Lindos y bien presentados, pero mansos a más no poder, los toros de J.M. Arturo Huerta
Nada pudieron tampoco Humberto Flores y El Cuate ante la falta de casta de las reses
Lunes 12 de marzo de 2012, p. a46
Qué bonitos se veían en las corraletas. Había uno clásicamente goyesco: blanco por arriba y por abajo, del morrillo a la grupa; negro como la noche por delante y por detrás, y bien puesto de pitones. También había un cárdeno salpicado de nieve en las patas traseras, y dos negros zainos, más bien entecos. Era un hermoso y bien presentado encierro el que mandó el ganadero poblano José María Arturo Huerta, de la estirpe de don Reyes Huerta. Algunos de sus ejemplares habrían podido quedar finalistas en un certamen de belleza.
Lo malo fue que en cuanto saltaron al ruedo mostraron el cobre: aunque hubieran sido premiados por su fina estampa en una exposición, no eran bravos ni mucho menos. Unos se quedaron inmóviles bajo el peto del caballo –como si esperaran con resignación a que terminaran de inyectarlos y estuviesen dispuestos a soportar el dolor flojitos y cooperando– otros intentaban quitarse la vara con los cuernos, otros fueron encerrados entre el jamelgo y las tablas, pero huyeron a la primera oportunidad.
Y los que no se rajaron de plano, como el segundo de la tarde, sacaron el genio
, o sea la violencia defensiva de los mansos, colándose al final de los muletazos, buscando el cuerpo del torero, frenándose en seco para revolverse y dar la puñalada trapera, o alzando la cabeza cuando debían humillar. Un desastre, en pocas palabras, para el tesonero criador poblano, que bien haría en sacrificar su hato, conseguir nueva simiente y volver a empezar de cero, porque si persiste en reproducir los guapos rumiantes que escogió para la corrida de ayer, sólo seguirá acumulando sinsabores y decepciones.
A la vigésima y penúltima función de la temporada de invierno 2011-2012, en una Plaza México que lució tan vacía como el estadio Azul durante la toma de protesta de Josefina Vázquez Mota por la mañana, comparecieron tres talentos de la torería nacional, a quienes la mala leche de las empresas del ramo, comenzando por la que encabeza Rafael Herrerías, se han empeñando en frustrar sus carreras.
Con todo el pundonor y la entrega que atesora, y sin que nadie le tome en cuenta los muchos triunfos que ha cosechado, Humberto Flores, de negro y oro, procuró bordar con capote y muleta al que abrió plaza –en un ruedo que fue cubierto a medias de arena seca después del aguacero que pospuso el paseíllo más de 30 minutos–, pero todo le resultó imposible.
Peor le fue con el cuarto del sorteo, que huía desde que salió, y bien hizo en matar a ambos echándoles la muleta a los belfos y hurtando el cuerpo, como en un par al quiebro, a la hora de hundir el acero. Al gran Marcial Herce, a quien Herrerías sacó de la México cuando empezaba a interesarle de verdad al público, le tocó el goyesco, que muy bien combinaba con su terno color rompope con bordados en pasamanería negra, aunque a la hora de la verdad el bonito bicho se le rajó y corrió a refugiarse desde los medios hasta las tablas.
A su segundo, uno de los zainos más anovillados, que no tenía un pase ni para entrar al acto de Vázquez Mota, lo pinchó hasta que le sonaron los tres avisos, pero no se le fue vivo porque lo tumbó a golpes de descabello en medio de protestas histéricas. Y por último, a Alberto Espinosa El Cuate, que llegó de jengibre y oro, no le fue mejor y tampoco será recordado por esa tarde, la de ayer, que fue tristísima... para los buenos aficionados panistas.