n medio de la agitación política prelectoral, del imparable deterioro económico, de disputas ideológicas y de las decenas de miles de muertos del sexenio en el combate al crimen organizado, los 45 muertos de Acteal volvieron a ser noticia por un par de días debido al 14 aniversario de ese crimen aún impune, de esa herida todavía abierta.
Pero en esta ocasión hubo elementos en la conmemoración del 22 de diciembre en Acteal que prácticamente pasaron desapercibidos y que conviene rescatar y resaltar, porque tienen mucho que decir a un país convulsionado, más allá de Chiapas y de Acteal.
Apenas mereció una mención de pasada en los medios el hecho de que en su celebración, Las Abejas otorgaron a don Raúl Vera, obispo de Saltillo, el reconocimiento de Totik. Pero este hecho tiene no sólo un significado inmediato, sino un simbolismo de mucho más largo alcance, y si el primero pasó desapercibido huelga decir que el segundo ni por asomo fue notado.
En lo inmediato, hay que caer en la cuenta de que fue la primera vez, desde que ocurrió la masacre de Acteal hace 14 años, que no estuvo presente en el aniversario del 22 el Tatik Samuel, fallecido a inicios de este año. Ante esa ausencia, una especie de orfandad, se entienden perfectamente las palabras que Las Abejas dirigieron a Raúl Vera: “Totik Raúl, hoy estamos muy alegres, aunque Totik Samuel ya no está aquí físicamente con nosotros, su corazón y pensamiento aquí siguen y viven en nuestra lucha y caminar, en ti, Totik Raúl, vemos el rostro y corazón de Totik Samuel. En ti, vemos y palpamos las luchas de mujeres y hombres de otros pueblos de México y del mundo”.
Pero no para ahí el asunto, Las Abejas invistieron este acto de un simbolismo que toca las raíces de nuestra historia y de la historia de todo el continente americano y que, para quien sepa ver, puede aportar una luz que ilumine pasado, presente y futuro de nuestra nación. La mejor manera de comprender esto es relacionando el acto de Acteal con dos coincidencias históricas; una, la más remota en el tiempo, notada expresamente por Las Abejas; la otra, dada por el contexto nacional de estos días, ignorada por ellos, pero altamente significativa hasta en esa ignorancia padecida. Esta última es el reconocimiento a Totik Raúl que da una organización indígena, víctima de un crimen de Estado, en medio de la polémica sobre la modificación del artículo 24 constitucional y las relaciones entre la Iglesia y el Estado.
La otra coincidencia –remota en el tiempo pero no en las implicaciones– se refiere a lo que hemos llamado los otros 500 años
, efeméride prácticamente ignorada en (casi) todos los ámbitos donde debería haber sido recordada. Del Bicentenario de la Independencia y la Revolución todavía estamos viviendo la cruda con la terminación de la tristemente célebre y dispendiosa Estela de luz. El quinto centenario de lo que don Miguel León Portilla denominó diplomáticamente El encuentro de dos mundos, que fue retomado desde abajo como Los 500 años de resistencia indígena, negra y popular, no hay quién no lo recuerde. Pero este otro quinto centenario apenas en algunas publicaciones marginales y espacios particulares fue recordado. Sin embargo, Las Abejas lo recordaron porque la fecha fue precisamente la víspera de su conmemoración y porque las circunstancias eran particularmente adecuadas:
“El 21 de diciembre de 1511 un sacerdote, dominico como tú, Totik Raúl, por primera vez hizo que se escuchara la voz profética de la Iglesia contra la opresión, el despojo, la esclavitud y la muerte que trajeron los caxlanes* a los pueblos originarios de estas tierras. En la isla donde primero hicieron su colonia los caxlanes, que se llamaba precisamente Santo Domingo, Fray Antonio de Montesinos pronunció estas fuertes e inolvidables palabras: ‘Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido?’”
Si 1992 fue el quinto centenario de un acontecimiento nefasto, entre otras razones por la infame confusión de la religión cristiana con la nada santa empresa de la conquista de América, este 2011 deberían haberlo celebrado los cristianos y todos los que luchan por la justicia como el momento feliz, aunque un poco tardío, del deslinde de esa confusión por parte de un notable grupo de cristianos y del reconocimiento de que su papel estaba del otro lado: en la defensa de los pueblos originarios de esas tierras contra los inauditos abusos de quienes se decían cristianos, pero actuaban de tal modo que negaban la esencia misma de esa fe: ¿Éstos no son hombres? ¿No tienen almas racionales? ¿No estáis obligados a amarlos como a vosotros mismos?
, les espetaba aquel fraile dominico a unos encomenderos atónitos que daban por descontado que la Iglesia estaba del lado de los cristianos y no de los paganos. Por cierto, entre esos encomenderos estaba Bartolomé de las Casas que, a partir de esas palabras, también cambió vida y destino.
Hay en México dos posibles debates sobre el papel de la Iglesia (en particular la Iglesia católica) en la historia y en el presente del país. Uno es el lamentable debate que hemos presenciado en estos días. Pocas cosas en nuestro país suscitan polémicas más agrias, despiertan más fanatismo, más intolerancia y más estupideces (de uno y otro lado) como la discusión de los derechos, privilegios o discriminación (según de donde se vea) de la Iglesia dentro del Estado. Es un debate que prolonga sin mucho sentido las rancias pugnas entre liberales y conservadores del siglo XIX, pugnas que no sólo dejaron de lado a la mayoría del pueblo de México, sino que se llevaron entre las patas a los pueblos indígenas. El otro debate es el que pone en el centro la justicia, los derechos del pueblo, indígena y no indígena. Es el debate de Montesinos, de Las Casas y de don Samuel, de don Raúl y de los pueblos indígenas como Las Abejas. Es el debate que, salvo estas honrosas excepciones, la Iglesia en México no acaba de asumir como su verdadera tarea histórica pendiente: no si se le reconoce o no su estatus en la Constitución, sino si está o no inequívocamente del lado de todos los pobres y oprimidos. Y la prueba de que no lo asume está a la vista: mientras se enfrascaban en la discusión del artículo 24, ni siquiera se acordaron de este quinto centenario. En cuanto al otro lado, el lado jacobino, no está por demás recordar lo que en algún momento le dijo el Sup Marcos a Carlos Monsiváis: no es con citas obsoletas del siglo XIX como vamos a enfrentar los problemas del siglo XXI. Quizá, añadimos nosotros, es mejor con citas actuales del siglo XVI.
* Caxlanes: los hombres blancos, aunque también los mestizos y, más generalmente, los no-indígenas, en tsotsil