ué extraña alineación de los astros –o de la programación de las empresas del espectáculo, que ya viene a ser lo mismo– permitió que en una sola semana se presentaran en la ciudad de México, con impactos diferenciados pero muy fuertes, Patti Smith, Paul McCartney y Bob Dylan, ofreciendo memorables tocadas, y por lo menos los dos primeros conviviendo con los chilangos con inmenso afecto. Ciertamente ya pasa de todo por nuestra cartelera, no estamos en los años 60 o 70, cuando resultaba inimaginable que alguno de estos iconos mayores asomara por acá y le tocara a la gente sus rolas favoritas.
Si tomamos aire y deletreamos sin prisa la evolución del rock mundial, entre sus manifestaciones clave están queniqué los Beatles, Smith y Dylan. Además, ellos en particular dieron poesía a nuestra era. Una primera lectura del momento, mayo de 2012, podría ser que las autoridades aprovecharon los avatares del show bizz local para ofrecer a la banda otro poco de pan y circo en un país cansado de guerra y borracho de campañas electorales huecas y exasperantes. Tal vez, pero a quién le dan pan que no se lo coma. Y hace bien.
Sin duda los intérpretes de marras cobraron buen su billete (a eso se dedican), pero cada uno en su cuerda respectiva aprovechó la ocasión para pagar la suerte de deuda con México que cargan en sus respectivas mitologías. Pudo ser producto de un fenómeno aleatorio, pero ya entrados en gastos, los tres vinieron a tirarnos buena onda al mismo tiempo. Como artistas sensibles que son, saben que necesitamos apapacho, vibras positivas, ánimos. Mexicanos, agarren la onda, no se agüiten, ustedes son chidos, vamos. Estuvieron aquí para abrazarnos. Por eso los queremos tanto.
El gran Paul se llenó los bolsillos con su carísimo concierto en el estadio Azteca, pero se permitió tocar gratis en el Zócalo para el pópulo, despertando una sorpresiva beatlemanía de tercera o cuarta generación. Los chavitos salieron a la calle para aclamar a ese ruquito, ciertamente más cool que el Ratzinger del otro día. Y él, encantado ante un frenesí como en los viejos tiempos. Rato tiene que dejó atrás los 64, pero sigue sonando todo lo Beatle que uno quiera. La banda enloqueció.
Y no que les falten a los chilangos chicos sus dosis de Justin Biber, Lady Gaga o Shakira, pero la oportunidad de festinar al Beatle restante, pernoctar en la banqueta con cartelito y zarape, hacer su mini Woodstock en 20 de Noviembre, tentar a la intemperie y a la tira por un poco de rock, refleja que tienen ganas de algo, buscan pretextos para el entusiasmo, energía sí hay.
Patti Smith, quien por cierto atraviesa un nuevo periodo de sabiduría, lucidez e inspiración, cumplió su personalísimo capricho de venir a darles serenata a Diego y Frida en sus casas-museo. Forever punk, ofreció un sonoro concierto en el Anahuacalli, y tanto ahí como en la Casa Azul improvisó recitales acústicos en ofrenda a estos dos espíritus que tanto admira. Oírla cantarles Wing casi a capella, con el guitarrista de toda su vida, fue mágico (it was beautiful; un ala serías/en el cielo azul
). Y todo, muy conmovedor. Igual que McCartney, se dejó adorar y nos adoró.
No reunieron al mismo público las tres figuras. Ya ven que aquí la gente alcanza para todo. Eso sí, abuelos, padres, hijos: rifó gacho la cosa intergeneracional. ¿Cuántos de esos chavos fueron arrullados de pequeños con música de los Beatles o despertados con Like a Rolling Stone en la consola?
Incluso Dylan, desdeñoso, distante como es, como si lo mismo le diera estar en Pekín, Berlín o Detroit, regaló a su público, mayoritariamente juvenil, causas de catarsis y contento bajo las bóvedas de un inmenso templo laico de la secta Pepsi Cola al son de Highway 61 y All Along the Watchtower, diciéndonos pónganse abusados, que entre gitanos no se lee la mano, y la gente medio por instrumentos trataba de agarrarle el paso al siempre cambiante Dylan –ahora en vena rocabilly– coreando how does it feel? (¿cómo se siente, cómo se siente?) con mucho sentimiento. Digo, para un veinteañero de hoy, ni que fuera para tanto. En Monterrey, según reseñas, Dylan fue tan acogedor como bien acogido. (Por cierto, siempre ha tenido una idea bastante precisa de México
, pachecona, a su modo acertada; es el único de los tres que ocasional y anónimamente ha caminado nuestras calles.)
Patti, Paul y míster Zimmerman entendieron que a los mexicanos nos hacen falta señales de aliviane y simpatía. Nos convirtieron por un rato en su rocola y se portaron chido con el personal. Los tres han sabido dar luz y dar la lata, y Smith al menos las sigue dando, súper bien como siempre. Vinieron a traernos lo mejor de su mercancía: paz, poesía, júbilo y rock`n roll. Artistas consumados, saben que para eso están, y por lo visto piensan morirse en la raya. Aquí se portaron poca madre y la gente los adoró. Hay cosas peores, ¿no?