E
s para analfabetos para quien escribo
. Se puede ver en ciertas civilizaciones no occidentales, aquellas que fascinaban a Antonin Artaud precisamente: el analfabetismo puede acomodarse muy bien con la cultura más profunda y más viva.
Así pues, las huellas inscritas en el cuerpo no serán incisiones gráficas, sino las heridas recibidas en la destrucción de Occidente, de su metafísica y de su teatro, los estigmas de esta implacable guerra. Pues el teatro de la crueldad
no es un nuevo teatro destinado a acompañar a alguna novela que simplemente modifique desde dentro una tradición a la que no se conmueve.
Artaud no emprende ni una renovación ni una crítica ni una puesta en cuestión del teatro clásico: pretende destruir efectivamente, activamente y no teóricamente, la civilización occidental, sus religiones, el conjunto de la filosofía que proporciona sus bases y su decorado al teatro tradicional bajo sus formas aparentemente más renovadoras. “A. Artaud la palabra soplada en Escritura y la diferencia, de Jacques Derrida, Editorial Anthropos.
El estigma y no el tatuaje
: así, en la exposición de lo que habría tenido que ser el primer espectáculo del teatro de la crueldad
(La conquista de México
), que encarna la cuestión de la colonización
, y que habría hecho revivir de manera brutal, implacable, sangrante, la siempre vivaz fatuidad de Europa
(El teatro y su doble, IV, p. 152), el estigma sustituye al texto: De este choque del desorden moral y de la anarquía católica con el orden pagano, se pueden hacer surgir inauditas conflagraciones de fuerzas y de imágenes, sembradas aquí y allá de diálogos brutales. Y esto a través de luchas de hombre a hombre que llevan consigo, como estigmas, las ideas más opuestas
(Ibid).
El encabalgamiento de las imágenes y de los movimientos culminará, mediante colisiones de objetos, silenciosos, gritos y ritmos, en la creación de un verdadero lenguaje físico a base de signos y no ya de palabras
(IV, p. 149). Las palabras mismas, una vez convertidas de nuevo en signos físicos no transgredidos hacia el concepto, sino “tomadas en un sentido de encantamiento, verdaderamente mágico –por su forma, sus emanaciones sensibles” (Ibid) dejarán de aplastar el espacio teatral, de tenderlo horizontalmente como hacía la palabra lógica; restituirán su volumen
y lo utilizarán en sus fosos
(Ibid). No es casual, así, que Artaud diga jeroglífico
más bien que ideograma: El espíritu de los más antiguos jeroglíficos presidirá la creación de este lenguaje teatral puro
(Ibid., cf. también en especial). (Al decir jeroglífico, Artaud únicamente piensa en el principio de las escrituras llamadas jeroglíficas que, como se sabe, de hecho no ignoran el fonetismo
.)
En su espléndido libro Los tarahumara (Barcelona, Barral Editores, 1972), Antonin Artaud enfatiza cómo la danza de la crueldad (¿que más crueldad que el hambre, la hambruna?) ritma esa reconstrucción y se trata de un lugar por encontrar. Lo opuesto a la civilización occidental. La realidad no está constituida todavía, porque los órganos verdaderos del cuerpo humano no están todavía compuestos y situados. El teatro de la crueldad
lo creó para acabar ese emplazamiento y acometer una nueva danza del cuerpo del hombre que no es sino una nada coagulada. Es en el silencio de las palabras como mejor podemos escuchar la vida. Sintaxis que regula el encadenamiento de las palabras gestos que no será ya una gramática de la predicación ni una lógica del espíritu claro.
Las huellas inscritas en el cuerpo, el hambre
, no serán incisiones graficas sino heridas recibidas de la destrucción de occidente su metafísica los estigmas de una implacable guerra. Se habla de la crueldad que ejercen los poderosos sobre los débiles en un truculento juego sadomasoquista, pero no se puntualiza que el hambre (¿la de los tarahumaras?) es quizá la peor de las crueldades que podemos infligir al otro. Negarle al individuo la posibilidad de acceder a la más primaria de las necesidades biológicas es el peor de los crímenes.
Aunadas hambre y desesperanza los sujetos pierden su dimensión humana y se lanzan a matar o morir en un intento fallido por escapar a esa infrahumana calidad de vida. Se requiere ahondar en el estudio de la crueldad humana como lo hace Artaud y sus variantes y, sobre todo, en aquella que conduce a someter al semejante a una muerte lenta, a una agonía prolongada, a una muerte por hambre y depauperación no solo del cuerpo sino también del espíritu.