Homofobia
os dos eran muy apreciados por la feligresía católica de los barrios de Bogotá, donde llevaban varios años de párrocos. Ambos habían obtenido doctorados en bioética y teología, y siempre hablaban durante los oficios religiosos de vida, paz, amor, honestidad. Por eso causó tanta sorpresa la noticia de que Richard Piffano, de 37 años, y Rafael Réatiga, de 36, habían pagado a sicarios para que los mataran.
Cuando aparecieron sin vida el 26 de enero del año pasado, las investigaciones apuntaron a que la causa de los crímenes había sido el robo, pues desaparecieron algunas de las pertenencias y el dinero que llevaban los sacerdotes. Desde entonces, especialmente las organizaciones católicas, exigían a las autoridades dar con el paradero de los asesinos. Cabe señalar que en Colombia fueron victimados el año pasado seis sacerdotes, uno de ellos por la guerrilla.
Todo hacía pensar que estos dos asesinatos también quedarían en la impunidad. Mas, de pronto, la investigación dio un giro sorprendente: se comprobó que Piffano y Réatiga habían pagado 7 mil 500 dólares a dos sicarios para que les ayudaran a cumplir el pacto de muerte que convinieron al enterarse que tenían una enfermedad incurable.
Las autoridades lograron establecer plenamente que los dos sacerdotes contactaron a sus asesinos días antes del crimen. Que pusieron todas sus cosas en orden y cancelaron cualquier compromiso posterior al 26 de enero, cuando fueron encontrados muertos en un vehículo al sur de Bogotá. Inclusive uno de ellos traspasó previamente todos sus bienes y valores a su madre.
Los asesinos hacían parte de una red delincuencial dedicada a estafar incautos con el señuelo de invertir dinero en operaciones que les reportarían elevadas ganancias de la noche a la mañana. Fueron localizados gracias al seguimiento que la policía hizo de las llamadas telefónicas que hicieron desde los celulares que robaron a los sacerdotes. Por ellas comprobaron que se reunieron con éstos varias veces antes del crimen y que hubo llamadas para concertar el desenlace final.
Ahora está claro que los dos jóvenes sacerdotes no querían decepcionar a los feligreses que tanto les respetaban. Y no era para menos, pues realizaron una gran labor social, además del aire de renovación pastoral que imprimieron a su trabajo. Tampoco querían causar un dolor mucho mayor a sus familias.
Como es costumbre, la jerarquía eclesiástica guardó silencio ante la verdadera historia de lo ocurrido. No así varias organizaciones ciudadanas que exigieron termine ya la política homofóbica impuesta por quienes gobiernan desde el Vaticano a la Iglesia católica. También pidieron a los medios tratar este lamentable hecho con objetividad y en su contexto humano y social.