e esperaba que el primer ministro iraquí, Nuri Maliki, incrementara su poderío ante la retirada del último pelotón estadunidense, ocurrida este mes. Pero su inesperada decisión de provocar una crisis política al ordenar, inmediatamente después del repliegue, el arresto de su propio vicepresidente y acusarlo de terrorismo, podría debilitar su mandato y desestabilizar Irak.
Maliki acaba de estar en Washington, donde se presentó como el líder nacional de Irak, no sólo de la mayoría chiíta. A horas de su regreso a Bagdad, ordenó el arresto de su funcionario sunita de mayor rango, Tariq Hashemi, cuyos guardaespaldas declararon ante la televisión que el vicepresidente les pagó por cometer asesinatos.
Aquellos que son cercanos al gobierno iraquí sugieren que la explicación más simple de las acciones de Maliki es que el gobernante es extremadamente paranoico. Kamran Karadaghi, ex presidente del gabinete de Jalal Talabani, quien ha asistido a muchas reuniones con Maliki, relató a The Independent: está obsesionado con la idea de que existen muchos complots, sobre todo en su contra. Esto ha salido a colación en numerosas reuniones. Uno queda convencido de que en realidad cree en estas supuestas conspiraciones en su contra, y sospecha, sobre todo, del partido Baaz
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En lugar de enfatizar la unidad nacional, Maliki ha aislado a la minoría sunita y ha enfurecido a los kurdos, siendo que ambas comunidades son parte esencial del gobierno iraquí. Líderes de ambos grupos han denunciado anteriormente las tendencias dictatoriales que comenzó a mostrar Maliki desde que asumió como primer ministro, en 2006.
Su actitud también resulta dañina para el presidente estadunidense Barack Obama, quien en su campaña presidencial deberá subrayar el supuesto éxito logrado al retirar a las tropas de Irak para dejar un país democrático y estable.
La paraonia de Maliki podría estar bien justificada, dado que a todos los niveles, la política en Irak es muy violenta y sin duda existen conspiraciones en su contra. Más aún, Maliki, de 61 años, ha pasado gran parte de su vida en la Dawa islámica, partido religioso chiíta cuyos miembros eran torturados y ejecutados bajo el gobierno de Saddam Hussein si eran descubiertos. No es sorprendente que la mentalidad de los miembros de este partido que sobreviven sospechan que son amenazados por traidores potenciales.
Maliki pasó muchos años en el exilio tras verse obligado a huir de Irak en 1979, y vivió en Irán y Siria hasta que la invasión estadunidense derrocó a Saddam Hussein en 2003. El poderío chiíta en Irak puede parecer inquebrantable, pero la comunidad teme contrataques de viejos enemigos.
© The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca