Pa’ que se enteren
l miércoles 11 de enero el Zurdo Ortiz y Gustavo Souza Escamilla celebraron su cumpleaños con un fiestón de bala en La flor del son. Por si usted, mi querido asere, no lo sabe, Alfredo Ortiz fue un beisbolista extraordinario que dejó páginas para el recuerdo de los aficionados al llamado rey de los deportes. Don Gustavo, el otro agasajado, ha hecho de todo. Abogado y notario, ha incursionado en turismo, empresario de club sonero –ojo, no salsero–, y actualmente toca la guitarra en un conjunto de aficionados veracruzanos que suenan, y bien.
El grupo estuvo en la ciudad de México un día sólo para agasajar al Zurdo y, por supuesto, a Tavo. Perdónenme que no ponga los nombres del personal, pero con la senectud también me llegó el Alka-Seltzer: a todos los quiero gratis. En realidad el conjunto suena de aquellita y el doctor Mondragón no se aguantó las ganas de echar la paloma. Asimismo el Son 14, con su Tiburón Morales, regó jícamo y saoco a raudales y el swing no paró hasta que caricú yeyeó.
Tuve la oportunidad de encontrarme con gente bonita, tanto del puerto como de este DF, que también tiene lo suyo. En el grupo que vino de Veracruz encontré a Kiko Gómez haciendo una labor digna de aplauso, cantando y tocando el bongó. Espero que sigan por ahí, pues como me dijo Tavo, lo hacen por gusto. Dicho sea de paso, ellos pueden ser ejemplo para los jóvenes que pretendan incursionar en el son.
Por otro lado, se perdió un espacio que estaba agarrando vuelo, el programa Salsa y montuno, conducido por José Luis Briseño, en Relax 104.5 FM. Los motivos, a ciencia cierta, no los sé, pero me los imagino. Este, su enkobio, ha tenido la mar de fracasos
en radio, ya que tenemos que aguantar la sabiduría
de los seudoproductores, expertos, conocedores, que nos hacen sufrir con su criterio.
Hace tiempo el doctor Gastón Melo intervino para darme un espacio y presentar un programa que llamé Del son a la salsa, el cual duró un suspiro. A un personaje que, por cierto, admiro, le debo que lo terminara, porque según él programaba música para iniciados. Si me volvieran a dar otra oportunidad, cosa que no sólo dudo, sino considero un sueño guajiro, lo convertiría en taller para que el público aprendiera a diferenciar lo que es verdad y lo que son etiquetas solamente.
Guardo en mi archivo una entrevista que le hicieron a Déborah Holtz, en la que esta niña, con toda sinceridad, confiesa que programa lo que le gusta y que el bugalú le encanta. Me imagino que a esta princesa su maestro no le enseñó que esto salió hace más de 40 años, como parte de algo que trataron de llamar crossover, pero en esencia no es más que un son montuno con el añadido de un platillo y con letras en inglés. Tuvo intérpretes como un pianista de nombre Pete Rodríguez, no confundir con El Conde, compadre de Pacheco. Ay, ay, ay, Micaela se botó y El pito, grabado por Joe Cuba, son dos ejemplos que comprueban lo que afirmo, así que, Déborah, que no le digan que no le cuenten, porque el tiempo pone a cada quien en su lugar y cuídese de los conocedores, empezando por su maestro, y no deje de ser tan sincera.
Otra etiqueta fallida fue el sing-alin, espero haberlo escrito correctamente, pero así se pronuncia. Todo esto de las etiquetas empezó con Xavier Cougat con su rumba y su conga, más tarde la pachanga, primero la de Davidson, que tenía un raro parecido con el merengue dominicano, y no se asombre, monina, porque también existe merengue venezolano. Pero en Nueva York le cambiaron el tumbao y lo bailaban los hombres revoloteando un pañuelo sobre la cabeza y parecía el ritmo chachachá rápido.
Cuando la Sonora Matancera vino a México por primera vez traía la pachanga de Davidson como novedad. Caíto tocaba el tambor merenguero y el montuno decía, “señores, qué pachanga, vamos pa’ la pachanga”. Y, en territorio pecoso, más tarde aparecía el crossover con bugalú y sing-alin y otros ritmos que no trascendieron. Sólo la aparición de la palabra salsa propició que salieran más etiquetas, porque la orquesta de Machito ya interpretaba lo que ahora llaman jazz latino. Desde luego intervinieron Mario Bauzá, René Hernández, Chico O’Farril y asómbrese, monina, figurones del jazz –que poco a poco daré a conocer– tuvieron memorables encuentros en el Roseland de la gran manzana. También Tito Puente debe ser recordado en esto del jazz latino. Para no extenderme mucho les diré de How high the moon e Indeciso, que aparecieron allá por fines de los años 40 del siglo pasado, principios de los 50. Me despido recordando a Pupi Campo, que tuvo a Mr. Bridge entre sus huestes. ¡Gracias por leerme!