in duda, la selecta exposición de obras del artista australiano Ron Mueck en San Ildefonso, cuya anterior sede fue el MARCO de Monterrey, ha incrementado la afluencia de público que visita la exposición fotográfica coordinada por Ernesto Peñaloza en el Antiguo Colegio, siempre tan grato de visitar en todo momento y no sólo debido a los murales que aloja, mismos que serán siempre objeto de revisiones.
Imposible decir algo inédito sobre Mueck a no ser que pone en volumen a Jonathan Swift, (viajes de Gulliver), pues la exhibición de piezas en escala exagerada, combinada con las de pequeñas dimensiones en los espacios compartimentados que ofrece el edificio, lo convierten en un hito de enorme atractivo que felizmente apela a un público mayoritario, gustoso de fotografiarse con las obras en el afán de conservar recuerdo de tan sui generis experiencia.
Así, una pieza por recinto, convierte la exposición en un medio adecuado de observación, hasta de los detalles más mínimos, como las uñas o la simbólica herida en el costado que examina el muchacho latino liliputense al levantarse la camiseta , también de fibra, para examinarla.
Ver con algún detenimiento las 75 fotografías, todas vintage, que integran la muestra Sol y sombras, a la que se añade en distinta sala una selección de Gerardo Suter, demanda mayores dosis de atención en el aspecto de las modernidades.
Comparten Luz y sombras tres artistas de la lente que ofrecen tanto similitudes como diferencias en un mismo periodo, que corre de 1925 a 1950. Digamos que el eje es Manuel Álvarez Bravo, acompañado por Agustín Jiménez y Luis Márquez Romay. Las diferencias que encuentro entre sus respectivos enfoques conciernen, hasta donde puedo ver, en que don Manuel no toca las escenas o los objetos, así los encuentra, ya se trata de las fotos que promovió aquel concurso de La Tolteca, que fue piedra de toque, o bien la presencia de personajes como la Muchacha vendiendo pájaros, exhibida junto con los chapetones que parecen pezones en la pieza adjunta por Márquez Romay. Las vecindades que ofrecen analogías o bien contrastes y desavenencias, corresponden a asociaciones de quienes, amantes de su quehacer, saben encontrarlas, en este caso no sólo de quienes intervinieron en la selección a partir de lo que puede obtenerse pesquisando varios acervos y colecciones, sino también en la museografía.
Por ejemplo: Vendedores de artesanías de palmas, de Luis Márquez, como composición forma un triángulo rectángulo integrado de las posturas, los sombreros de palma y las mercancías que llevan los dos modelos: padre e hijo posiblemente. Con ellos el fotógrafo armó una composición que se antoja orquestada en vías de lograr una toma impecable y clásica, debido a su geometrización. Dista de ser un snap shot o una toma testimonial de índole mexicanista, cosa que, por supuesto, también resultaría válida, pero las intenciones fotográficas cuentan, ¡y mucho!, en este tipo de disparos de la lente.
En cambio con Jaula, de Agustín Jiménez, el autor tuvo que esperar a que el objeto proyectara su sombra en diagonal, duplicando la imagen en dimensiones puramente visuales.
Algunas tomas de naturalezas muertas, como Duraznos y tunas, del mismo fotógrafo, impresa en sepia, hacen contraste con la conocida pirámide de rebanadas de jícama de don Manuel, alarde de estructura alusivo a principios escultóricos, cosa que sucede igualmente con las ondas de papel de Márquez, que, excepto por la pequeña grieta rasgada, podría tomarse como detalle de una construcción ultramoderna.
Hay un apartado de desnudos, todos femeninos. El que se encuentra recostado de Agustín Jiménez encarna el tipo de eros victoriano que tan decisiva influencia tuvo en todas partes, y se exhibe en contraste con tres de las tomas de la Buena fama dormida, de don Manuel. La que se encuentra de pie está junto a Desnudo con kimono, de Jiménez, a quien, según puedo percibir, le gustaban las glosas, pues el kimono enmarca un desnudo de proporciones y pose clásicas, como las de las Venus anadiómede de las esculturas romanas de procedencia griega. No obstante el mismo Jiménez capta a una delgadísima jovencita, que, salvo por los visibles senos, encarna típica figura andrógina.
Hay fotos muy conocidas que muchos hemos visto a través de impresiones librescas o bien por haber podido observarlas en determinados acervos. En este caso está el retrato de Eisenstein con la calavera de azúcar en la mano, haciendo contacto de ojo con el espectador, obra de Jiménez. Verlas enmarcadas en sucesión es otro tipo de experiencia.
Quienes experimentan regodeo con las construcciones percibirán que el Monumeto a la Revolución cuenta con una espléndida escalera, captada mediante un ángulo, que encuentro emblemático de la modernidad fotográfica.