Opinión
Ver día anteriorJueves 10 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Las relaciones sexuales de Shakespeare y Marlowe
C

on este malicioso y equívoco título Ximena Escalante escribió una obra laberíntica en donde magia, teatro, realidad y fantasía se mezclan en una trama en apariencia sencilla. Como ya se ha publicado en diferentes diarios, incluida La Jornada, a la muerte de Christopher Marlowe en una de sus muchas riñas de taberna su amante varón se da a la búsqueda de Shakespeare para cumplir la última voluntad del difunto de llevar al bardo rival las últimas escenas que escribiera, con el fin de que con ellas componga una obra maestra. El muchacho llega a la casa de Shakespeare, quien no está, y entrega a su amante femenina el manuscrito, con la encomienda de que se las haga llegar al dramaturgo. El recorrido de la analfabeta mujer (como solían serlo las féminas de la época) en busca de su amado y los personajes con los que se topa, conforman este texto que muy bien podría ser un homenaje al teatro. La amante, a la que la autora no dota de nombre –lo mismo que a los demás personajes excepto el propio Shakespeare– se topa con la esposa de su amante, con una bruja encantadora y su séquito, con un autor sin talento, un oso y una niña peculiar. La escena en que dialogan amante y esposa es una que reviste realismo y que aporta las razones de ambas, con lo que muy bien podría remontarse a nuestro siglo.

Todo este proceso es visto como un juego fantástico y musical por el director Mauricio García Lozano, quien ya en otras ocasiones ha trabajado textos de Ximena, en el lado lúdico de su quehacer y con el que empezó su carrera (Recordemos Las tremendas aventuras de la capitana Gazpacho de Gerardo Mancebo del Castillo). Desde un principio, el público que va entrando se encuentra ante la escenografía de Jorge Ballina consistente en baúles de madera dispuestos como pared, que luego serán removidos por actrices y actores para dar los diferentes escenarios, y al elenco preparándose para la función, con ejercicios de calentamiento, maquillaje y otros, un piano a un costado, el desorden total. Empieza la escenificación con una canción isabelina entonada por todos y acompañada al piano ya sea por el propio director o por el músico Pablo Chemor, ya que ambos doblan este papel y el del mismo Shakespeare que aparece al final y, a un gesto de García Lozano, se esparcen hojas de papel manuscritas de Romeo y Julieta. Se inicia la travesía de la Amante (Ilse Salas) aun en tiempo de lluvias escenificadas por un coro de cantantes con paraguas y su crucial encuentro con la bruja (la encantadora Clarissa Maheiros) que le irá mostrando las escenas de Marlowe herederas del teatro de sangre de Séneca, una de las cuales recuerda a Ofelia, tras lo cual el poeta sin talento (Luis Gerardo Méndez) se las arrebate y se pierdan para siempre. Antes de hacer mutis final, la bruja con su comitiva anuncian su salida al público y se despide, con lo que magia y teatro tienen otra atadura.

La malicia del director hace que la realidad y la teatralidad den un giro. Las supuestas escenas escritas por Marlowe se muestran en el escenario más realista y ordinario posible, un cuarto de baño moderno, mientras que la final aparición de Shakespeare tras un truco, se dan en el escenario del antiguo Globe Theatre, es decir, el teatro como la verdadera y la única realidad posible. En este juego y rejuego, las actrices y actores mueven los baúles para dar diferentes escenografías, como ese espacio en que la Amante y la Esposa (Aurora Gil) se encuentran, o las entradas y salidas de la Niña Peculiar (Damayanti Quintanar) con el oso. Pero a veces se siente que se retrasan acción dramática y acción escénica, a pesar de aceptarse lo caótico y laberíntico, y algún momento como el tango con el que no se quiso desperdiciar el talento de Ilse Salas como cantante, aparece como un pegote sin sentido que retrasa la acción, aunque los espectadores lo celebren. A pesar de ello, se trata de un montaje realizado con mucho brío, en el que colaboraron también, doblando como el resto del excelente elenco, Paula Watson y Juan Cabello. La dirección musical es de Pablo Chemor, con él mismo como músico acompañado por el director escénico y por Jacobo Lieberman, el vestuario fue diseñado por Mario Marín y Miguel Ángel Barrera como asesor en combate escénico.