Charla de fin de año
obrevivientes de la segunda venganza de Lucifer –la primera es la Semana Santa– o temporada navideña, en que afectos por decreto, consumismo por compromiso, gula por acoso y alcoholímetros por hipocresía nos reiteran más que el impreciso nacimiento del futuro redentor la incongruencia de la naturaleza humana, algunos amigos aprovecharon para reunirse a fin de año y abordar incluso temas escabrosos.
Entre bromas y veras una dama octogenaria me señaló que la columna anterior, ¿Vivir o durar?, reflejaba una carencia de sentido de vida que hacía evidente mi inclinación por un enfermizo sentido de muerte
. ¡Bolas!, pensé y argüí que una cosa era la tanatofilia o afición por lo mortífero y otra muy diferente la tanatología o estudio multidisciplinario de la muerte y el morir, pero rescatados de la impositiva esfera religioso-estatal.
Añadí que así como se habla del derecho a una vida digna también tiene que hablarse del derecho a una muerte digna, sobre todo tratándose de racionales, de individuos con capacidad para decidir y no a merced de creencias amedrentadoras o de dolorismos salvíficos cuando se está en condiciones indignas de sobrevivencia. La vida no es sagrada por sí misma, sino en función de unos mínimos de calidad y de dignidad humana, no de imposiciones varias.
Entonces una señora de no malos bigotes, que después supe que era hija de la octogenaria, pronunció estos versos con entonada y refrescante voz: Unidos con tu Iglesia recorremos/ la senda que lleva hasta el Calvario,/ llevando en nuestro cuerpo tus dolores/ y sufriendo lo que aún no has completado
. Varios aplaudimos la forma en que los dijo más que el fondo de lo dicho, perteneciente al inaccesible terreno de la fe personal.
Todos somos moribles, pero que no empujen
, observó con humor otro de los asistentes, y alguien le replicó: Nadie debe empujarnos a la muerte sino nuestras propias decisiones cuando la vida, deteriorada o no, nos resulte verdaderamente insoportable, más allá de las expectativas de otros, de los dogmas que suscribamos o de los temores que carguemos. La responsabilidad humana es puesta a prueba cuando la industria de la salud rebasa toda sensatez y retarda artificialmente un tiempo de morir. El miedo y el sufrimiento personales son intransferibles.
Los mariachis callaron. No es cierto, no había mariachis, pero con su momentáneo silencio los contertulios exhibieron un asomo de reflexión.