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Ver día anteriorSábado 4 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El grupo de los diez
E

n no pocos estados del país llegamos al siglo XXI sin haber dejado del todo el siglo XIX. Uno de ellos es Nuevo León.

El neoliberalismo que hoy se practica en Nuevo León, donde un club de ricos determina la política y en buena medida la vida social, anulando las diversas autonomías que caracterizan a la democracia, muestra continuidades insospechadas con la elite decimonónica que controlaba la política y la economía, donde destacaban los nombres extranjeros. A ello siguió, en las dos últimas décadas del XIX, el despunte de un rápido proceso industrial.

La alianza de la clase gobernante con el capital extranjero tuvo su primer intento exitoso de concentración y centralización geoeconómica y de poder político durante el tránsito del gobierno conservador-imperial al gobierno liberal. En la que hicieron el gobernador Santiago Vidaurri y el superempresario de origen irlandés Patricio Milmo (ver antecedentes de Televisa) alcanzó su pináculo.

Fundada en 1900, la industria insignia que haría de Monterrey la primera ciudad industrializada de América Latina fue la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey. Los accionistas que aportaron 85 del capital, dice Javier Rojas, eran 15 –los principales eran extranjeros: Antonio Basagoiti, León Signoret, Patricio Milmo, Eugenio Kelly, Tomás H. Kelly, Tomás Mendirichaga, Vicente Ferrara, José Negrete, Valentín Rivero, Miguel Ferrara, Manuel Iglesias, Isaac Garza, Francisco Belden, Daniel Milmo y Antonio Ferrara. Los 10 millones que supuso la inversión eran equivalentes a 85 por ciento de todas las inversiones industriales en los últimos tres lustros.

Los líderes de esas familias –el 1 del 1 cuando Monterrey tenía 100 mil habitantes– se entendían con Porfirio Díaz por conducto del general Reyes respecto a lo fundamental de la economía y la política. Si había opositores o trabajadores del campo y la ciudad que se inconformaran con las políticas derivadas del fruto de esos arreglos, la represión era la vía de neutralizarlos, obligarlos al exilio o, cuando insistían, eliminarlos como ocurrió en la jornada electoral de 1903 (un famoso 2 de abril), sobre la cual escribieron para denunciar los hechos sangrientos Adolfo Duclos Salinas y Ricardo Flores Magón. La revolución empezaba a gestarse.

En el curso de dos décadas, luego del triunfo revolucionario, la familia Garza Sada logró acaudillar al grupo de empresarios que decidía la vida del estado. En cuanto las autoridades laborales emitieron un laudo favorable a un grupo sindical independiente, se dispusieron a combatir al gobierno de Lázaro Cárdenas. Socialismo puro, clamaban. El 29 de julio se produjo otra matanza. Los obreros pusieron las víctimas y los empresarios la impunidad. El mutualismo reciclado del siglo XIX se impuso sobre el nuevo sindicalismo, que pronto pasó a ser clientela del Estado-partido, y después del mejor postor. Don Fidel (Velázquez) merece que le levanten muchas estatuas, declaró el extinto presidente de Alfa, Bernardo Garza Sada.

Hasta la muerte de Eugenio Garza Sada, en 1973, la hegemonía de su familia emparentada con otras pocas se mantuvo gracias, sobre todo, a un arreglo como el que tenían sus antepasados con Díaz. Era en ambos momentos un liberalismo protegido, favorable a los inversionistas y en perjuicio de trabajadores y consumidores. Pero con ciertas acotaciones –es justo decirlo– que desde los años 80, con la ola neoliberal, empezaron a desaparecer.

A las dificultades financieras de la Fundidora Monterrey siguió su absorción por el Estado. Entre tanto, los empresarios con mayor poder (The Mighty Mexicans, según Fortune) se embriagaban de dólares prestados con el auge petrolero. A mediados de los 80, lo mejor de la Fundidora fue privatizado y el resto convertido en ruinas modernas. Como ha sido evidente, se trataba de volver al mercado bienes rentables que pertenecían a la nación.

Banobras, primero, y Ficorca, Fobaproa e Ipab después, demostraron, tras rescates que empobrecieron a la mayoría, que los empresarios regiomontanos cerraban ya el ciclo: padres emprendedores, hijos administradores y nietos derrochadores. Pésimos para administrar empresas, pero buenos políticos. Su arreglo con los presidentes mexicanos (De la Madrid, Salinas y Zedillo, así como antes López Portillo, a quien dejaron hablando solo después de apilarles millones en sus bóvedas) les permitió volver a su melopea: el Estado es un mal administrador. En buena medida tenían razón: lo ha dirigido una caterva de individuos rapaces y dotados de una gran largueza para entregar las riquezas comunitarias.

Luego de la división entre los dos principales consorcios –con la Cervecería Cuauhtémoc y Hojalata y Lámina al frente de cada una de ellas– y ciertas fracturas internas, el grupo Monterrey: Alfa (Bernardo Garza Sada), Vitro (Adrián Sada Treviño), Visa (Eugenio Garza Lagüera) y Cydsa (Andrés Marcelo Sada) se vio en la necesidad de fortalecerse para enfrentar la crisis que condujo a la estatización de la banca. A su núcleo básico se incorporaron Cemex (Lorenzo Zambrano), Gamesa (Alberto Santos), Imsa (familias Clariond-Canales), Banorte-Gruma (Roberto González Barrera), Pulsar (Alfonso Romo) y Conductores Monterrey (familia Garza Herrera).

La presencia de Roberto González Barrera y de Alfonso Romo fue intermitente. Hoy, sobre todo Romo, se ha deslindado del G-10 y con ello ha creado una escisión en el 0.25 del 1 contemporáneo (el Monterrey metropolitano tiene cuatro millones de habitantes). En la alianza con el candidato de la izquierda le ha dado a ese deslinde una expresión política.

Peña Nieto se reunió hace no mucho con el G-10 disminuido y transnacionalizado (lo integran también Ternium y Heineken por medio de ese caballo de Troya que es Femsa). Los grandes empresarios de Monterrey prefieren estar con el malo por conocido y mostrar así que el riesgo del emprendedor no es su fuerte. Igual que hace un siglo: apoyaron a Díaz y se opusieron a Madero al extremo de dar cobertura al golpe de Estado que lo sacrificó.

Como en otras coyunturas electorales, si bien en la que corre con mayor intensidad, Nuevo León, por la pugna empresarial que entraña, adquirirá una dimensión ampliamente significativa en la perspectiva del próximo julio. Acaso, si llegare a triunfar la izquierda, pueda empezar a salir de su atraso político y social.