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Poder y traición
E

s menester desconfiar de los idus de marzo, advertía Shakespeare en su obra Julio César, días de buenos augurios según el antiguo calendario romano, pero días también en los que se producen los crímenes y las traiciones. El título original de la nueva cinta del actor y realizador George Clooney alude precisamente al momento crucial en que la popularidad y los buenos pronósticos de un gobernador que aspira a la presidencia de su país se ven ensombrecidos y amenazados por la ambición y cálculos mezquinos de un colaborador y subalterno. Poder y traición (The ides of March) describe los entresijos y turbiedades de una campaña electoral, no desde las arenas de convenciones y mítines políticos, sino en el espacio claustrofóbico de las sedes de campaña donde se preparan los golpes bajos y se diseña cuidadosamente el desprestigio moral del contrincante, donde se estudian las estrategias para derribar sin escrúpulo alguno sus logros acumulados y la victoria final que creía tener tan a la mano.

El ambiente enrarecido de las contiendas electorales ha sido abordado de maneras muy diversas en el cine estadounidense, desde El último ¡Viva! (The last Hurrah, John Ford, 1958), con el formidable Spencer Tracy, hasta El amargo sabor del triunfo (The candidate, Michael Ritchie, 1972), con Robert Redford en el papel de un aspirante a un alto cargo político agobiado por la tiranía mediática y lentamente encaminado a abandonar sus ideales políticos. En Poder y traición, George Clooney interpreta a Mike Morris, un carismático candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos con posibilidades iguales de triunfo y de derrota por su presunto involucramiento en un escándalo sexual. De modo astuto, el realizador, y también guionista y adaptador de la obra teatral Farragut North, de Beau Willimon, decide dejar su propio personaje en un segundo plano y centrar más la atención en las maquinaciones y deslealtades de Stephen Myers (Ryan Gosling), brillante encargado de comunicación y prensa, colaborador del jefe de campaña Paul Zara (Philip Seymour Hoffman), y arribista tentado a cambiar de bando en el momento más oportuno. Myers se revela paulatinamente como un joven político desprovisto de ideales y escrúpulos, convencido de entender reglas de juego y estratagemas que finalmente lo rebasan y agobian. Seduce a una joven allegada a la campaña para allegarse información confidencial, y cuando la confidencia resulta explosiva la aprovecha en beneficio propio y desecha sin miramiento alguno al informante, en una más de las clases de cinismo político que aprende del formidable Tom Duffy (Paul Giamatti), jefe de campaña del partido republicano.

A través del retrato fascinante de Stephen Myers, pequeño tiburón de la política sucia, primero aprendiz de brujo, luego chantajista consumado, encarnación del político comodín dispuesto a vender sus favores al mejor postor, ya sea a la prensa o al contrincante político, Poder y traición sugiere lo que puede ser la obra teatral que la inspira, un escenario de sórdidas disputas personales en busca del poder político, de promesas de campaña de antemano desgastadas y de puñaladas traperas al colaborador más inmediato. Es un estudio del envilecimiento moral y sus posibilidades infinitas. Sorprende un poco que Clooney, demócrata convencido, haya elegido mostrar a un político del partido de sus simpatías en un papel tan ingrato, algo que uno imaginaría más en el terreno de la ultraderecha política, del Tea Party estadunidense, por ejemplo. Pero justamente a lo que hace alusión el realizador es a la saña mediática en contra de presidentes y políticos demócratas a raíz de escándalos sexuales, al clima nefasto de un pánico moral atizado para desprestigiar políticamente a los adversarios. ¡Qué mayor placer e impacto que el de derribar la reputación del candidato liberal Mike Morris de enorme popularidad (I like Mike, eco lejano de aquel I like Ike dedicado a Eisenhower), que defiende con ardor los derechos de las minorías raciales y sexuales, los derechos sexuales de las mujeres, y que combate el enriquecimiento desmedido de los poderosos! Morris dice no ser cristiano ni musulmán ni judío y tener como única fe el respeto a la Constitución Política de Estados Unidos. Un populismo arrasador digno de una ficción de Frank Capra (Caballero sin espada/Mr. Smith goes to Washington, 1939). ¿Exhibir la fragilidad moral de un hombre semejante, no es acaso la tentación mayor para el oportunista político?

En la vieja tradición literaria, éste oportunista es el nefasto conspirador shakesperiano, pero también el Mefisto, de Klaus Mann o El súbdito, de Heinrich Mann, y en nuestros días menos gloriosos y mucho más terrenales, es el político que en cada contienda electoral cambia frívolamente de bando, desconociendo todo escrúpulo moral y cualquier lealtad o convicción política.

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