Cómplices autocongelados
Verdugos con piel de defensores
Roberto Ximénez, aficionado
a fiesta de los toros será siempre termómetro confiable de la temperatura social y anímica del país donde esté inmersa; tan auténtica o acomodaticia como su gente. Este originalísimo encuentro sacrificial entre dos individuos mide la ética que debe sustentar el espectáculo, así como los niveles éticos del entramado político-jurídico-empresarial que lo sustenta, y el compromiso histórico-cultural de quienes fungen como sus promotores temporales, habida cuenta de que toda expresión del pueblo le pertenece a éste y no a los que dicen arriesgar, con o sin rigor de resultados, su dinero.
Si en los últimos 25 años sucesivos gobiernos que se soñaron progresistas y posmodernos, aunque sólo aumentaran su postración ante Estados Unidos mediante un desventajoso tratado de libre comercio y una globalización sin criterio, se desentendieron del espectáculo taurino, éste inevitablemente cayó en una autorregulación exagerada gracias a la indiferencia de partidos políticos y de gobernantes sometidos al pensamiento único.
El autorregulado duopolio taurino mexicano, perteneciente además a la elite económica mundial con fortunas de miles de millones de dólares, al no tener acotamiento alguno por parte de la autoridad decidió hacer una fiesta de toros a su imagen y semejanza, es decir, sin otra perspectiva que el amiguismo, sobre todo con figuras extranjeras, la dependencia anual de éstas y la nefasta reducción de la tradición taurina de México a tres o cuatro apellidos, a ciencia y paciencia de unos gremios pasivos y desunidos.
Este contubernio entre taurinos y autoridades en el último cuarto de siglo tuvo que traducirse en un espectáculo predecible e insustancial, fundamentalmente porque empresarios y apoderados de figuras importadas exigieron a ciertos ganaderos un toro con más docilidad que bravura y más repetitividad que peligro, sustituyendo la azarosa emoción de la lidia por una monotonía entretenida, de falsa ética, deficiente técnica y artificiosa estética.
Añádase la renuencia del duopolio taurino a crear figuras nacionales que mantengan el interés y la pasión del público mientras vuelven las importadas, una crítica especializada sobre todo en llevar la fiesta en paz para no hacerle daño
y la inexistencia de publicaciones que orienten a los taurinos y formen nuevos aficionados; el resultado es una tradición taurina degradada, a merced de analfabetas de dentro y de fuera. Por ello fue tan pobre la respuesta de los taurinos al amago de prohibir el espectáculo en el DF: se quitaron la capucha de verdugos para ponerse la gorra de defensores de una fiesta de grandeza que su frivolidad no ha sabido preservar, así el viernes se haya conjurado la amenaza de prohibición. Lo bueno es que estos tíos Lolos se premian solos.
Autocongelados los cómplices –autoridades, legisladores y taurinos–, como diría un visionudo ex mandatario y además aficionado de clóset: ante tanta negligencia sólo un milagro
hará que la fiesta de los toros retome el rumbo que le dio sentido y trascendencia socio-cultural en nuestro país. Pero la irresponsabilidad compartida y el daño causado por unos y otros, siguen vigentes.
“La fiesta brava vive no sólo de la tradición, sino además de las figuras de cada época –me dice el maestro internacional de flamenco Roberto Ximénez (DF, 1922), reconocido también como uno de los bailarines y coreógrafos más destacados del mundo–. Si no hay ese nivel de figuras, el público se desentiende. Traté al Soldado, a Procuna, a Silverio, cada uno con una expresión propia y extraordinaria. El toreo sube y baja como la bolsa, según los valores que haya. Se entiende: valores toreros, ganaderos, empresariales y de crítica, porque el público taurino aunque no sepa gran cosa es muy sensible. Si lo quieren engañar, más que protestar en las plazas simplemente se aleja de ellas.
En mi compañía de danza Ximénez-Vargas pusimos una coreografía en la que yo hacía de torero y mi socio y amigo Manolo Vargas, de toro. Fue un éxito. La vinculación de ambas expresiones, flamenco y toreo, es muy estrecha e incluso muchas figuras de ambas especialidades se han relacionado sentimentalmente. Aprendí guitarra flamenca para poder exigirles a los guitarristas. Tuve dos joyas: una Santos Hernández y otra Barbero. Las vendí no por el dinero, sino porque esos magníficos instrumentos tenían un gran destino que cumplir en manos de otros artistas
, concluye un Roberto Ximénez por el quien el tiempo no parece transcurrir.