Preguntitas
ntes de buscar blindajes para la tauromaquia y de culpar a los otros
de la decadencia de la fiesta de los toros, cada país taurino de Latinoamérica necesita responderse con lucidez:
La tauromaquia: ¿Es patrimonio de quién, conservado bajo qué criterios y compartido en qué términos? Como expresión idiosincrásica y cultural, ¿de quiénes? ¿A qué niveles de involucramiento comunitario? ¿Con qué estrategias de difusión e imagen y en qué dirección? ¿Para beneficio de cuántos y por decisión de quiénes? ¿Son suficientes los rangos de autenticidad del actual toro de lidia? ¿Su comportamiento provoca en los públicos emoción o diversión?
¿Imposible desarrollar una tauromaquia propia con estándares internacionales? ¿Es la fiesta de toros que podemos o la que han impuesto algunos? ¿Por qué no existe un mercado común taurino latinoamericano? ¿Criollos, mestizos e indígenas carecen de expresión tauromáquica? ¿Es ocioso buscar la identidad taurina de los países de la región? ¿La creciente ausencia de aficionados y público no obliga a modificar esquemas?
¿Sólo España es capaz de tener autonomía taurina? ¿Son excluyentes sus métodos de organización, formación y difusión? ¿Los taurinos latinoamericanos no pueden o no quieren una fiesta taurina de exportación? ¿Los públicos ya no precisan espejos toreros propios para reconocerse y enorgullecerse? ¿Es más rentable admirar a figuras extranjeras que verse en las propias?
¿Sentido y servicio se reducen a la importación anual de ases europeos? En nuestros países, ¿el desinterés hacia esa tradición por parte de los presidentes latinoamericanos constituye el mayor obstáculo para el toreo? ¿Son los mal instruidos pero patrocinados antitaurinos y los compasivos animalistas las mayores amenazas al desarrollo de la fiesta de toros?
Si peruanos, ecuatorianos, colombianos, venezolanos y mexicanos aficionados a los toros no sabemos responder con honesta madurez a estos y otros cuestionamientos acerca de la frágil situación taurina de nuestros pueblos, es ocioso intentar una defensa seria de la fiesta, sustentada en una práctica colonizada, desigual, racista, autorregulada, irresponsable y sin rigor de resultados taurinos, y en la aceptación implícita de ese estado de cosas que, lejos de atenuarse, evidencia su deterioro, gracias al contraproducente actuar de espaldas al público y a la sociedad por acomplejados ricos y autoridades destempladas.