abiendo leído la novela de Stieg Larsson y visto la adaptación del sueco Niels Arden Oplev, Los hombres que no amaban a las mujeres (2009), resulta difícil enfrentar la versión hollywoodense, La chica del dragón tatuado, con una mente fresca y desprejuiciada. Uno confiaba en que el talento de David Fincher le daría un giro novedoso o, por lo menos, una atmósfera más siniestra. La secuencia de créditos así lo promete, con esas imágenes negras y viscosas moviéndose al ritmo de una versión pulsante de La canción del inmigrante, de Led Zeppelin. (Es más, uno pensaría que Fincher había vuelto a la franquicia de Alien).
La expectativa se queda algo corta. El guión de Steve Zaillian es en esencia fiel al texto de Larsson y, contando con un metraje de 158 minutos, abunda en los detalles genealógicos de la familia Vanger que la película sueca había resumido. Según se sabe, la intriga gira alrededor del misterio que obsesiona al patriarca Henrik Vanger (Christopher Plummar), cuya sobrina favorita desapareció en 1966, quizá por culpa de algún integrante de esa familia, peor que disfuncional. Para investigar el caso contrata al periodista en desgracia Mikael Blomqvist (Daniel Craig), demandado por libelo por un poderoso industrial.
Aunque renuente en un principio, Blomqvist se interesa en el asunto cuando empieza a descubrir una maraña de secretos turbios en los Vanger. Pero es hasta casi a la mitad del relato que el hombre empieza a contar con la ayuda del personaje epónimo. Claro, la chica en cuestión es Lisbeth Salander (Rooney Mara), esa afortunada mezcla entre lo punk, lo gótico y lo bisexual que se mueve como una especie de espectro hostil, cuyo talento es poder ingresar a cualquier computadora ajena y extraer sus secretos.
La habilidad narrativa de Fincher permite que uno se involucre en la trama a pesar de la repetición por tercera vez. El realizador posee bastante más estilo que Arden Oplev –apenas un técnico cumplidor– y la película se mueve con la urgencia de un perro de presa entre las actividades de Blomqvist y Salander. La investigación llega a revelar una serie de asesinatos en serie, el crimen predilecto del thriller contemporáneo, y todo adquiere un matiz mucho más tenebroso. Aún así, el cineasta no consigue envolvernos en un clima impregnado de malignidad y paranoia como lo hizo en sus anteriores Seven (1995) y Zodiaco (2007). Si bien se mantiene el apunte sobre cómo una sociedad en apariencia civilizada, como la sueca, oculta un sustrato de perversión misógina y antisemitismo, La chica del dragón tatuado no sugiere una mayor resonancia.
Su principal defecto –compartido por la novela de Larsson– es diluir el impacto de una acción que parece climática con varias resoluciones posteriores que recurren a la exposición verbal y al flashback explicativo, como en cualquier episodio de C.S.I. Incluso un último acto retribución de la heroína se antoja un colgado apéndice, mucho más adecuado si fuera el prólogo de la siguiente entrega.
La virtud central de ambas adaptaciones ha sido de casting. Así como la actriz Noomi Rapace era un hallazgo de la versión sueca, Rooney Mara fue una acertada elección, caracterizando a una Salander más joven y vulnerable. Igual es capaz de ejercer la venganza con una furia bíblica, pero sus delicadas facciones, deformadas por piercings y cejas oxigenadas, insinúan una inocencia corrompida por la maldad circundante. Por eso, su acercamiento afectivo con Blomqvist, expresado con escasos detalles, tiene un efecto conmovedor que contrasta con el tono parco y gélido de las demás relaciones. Si la película cuenta con un eje emotivo es gracias al sutil desempeño de Mara.
La chica del dragón tatuado
(The Girl with the Dragon Tatoo)
D: David Fincher/ Steve Zaillian, basado en la novela de Stieg Larsson/ F. en C: Jeff Cronenweth/ M: Trent Reznor, Atticus Ross/ Ed: Kirk Baxter, Angus Wall/ Con: Daniel Craig, Rooney Mara, Christopher Plummer, Stellan Skarsgard, Steven Berkoff/ P: Scott Rudin Productions, Yellow Bird Films, Film Rites, Ground Control. EU-Suecia, 2011.
Twitter: @walyder