Los juveniles auriazules no sabían cómo actuar cuando alcanzaban la media cancha
Las Águilas también tuvieron las bajas de Adolfo, Rojas y Reyes
Benítez fue un dolor de cabeza para la zaga felina
En el complemento la UNAM mostró más garra con Bravo al frente, quien provocó un penal
Lunes 19 de marzo de 2012, p. 2
No hubo ninguna sorpresa en el Azteca. Si acaso por momentos Pumas consiguió encarar de forma insolente al América, pero sólo eso: ciertos arrebatos de un puñado de jóvenes entusiastas que no pudieron evitar la derrota 1-2.
Parecía el grandulón que hace bullying contra el más pequeño de la clase. Al menos así se mostraban los papeles con los que llegaban las Águilas y los auriazules en el coloso de Santa Úrsula durante los primeros 30 minutos del encuentro. Después, los de Coapa pecaron de arrogancia o pereza y dejaron la pelota para que los felinos intentaran faltarles el respeto en su propia cancha.
Ambos equipos tenían ausencias importantes. América sin Rosinei Adolfo, Óscar Rojas y Diego Reyes. En Pumas no estaban David Cabrera y Fernando Espinosa, pero el verdadero vacío fue la figura de Darío Verón, que pesaba no sólo en la central, esa zona en la que se hicieron más letales los amarillos, sino también en los avances: todo el equipo universitario contenido e incapaz de pisar el área rival. El paraguayo fue el lado flaco de los auriazules.
Sin el defensa y capitán en la coordinación de la zaga y para organizar la salida, Pumas lucía romo, con un puñado de jovencitos atemorizados que no sabían qué hacer una vez que alcanzaban la media cancha. En las pocas salidas cuando llegaban a esa zona, los canteranos volteaban como esperando la instrucción de alguno de sus mayores, pero esa voz no se escuchaba.
América, en cambio, parecía más musculoso que nunca, agresivo e incontenible. Chucho Benítez era un demonio desbocado que gambeteaba y corría ante la mirada desesperada de los felinos. El ecuatoriano descubrió muy pronto que por la central había quedado un hueco que si sabían explotar les daría buenos resultados.
Y para advertir lo que se les venía, cuando apenas transcurrían tres minutos, Daniel Montenegro envió una disparo sin piedad que se fue apenas unos centímetros por arriba del marco de Alejandro Palacios.
A los nueve minutos, una triangulación entre José María Cárdenas y Benítez terminó en penal. El auriazul José García entró fuerte sobre Chema y el árbitro decretó la pena máxima. El tiro fue cobrado por Benítez con fuerza al centro del arco de Palacios.
Luego de esa anotación América bajó los brazos y permitió que, tocados en el orgullo, los auriazules salieran con toda la ambición de los novatos que quieren conquistar un nombre.
Pumas empezó a ganar balones y, aunque le costaba pisar el área rival, el empuje de Martín Bravo logró hacer su primera incursión, casi a los 30 minutos.
El argentino trabajaba revolucionado, con carreras desesperadas, como si supiera que de él dependería gran parte de la lucha hombre a hombre, a veces excedido en gambetas y bicicletas que hablaban de su formación en los rudos potreros de su país.
A punto de terminar el primer tiempo Chucho Benítez seguía siendo una amenaza por el centro de la cancha; olisqueaba los espacios, miraba de reojo a sus compañeros, sobre todo a Chema, con quien había orquestado la jugada que terminó en penal. Parecía que el segundo tanto del América caería para sellar antes el descanso.
Montenegro estuvo a punto de conseguirlo en un contragolpe desquiciado con el que se internó al área de Palacios. Con la ausencia de Verón, ésa era zona franca para los americanistas.
Rolfi cedió la pelota a su costado para que el Hobbit Bermúdez sentenciara, pero el pequeño atacante sólo atinó a dar un golpe raquítico que arruinó el plan maestro del argentino.
Pumas regresó recargado, como si hubiera operado un cambio milagroso. Volvió con garra para hacer la proeza en la cancha de sus odiados enemigos.
Orrantia fue el primero que lo intentó, en un desborde por la derecha con un servicio que no tuvo a nadie para rematar por el aire. Otra vez el nombre de Verón resonaba en la cabeza de todos.
Fue al minuto 55 cuando Bravo desbordó por la izquierda y encaró a Mosquera. Una gambeta que prometía peligro serio fue frenada con maña por el colombiano dentro del área, por lo que el árbitro Jorge Pérez marcó un penal favorable al cuadro universitario.
El cobro fue discutido entre Bravo y Juan Carlos Cacho, y este último fue quien se encargó de ejecutarlo. Midió la pelota y apenas tomó vuelo, para tocar sutilmente y encajar un gol en ralentí para empatar el encuentro.
Ese gol envalentonó a los jóvenes auriazules, que empezaron a cobrar confianza y a pelear terreno. Gran parte del equilibrio de Pumas dependía, sin embargo, de la energía de Bravo.
Fue en ese momento cuando la pelea se trabó y las llegadas empezaron a administrarse hacia ambas porterías.
América dejó hacer a Pumas, pero parecía que estaba convencido de que tenía que cobrar su condición de local. Benítez le exigió a Palacios uno de esos lances que hacen que los aficionados se lleven las manos a la cabeza y que los arqueros aceleren su pulso cardiaco.
Tal vez fue la inexperiencia de algunos jóvenes universitarios, pero José García no supo administrar la fuerza en un choque contra Paul Aguilar, lo que le costó su segunda amarilla y la expulsión de la cancha.
Con un hombre menos se abrieron espacios que los americanistas empezaron a aprovechar. Se fue derrotado el joven puma y detrás de él también fue echado el técnico americanista Miguel Herrera.
Entró Matías Vuoso por Jesús Molina y por fin cayó el gol que se vaticinaba minutos antes. Juan Carlos Medina sirvió un centro de manufactura impecable; Palacios se comió la carnada y salió del marco, Vuoso recibió y picó de manera soberbia.
Abatido, el arquero de Pumas golpeó el césped porque su equipo estuvo a punto de llevarse un empate.