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Ver día anteriorDomingo 13 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tiernos en la fe
L

a calle ahora llamada República de Guatemala en tiempos de México Tenochtitlan era parte de la calzada de Tlacopan, una de las cuatro que unía la ciudad mexica con tierra firme. En esta vía la orden religiosa de los agustinos adquirió varios predios con el fin de levantar un hospicio (albergue) para sus misioneros. El motivo detrás de esa decisión tiene su historia: los frailes nacidos en la Nueva España eran considerados tiernos en la fe. Por esa razón no eran enviados como misioneros al lejano Oriente, teniendo que venir de la península los encargados de evangelizar esas tierras, por ser el paso por este continente la ruta más corta. En la escala de descanso que llevaban a cabo en la ciudad de México, al descubrir la sabrosa vida capitalina, muchos perdían el interés en seguir al Oriente. Eso ocasionaba que solicitaran permanecer en la metrópoli, o en alguno de los espléndidos conventos que la orden tenía en todo el país.

Para evitar esas deserciones, los agustinos decidieron construir un hospicio para que los misioneros en tránsito se encerraran a reponerse del viaje, y prepararse para su dificultosa misión asiática. Manteniéndolos confinados lograban alejarlos de las tentaciones de la cosmopolita ciudad de México, en donde la vida religiosa era mucho más laxa y cómoda que en España. Así nació el Hospicio de San Nicolás Tolentino, a mediados del siglo XVII. Además de un templo, como acostumbraban las órdenes religiosas con muy buen ojo comercial, construyeron, también, casas para rentar. Una de ellas adjunta al hospicio se la alquilaron al Real Colegio de Minas, que unos años más tarde habría de trasladarse al imponente Palacio de Minería, que les construyó el arquitecto Manuel Tolsá.

A raíz de las Leyes de Reforma, en 1861, los agustinos se vieron obligados a abandonar sus propiedades; éstas fueron fraccionadas y vendidas a particulares. Al paso de los años el templo fue destruido y el hospicio y sus casas se tornaron en bodegas y vecindades.

La casona que había ocupado el Real Colegio de Minas, tras usos diversos, terminó en vecindad. Hace poco más de 20 años, la Sociedad de Exalumnos de la Facultad de Ingeniería (SEFI) la adquirió y se abocó a rescatarla. Como es usual, surgió el problema económico. Con ingenio, a uno de los miembros de la SEFI, el ingeniero Roberto Heatley, al enterarse de que en ese sitio había trabajado el barón Humboldt durante su estancia en la ciudad de México a mediados del siglo XIX, se le ocurrió acudir a la embajada alemana. Les platicó la anécdota, el proyecto y la necesidad pecuniaria y la representación diplomática aceptó dar un generoso donativo que sirvió para empezar la obra. Finalmente se concluyó con contribuciones de exalumnos, contratistas y el apoyo del entonces Departamento del Distrito federal.

La restauración requirió un laborioso trabajo que incluyó degollar el edificio y desmontar las columnas de cantera del patio para ponerles un interior de concreto y volverlas a cubrir con la hermosa piedra original; el resultado final es magnífico. Después de unos años, un tanto descuidada, ahora, la mansión recién pintada de ocre y muy arregladita, luce espléndidamente su sobria magnificencia. La Universidad Nacional Autónoma de México, que la custodia, ha instalado ahí una sucursal del Centro de Enseñanza de Lenguas Extranjeras .

Como homenaje a Humboldt quien sin saberlo ayudó a su rescate, hoy vamos a comer al Salón Luz, en el lugar que ocupa desde 1914, situado en la esquina de Gante y Venustiano Carranza. Justo enfrente se encuentra un señorial edificio que antiguamente albergó a la Compañía de Luz, lo que inspiró al germano que lo fundó para bautizar su establecimiento. Algunos de los platillos característicos son el perejil frito con salchichas, excelente para acompañar el tarro de cerveza. La sopa de la casa, con pollo, queso, verduras y huevo duro tiene fama de revivir crudos y no hay que perderse la carne tártara.