Opinión
Ver día anteriorLunes 6 de febrero de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nazar, sus émulos y la impunidad
H

ombre de los servicios, prototipo de los guerreros sucios del aparato represivo del Estado y las acciones ilegales encubiertas, Miguel Nazar Haro murió en la cama. Impune. El feroz represor de rasgos narcisistas y paranoides, policía-estrella de los regímenes autoritarios del viejo partido de Estado, el Revolucionario Institucional (PRI), murió impune en su casa de la ciudad de México, protegido por los gobiernos de Acción Nacional (PAN). El cultor de la tortura, la desaparición forzada y los homicidios sumarios extrajudiciales –la trilogía simbólicamente macabra del terrorismo de Estado–, murió en la cama amparado por Vicente Fox y Felipe Calderón. Protegido por un Estado de tipo delincuencial y mafioso, del que fue pieza clave en su gestación, y que funciona hasta nuestros días con base en la corrupción, la simulación y la impunidad.

Cuando está de por medio la seguridad del Estado, no hay constituciones ni leyes que valgan una chingada, decía Nazar Haro. No era original. Había sido entrenado para eso. Para la guerra sucia. ¿Sus maestros? Los instructores estadunidenses de la Escuela de las Américas en la zona del Canal de Panamá. Como alumno de la Escuela Internacional de Policía, sus maestros de la Oficina Federal de Investigaciones y del Pentágono lo iniciaron como guerrero sucio en la lucha contra el comunismo internacional.

A finales de los años 40, en los albores de la guerra fría, a partir de un potente aparato ideológico doctrinal, teórico y práctico, el Comando Sur formaba allí a policías y militares de las Américas, en el marco de la llamada Doctrina de Seguridad Nacional. Nazar, como tantos otros alumnos aventajados (los entonces oficiales Pinochet, Videla, Galtieri, Banzer, Geisel, etcétera), fue entrenado para librar una guerra contrarrevolucionaria contra el enemigo interno y la subversión atea y apátrida. Bajo esas categorías entraban todos aquellos individuos, grupos u organizaciones que, sin ser comunistas ni actuar en la ilegalidad, trataban de romper el orden establecido por el sistema de dominación vigente (gobiernos autoritarios como el de México y dictaduras militares), merecedores, por tanto, de ser secuestrados, torturados y finalmente eliminados, con o sin desaparición de su cadáver.

Dicha doctrina estadunidense, teóricamente concebida como anticomunista, resultó ser de hecho un instrumento implacablemente antidemocrático y aniquilador de los derechos humanos de miles de mexicanos y latinoamericanos, que se convirtieron en víctimas de las actuaciones ilegales y criminales de agentes estatales que actuaron al margen de la ley y de la moral, con la intención de paralizar por el terror a la población civil de sus propios países.

En 1960, tras reincorporarse a la Dirección Federal de Seguridad (DFS), la temible policía política de los regímenes de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo, el patriota Nazar Haro –todo lo que hice fue por amor a la patria, dijo en entrevista con La Jornada el ex integrante de una red de informantes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos– fue el encargado de instalar en el Campo Militar número uno del Ejército en esta capital, a la altura de la puerta 8, una cárcel clandestina subterránea para disidentes políticos, cuyo control compartía con el general Humberto Quirós Hermosillo.

Cuatro años después, su jefe, protector y compadre, el capitán Fernando Gutiérrez Barrios, le encomendó crear un grupo especial, el C-047, para infiltrar organizaciones subversivas y detener ilegalmente a activistas políticos opositores, que fueron sometidos a torturas en prisiones y casas de seguridad clandestinas, muchos de los cuales permanecen hasta hoy desparecidos. Ese grupo operativo se convirtió después en la Brigada Blanca –órgano ilegal del Estado que actuaba a la manera de los escuadrones de la muerte de Centro y Sudamérica–, integrado por más de 200 militares, marinos y policías federales y estatales, del cual Nazar fue su jefe nato.

En la época del general Arturo El Negro Durazo (el criminal y corrupto jefe de la policía capitalina entre 1976 y 1982), ya como director de la DFS, Nazar Haro, junto con los generales Quirós Hermosillo y Mario Acosta Chaparro, y otros policías fanáticos, como Luis de la Barreda, Francisco Sahagún Baca, Marcos Cavazos, Jesús Miyazawa, José Salomón Tanús, Jorge Obregón Lima y Florentino Ventura –enseñé a mis hombres a ser fanáticos como los jóvenes que combatía, declaró a este diario–, profundizaron la guerra sucia (botín de guerra incluido) y cometieron crímenes de Estado o de lesa humanidad contra integrantes de grupos guerrilleros y opositores pacíficos, sindicalistas, activistas sociales, estudiantes, académicos e intelectuales.

Pieza clave de una cadena autoritaria-servil como engranaje de una estrategia de Estado diseñada para eliminar opositores políticos y generar terror, Nazar Haro fue, además, uno de los arquitectos del actual régimen de tipo delincuencial y mafioso, ya que él y sus guerreros sucios financiaron sus actividades ilegales contratando vendedores de drogas como Ernesto Fonseca (Don Neto) y Rafael Caro Quintero, y tras la matanza de 12 narcotraficantes colombianos en el río Tula a manos de Sahagún Baca y Tanús (Hidalgo, 1981), florecieron las grandes bandas de la economía criminal que, integradas por delincuentes comunes, militares y policías en actividad o retiro (el propio Nazar fue incriminado en Estados Unidos como jefe de una banda de robacoches), llegan hasta el presente y permean los dos bandos (el bueno y el malo) de la guerra de Calderón.

Huelga decir que el homicidio en todas sus formas, la tortura, los tratos crueles, las mutilaciones y las desapariciones forzadas practicadas hoy por agentes estatales émulos de Nazar Haro, violan el derecho que regula los conflictos internos y numerosos convenios sobre los derechos humanos. Y que la impunidad proverbial de Nazar alienta a quienes, como él, pueden ser devotos padres de familia y asesinos a sueldo de un sistema de dominación clasista.