l año avanza vertiginosamente y estamos apenas a unos meses de las elecciones. Estas siempre son un asunto de relevancia, pero cada vez nos jugamos más con ellas. Este es el caso ahora. El terreno en el que se desarrollan la política y la acción social se hace más fangoso.
Sabemos lo que nos jugamos con el próximo cambio de gobierno federal y del Congreso. No se necesita una especial sabiduría, sino la experiencia individual y colectiva de vivir aquí; también una capacidad de memoria que cuesta mantener clara, pues se atenta contra ella a diario por muy diversos medios. No podremos aducir, en principio, que fuimos presas de engaños.
La sensación de fragilidad, escepticismo y desconcierto se extiende ante los hechos, lo que se dice con respecto a ellos y, sobre todo, frente lo que se hace y no se hace. La responsabilidad es un concepto más bien laxo en la forma de gobernar en este país; puede decirse, también, que se hace más floja como práctica social. En ambos casos se encuentran siempre excepciones, no pocas, precisamente, eso son.
Da la impresión de que las cosas transcurren en un entorno en el que se convierten en una serie constante de anécdotas. Así es como acaban siendo hechos turbadores y hasta trágicos como la reciente fuga de un violador y asesino confeso de las instalaciones policiacas en el estado de México, o bien los casi 300 muertos asociados con el narcotráfico en Nuevo León tan sólo en los dos primeros meses del año.
Así terminan siendo muchos asuntos cruciales en el campo de los negocios como es el caso de la aerolínea Mexicana, o la incapacidad de siquiera ordenar las prácticas del mercado en el sector de las telecomunicaciones y que se expresan como rivalidades y bravuconadas entre los más grandes empresarios y la marginalidad de quienes deben regular esa actividad e imponer prácticas de competencia.
De esa manera se trata la comprobación diaria del aumento de la informalidad en la sociedad, que va de la mano de una mayor precariedad de la ocupación. Hasta se encuentran sabiondas explicaciones de las ventajas que eso tiene para la gente, mientras hay una fuerte crisis de empleo.
Y de la misma manera ocurre con cuestiones asociadas con la estructura misma del Estado mexicano. Una muestra es la pésima gestión de Pemex y de los hidrocarburos que son propiedad de la nación; el aumento de su deuda y los abusos patrimoniales que ahí se cometen. Año tras año, sexenio tras sexenio es la misma historia que mantiene la dependencia fiscal del petróleo y que se cuenta y se comenta ya como una mera anécdota.
Anecdótica parece también la degradación de la política como actividad esencial en una sociedad compleja como la nuestra. Basta señalar el papel de los partidos políticos y el significado de la persistente descomposición del PRD. En esta materia, la impunidad, el abuso de los recursos públicos y la falta de rendición de cuentas es parte del esquema de repartición de privilegios.
La práctica democrática va, igualmente, en camino de volverse una anécdota con todo y su organización en el Instituto Federal Electoral. Su existencia como órgano ciudadano fue más bien efímera y es, otra vez, un mecanismo de control de los centros más esclerotizados del poder y una forma de usar los enormes fondos de los que dispone.
Anécdota, dice su definición, es un relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento
. Así aparecen los análisis y consideraciones de quienes administran la economía y que se reproducen con una eficacia notoria cualesquiera que sean los responsables y el partido que gobierne.
Los discursos corresponden a una versión de los hechos y las situaciones que se alejan de la experiencia cotidiana de la gente en sus actividades diarias, sobre todo para conseguir un ingreso, mantener un negocio, sostener un cierto nivel de bienestar o ampliar el horizonte de las expectativas.
La versión oficial y la de sus fieles acompañantes es la de una fantasía organizada
, como describió Celso Furtado el modo en que se plantea el pensamiento económico convencional. En el fondo y aunque se admitan ciertas limitaciones o carencias, se asemejan al doctor Pangloss y a la convicción de que las cosas son lo mejor posible, y la sociedad es el Cándido que padece las consecuencias.
Las tendencias del desenvolvimiento de la economía se piensan como si fuesen un subibaja; la atención se centra en el dato más reciente, sobre todo, aquel que sirve para hacer una apología de las políticas públicas, ya sea que se esté arriba o, incluso, abajo del balancín. Balances y equilibrios de las cuentas son las nociones preferidas, como si se tratara de una labor elemental de tenedor de libros, cuando la sociedad tiene desajustes esenciales que se profundizan.
Sería mucho más adecuado y valedero situar las tendencias en el marco de un sistema y de su proceso de desarrollo. Este modo de pensar generaría una representación muy distinta de los fenómenos sociales, de sus diversas expresiones y consecuencias. No sería una versión tan cómoda de las convicciones prevalecientes y de las prácticas de la gestión de las cosas públicas.
Estas anécdotas no son asunto de entretenimiento y lo que tienen de curiosidad convendría situarlo adecuadamente en el centro del análisis de lo que pasa en esta sociedad.