l campo cuenta potencialmente con los recursos para alimentar a un México de 150 millones de habitantes, aunque es necesario invertir copiosamente para corregir el manejo extractivo actual de esos recursos y para aprovechar sus reservas. En su condición actual, la producción de alimentos es ya crecientemente deficitaria. En el periodo reciente, la dependencia alimentaria de maíz promedió 31.9 por ciento; la de frijol, 8.2; de trigo, 42.8, y de arroz, 67.9. La prolongación de esa tendencia sugiere la insostenible situación de que, hacia el año 2025, habría que importar uno de cada dos kilos de maíz consumidos en México. No hay soluciones mágicas
para enfrentar esta problemática. Ni el cultivo de maíz transgénico, que implica grandes riesgos y que no aumenta los rendimientos, ni la autoproclamada agricultura de conservación
del proyecto Modernización Sustentable de la Agricultura Tradicional (Masagro) –ambas apoyadas de manera contingente por el Estado mexicano– serán la solución al déficit del campo mexicano.
El campo cuenta con 31 millones de hectáreas de tierra de labor (24.7 de temporal y 6.3 de riego), recibe anualmente mil 530 kilómetros cúbicos de agua dulce, posee rica diversidad genética de más de 90 especies cultivadas (domesticadas en Mesoamérica), de sus parientes silvestres y de su biota protectora, y está aprovechado en 4 millones de unidades de producción. Lo más sobresaliente del manejo depredador e ineficiente de estos recursos, pero no lo único, es: 1) la mitad de las tierras de temporal se siembra en laderas desprotegidas contra la erosión hídrica, experimentando una alarmante pérdida de sus suelos, 2) el uso sin restricción de agroquímicos del sector empresarial causa la eutrofización y contaminación de cuerpos de agua, como el Mar de Cortés, 3) la eficiencia promedio con que se riega en los grandes distritos de riego es apenas de 37 por ciento, y de 57 en las unidades de riego; muchos de los grandes distritos de riego fueron construidos sin sistema de drenaje de aguas, lo que se asocia al riesgo de ensalitramiento de sus suelos; a la vez, la erosión hídrica en sus cuencas altas causa el azolvamiento de las presas.
Este manejo depredador de recursos es ya insostenible. Ante los retos del cambio climático, la producción de alimentos se vuelve aún más vulnerable al aumentar la demanda de agua y los episodios de temperaturas extremas. La seguridad alimentaria está en franco riesgo. El Estado mexicano no puede seguir desentendiéndose de esos grandes problemas.
Las reservas de recursos del campo que se pueden aprovechar para la producción de alimentos son considerables: 1) alrededor de 9 millones de hectáreas de tierra de calidad agrícola en el campo mexicano del sureste, 2) también ahí hay agua dulce no aprovechada para el riego, con un monto que casi duplica la capacidad actual de todas las presas del país, 3) diversidad genética de cultivos nativos (entre estos, el maíz y el frijol), sus parientes silvestres, y su biota protectora, 4) clima privilegiado en el sureste para los cultivos anuales en el periodo otoño-invierno, 5) un mayoritario sector campesino cuyo potencial productivo ha sido gratuita e injustificadamente descartado de los programas oficiales de fomento.
Hay dos grandes tareas nacionales consistentes con la seguridad alimentaria actual y futura ante el cambio climático: a) incrementar la disponibilidad de agua para los cultivos (tanto en términos de intensidad como de capacidad), y b) incrementar la tolerancia genética de los cultivos a la sequía y a las temperaturas extremas. Existen soluciones técnicas y líneas de investigación en México y el extranjero para abordar la primera tarea. La segunda, involucra retos a la ciencia aún no resueltos. La tolerancia a la sequía y a las temperaturas extremas son caracteres de herencia poligénica compleja, no mejorables significativamente mediante la manipulación de un solo gene, como lo persiguen los desarrollos transgénicos disponibles en el mercado. En cambio, el mejoramiento genético clásico (MGC) sí tiene herramientas que le han permitido avances significativos en ese tipo de herencia poligénica compleja –como es el caso del rendimiento–, pero sólo en largos periodos de tiempo. La colaboración entre el MGC y la biología molecular puede acelerar el buscado avance. También la agricultura campesina podría ofrecer un atajo para ese avance. Durante siglos, los campesinos mexicanos han sembrado cada año estratosféricas cantidades de genotipos diferentes de maíz nativo –que actualmente se aproximan a 100 mil millones–, en 4.5 millones de hectáreas dispersas en el país. Siendo la polinización cruzada la estrategia de reproducción del maíz (proclive al flujo génico), es ampliamente probable la aparición conjunta de a) genotipos dotados de tolerancia genética a la sequía y a temperaturas extremas, y b) eventos de sequía y de temperaturas extremas en las siembras de maíz nativo y en sus parientes silvestres. Éste es un espacio privilegiado de la ciencia, para buscar y aprovechar los caracteres deseados para la seguridad alimentaria de la nación. Este espacio no se debe exponer de manera gratuita a la contaminación con ADN transgénico, a la privatización por parte de monopolios agrotecnológicos, o bien a su reducción programada implícitamente en Masagro, porque compromete innecesariamente la seguridad alimentaria futura de la nación y del mundo.
* Investigador Nacional Emérito. Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias, INIFAP. Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad, AC