Electores ya no quieren dar cheques en blanco
a gobernantes
Lunes 2 de abril de 2012, p. 30
Bordeaux , 1° de abril. Tres semanas antes de la primera vuelta de la elección presidencial, a diario se publican en la prensa francesa sondeos que fluctúan. Alternan Nicolas Sarkozy (UMP), presidente, quien busca relegirse, y François Hollande (Partido Socialista), en primer y segundo lugares, con un promedio de 28 por ciento de intenciones de votos, y Jean-Luc Mélenchon (Frente de Izquierda) y Marine Le Pen (Frente Nacional, extrema derecha) en tercer y cuarto sitios, con 15 y 13 por ciento. En cambio, para la segunda vuelta la situación sigue estable: frente a Nicolas Sarkozy, François Hollande ganaría con 54 por ciento de sufragios.
La mayoría de los candidatos ya presentaron los principales lineamientos de sus programas, menos Sarkozy, quien los anunció para los días próximos. Mientras tanto, muchos diarios y revistas publican números especiales sobre el balance del gobierno electo en 2007 y sus reformas, tratando de explicar el antisarkozismo de una parte de la población y la responsabilidad del presidente y su partido en la crisis económica interna.
Todo empezó el día de la elección presidencial, el 6 de mayo de 2007, cuando el nuevo mandatario fue a festejar su victoria a uno de los restaurantes más selectos de París, el Fouquet’s, con 55 invitados especiales. Muy bien representadas estaban las grandes empresas que cotizan en la bolsa. Siguieron las vacaciones en el yate de uno de los hombres más ricos de Francia. El que pretendía cambiar el país apareció pronto como lo que iba a ser descaradamente: el presidente de los ricos
, representante de una derecha cuyos únicos valores se concentran en el dinero, la bolsa y los paraísos fiscales. El llamado paquete fiscal
exoneró de impuestos (15 mil millones de euros) a las fortunas más grandes y desestabilizó el presupuesto del Estado. Las arcas del país están vacías
, afirmó cínicamente Sarkozy en febrero de 2008, para justificar la modificación de las leyes laborales (flexibilización de los contratos, despidos no justificados).
Todavía no se vislumbraba el vacío cultural e intelectual en que el presidente más reaccionario y vulgar que haya tenido Francia iba a hundir el país. Hombre de poca cultura, literaria e histórica por lo menos, ha manifestado un desprecio real por la cultura, odio a los intelectuales, y ha favorecido la sociedad del espectáculo, en la que ha sido omnipresente. Su distorsión de la historia nacional e internacional (entre otros, el discurso neocolonial de Dakar); sus lances sobre los enfermos mentales y la siquiatría, los magistrados, los jueces, las cárceles y los delincuentes, los migrantes, los jóvenes de los barrios populares, los extranjeros, los indocumentados y los desempleados, son una vergüenza para los franceses. También la firma en Lisboa del tratado europeo, rechazado por los franceses en las urnas y, finalmente, ratificado por el gobierno. De igual forma la participación en la guerra contra Libia, en que Francia y Gran Bretaña violaron el mandato de la Organización de Naciones Unidas.
En el campo social, la estocada la dio el gobierno con la reforma a las jubilaciones, presentada como necesaria para la adaptación al mundo actual
. Millones de trabajadores, en las calles de Francia, padecieron uno de los fracasos más importantes del movimiento social.
Pero hoy, muchos electores se preguntan si cambiar de presidente garantizaría un cambio real.
El empleo continúa siendo la preocupación mayor de los franceses. En febrero se contaban 2.9 millones de desocupados y más de 4.5 millones de trabajadores en actividad reducida.
François Hollande propone crear 500 mil contratos de generación
–contratación de tiempo completo de un joven de menos de 30 años, acompañado por un trabajador experimentado (hasta la jubilación del segundo)– y 150 mil para los jóvenes de los barrios populares. Además, en cinco años se crearían 60 mil puestos en el sector educativo.
Para el Frente de Izquierda hay que restablecer primero las 35 horas semanales, con la contratación correspondiente de trabajadores en todos los sectores, sobre todo en el sector público, y suprimir progresivamente las horas extras. Realizar cada año reuniones regionales para el empleo, que definirían necesidades y objetivos con todos los interesados de la sociedad civil.
La segunda preocupación de los franceses es el poder adquisitivo.
Para el Partido Socialista, después de la elección se podría aumentar el salario mínimo (mil euros actualmente) en el marco de una negociación con sindicatos y empresarios.
El Frente de Izquierda quiere un salario mínimo de mil 700 euros, porque daría alivio a las clases populares y arrastraría los otros salarios hacia arriba.
Pero, finalmente, si el contenido de los programas políticos es importante, también la manera en que se van a aplicar. Los electores ya no están para firmar cheques en blanco. La exigencia de participación y control ciudadano se va abriendo camino. A los candidatos les queda tres semanas para convencer.