se resume en un convencional triángulo amoroso en el que la pareja de artistas hace sufrir en silencio a la esposa resignada, mientras se libra con el mayor desenfado a una pasión adúltera.
Todo en la cinta restituye un clima de sofisticación y decadencia moral. La mansión en la que Chanel acoge a toda la familia Stravinsky es un alarde de rebuscamiento ornamental, con interiores art-decó en blanco y negro y diseños modernistas que prolongan en su hábitat el estilo de las creaciones de alta costura de quien revolucionó la vestimenta femenina rechazando la tiranía del corsé en favor de una holgura y ligereza acorde con el clima cultural de la posguerra, época de liberación sexual y emancipación femenina.
Coco Chanel encarna estupendamente en la cinta este espíritu agresivo de la mujer que no admite la sumisión frente al varón y que reivindica el derecho a la competitividad profesional en todos los terrenos.
Esta faceta de la diseñadora y creadora de fragancias exquisitas, dictadora de la moda y figura social prominente, la rescata la cinta de Kounen con una fuerza mayor que la biografía que le precede, Coco antes de Chanel (2009), de la francesa Anne Fontaine, y esto tiene que ver con el contraste de la protagonista con el artista innovador, personalidad harto compleja, del compositor de El pájaro de fuego. También con el hecho de que el relato cincentre su acción en el lapso muy breve, apenas dos años, de la pasión amorosa compartida, lo que permite explorar la relación de poder entre los dos talentos, y también el parentesco de sus propuestas innovadoras en sus respectivos campos profesionales.
Ciertamente el espectador asiste más a los goces efímeros y desventuras de un amor contrariado, que a una visión cabal de los aportes y el impacto cultural que tuvieron en su época los dos protagonistas.
El desenlace atropellado, rápida sucesión de imágenes un tanto azarosas de la vejez de los dos artistas, deja una frustrante sensación de crónica inconclusa, sin un remate dramático atractivo.
Queda, sin embargo, como imagen definitiva y como saldo de una narración que desdibuja lamentablemente a Igor Stravinsky, la personalidad felina de Anna Mouglalis como una Coco Chanel ajena a toda noción de culpa y desafiante siempre en el terreno de la moda y de la moral sexual.