Sábado 21 de enero de 2012, p. a16
En el vasto universo siempre existe música por conocer, explorar. Descubrir.
He aquí uno de esos hallazgos: la obra del compositor estadunidense Morton Feldman (1926-1987) alcanza dimensiones cósmicas, situaciones anímicas de confort y calma. La planicie de muchas de sus partituras despierta una quietud del alma tal que cualquier reticencia a la complejidad de sus obras queda desbalagada en un estado de éxtasis que se instala en el intersticio del sueño y la vigilia.
La buena noticia es que llegó a México un tesoro espiritual: The Viola in My Life, formidable partitura en cuatro fases de Morton Feldman, en una grabación del aclamado sello discográfico alemán ECM, garantía permanente de elevada calidad y manantial de hallazgos.
Los protagonistas: el violista Marek Konstantynowicz, con el Cikada Ensemble y la Orquesta de la Radio Noruega, todos dirigidos por Christian Eggen.
Para empezar, la viola es uno de esos instrumentos ante cuya magia y misterio uno cae rendido de belleza, siempre.
La manera como Morton Feldman explica la trascendencia de la viola en su vida es inefable: una música que, se dice fácil, es un equivalente anímico y sonoro de la pintura de Robert Rauschenberg, Jackson Pollock y Rothko.
Debo decir que me llevó tres semanas entender y asimilar la profunda sustancia que contiene esta obra. Una vez dentro de ella, uno se instala en ese estado de éxtasis que ocurre entre la espera y la realización.
Pocas notas, sencillas, desnudas. Repetición de esas notas pero no a la manera minimalista, sino más en el cosmos de Arvo Pärt, György Kurtag o Giya Kanchelli. Más allá de lo místico, lo cósmico. Más allá de la música de las esferas, el sonar de los millones de universos.
De manera que la repetición se torna intersticio. Una fisura en el tiempo, un gozne en el espacio donde ocurre todo y nada ocurre. Una noción en música del principio budista de la vacuidad.
La quietud y lo extraordinario de la música de Morton Feldman suele llevar a límites tales como su Segundo Cuarteto de Cuerdas, que dura seis horas; otra de sus obras para viola mide cuatro horas; otra más, tan sólo dos horas.
La viola en mi vida dura 40 minutos pero en realidad es una aporía: es una música sin tiempo (y se supone que la música ocurre en el transcurso del tiempo). Es posible, por ejemplo mediante la meditación, hacer desaparecer los parámetros espacio y tiempo. Morton Feldman, alumno de John Cage, ese compositor budista que cambió la historia del arte de la música, hace desaparecer el tiempo para construir una planicie de quietud donde todo ocurre, como ese par de notas que caen como gota de agua de una llave sin cerrar del todo, gélida y transparente, morosa y bella, o mejor: como una hoja que cae balanceándose desde el árbol hasta parecer que nunca llegará al piso.
Morton Feldman explica así The Viola in My Life: Las situaciones se repiten a sí mismas con sutilezas más que por su propio devenir. Un estado de éxtasis se instala entre la espera y la realización. Como en un sueño, no hay realización hasta que despertamos. Y si despertamos no es necesariamente porque el sueño haya terminado
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