Rehenes de las negociaciones
os inmigrantes procedentes de las repúblicas de la antigua Unión Soviética que vienen a trabajar a Rusia no son los únicos que sufren represalias cuando el Kremlin se enfrenta con los gobiernos de sus lugares de origen. También los habitantes de origen ruso en todo el espacio postsoviético padecen la misma injusticia.
Unos y otros –la gente de a pie, al margen de sus raíces étnicas: millones de personas– son una suerte de rehenes en las negociaciones de los dirigentes de Rusia y de sus vecinos de lo que aquí se denomina el exterior cercano
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Adquirió mucha difusión, en fecha reciente, la detención masiva de trabajadores indocumentados de Tayikistán en Moscú y la amenaza de deportarlos, como presión para liberar a un piloto ruso arrestado por los tayikos por un supuesto contrabando de armas.
Después de semanas de recriminaciones recíprocas, Dusambé soltó al piloto ruso, Moscú no deportó a ningún tayiko y, lo que se supone fue el detonante de la confrontación, también revisó la sentencia a un pariente del presidente tayiko condenado en Rusia por tráfico de heroína.
Los moldavos acaban de ser rehenes durante las conversaciones de su gobierno con el de Azerbaiyán y se quedaron con las ganas de recibir combustible barato desde el Cáucaso.
Azerbaiyán rompió pláticas con Moldavia, cuando trascendió que ésta había vendido armamento a Armenia, enfrentada con aquel por el conflicto territorial de Nagorno-Karabaj.
En medio de la disputa que mantienen Rusia y Turkmenistán por las rutas de exportación del gas natural desde el Caspio (mar de agua salobre que se extiende entre Europa y Asia y su superficie es de 371 mil kilómeros cuadrados), los cerca de 120 mil rusos que residen en el país centroasiático –y por ahora disfrutan de la doble nacionalidad– pueden quedarse en el limbo a partir del año próximo.
El gobierno turkmeno, que se desligó del convenio de doble nacionalidad con Rusia, fijó ese plazo en forma de ultimatum para que todos los que tienen pasaporte ruso renuncien a él o se regresen a Rusia, donde nadie –por cierto– los está esperando con los brazos abiertos.
En Asjabad, la capital de Turkmenistán, sucede ahora lo que, desde hace algún tiempo, afecta al millón de rusos que viven en Taskent, la capital de Uzbekistán: se les presiona para que se vayan, no tienen recursos y, para colmo, sus propiedades valen 30 por ciento menos que una vivienda similar de un habitante autóctono.
Los gobernantes postsoviéticos solamente buscan cómo imponer su voluntad, sin importar la tragedia de su propia gente que, después del colapso de la Unión Soviética, se encontraron fuera de las fronteras nacionales.