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Ver día anteriorDomingo 27 de mayo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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E

s curioso que una mujer, antes de convertirse en periodista y escritora, ya se apellide Brooks, palabra que, sin la erre, en inglés significa libros en español (con la erre, arroyos, pero no viene al caso, riachuelos, cañadas, quebradas, aunque se antojen y suenen bien, sobre todo al correr heráclitamente). De igual modo, la enciclopedia Wikipedia despierta mi curiosidad cuando advierte al lector que hay dos Geraldine Brooks, la periodista y escritora, y por otra parte, una actriz, que en 1925 había nacido en Nueva York y que moriría en 1977, en momentos en los que, en los confines de Australia, la nuestra se convertía en universitaria veinteañera. Y digo que estas simplezas no dejan de ser curiosas porque la artista de cine, teatro y televisión, hija de inmigrantes holandeses, en realidad se apellidaba Stroock (su papá era dueño de la empresa de vestuario para teatro llamada Brooks, y Geraldine adoptó este nombre para diferenciarse de su hermana mayor, que también era actriz y que públicamente había conservado el apellido Stroock). La autora nació en Australia, y adoptó la nacionalidad estadunidense en un raro periodo mundial de tolerancia y sensatez por lo que hace a la propuesta de acuerdos y legislaciones que facilitaran tener múltiples nacionalidades, en el caso de Brooks, sin que, por el honor, tuviera que perder o renunciar a la australiana. Es mamá de dos niños y esposa de un periodista judío de Estados Unidos a cuya religión se convirtió.

Pero los datos curiosos siguen, pues lo es el hecho de que, en tanto que la actriz como tal representaba papeles diferentes, la mujer de letras los creaba, o en todo caso, las dos han tenido que ver con la ficción y la representación. Parecería que la menor de las dos Geraldine Brooks creó personajes que su homónima podía haber interpretado.

¿Qué hay en un nombre? Mucho, ¿o no?

O tanto como puede haberlo en un título, que es otro nombre. La Brooks que escribe, y casi como corresponde y no sin intención, llamó People of the Book su novela de 2008, expresión que, advierte Wikipendia, puede referirse a este libro de Brooks tanto como a la terminología religiosa judía, o bien, a la musulmana. El relato es la historia de un Haggadah (o texto de la liturgia judía) específico, excepcional pues, curiosamente –¿asunto que llega a ser un sacrilegio?–, está ilustrado. Se trata de un muy especial manuscrito, del que se sabe demasiado poco. De ahí que Brooks tuviera el campo abierto para poder urdir una de sus historias posibles a lo largo del tiempo, de la España medieval del siglo XIV a la Yugoslavia en guerra del siglo XX.

A través de aventuras tramadas sobre bases históricas y experiencias directas, sólidamente documentadas y ágilmente narradas, ficcionalizadamente hace sobrevivir el manuscrito a amenazas que se originan, ya sea en cuestiones de religión o de política, en épocas de la censura y la hoguera durante la Inquisición, a tiempos del saqueo y destrucción durante el nazismo, argumentos que con ingenio y humor Brooks trenza además entre intrincadas existencias personales, incluida la de la narradora, una australiana experta en la conservación de manuscritos a quien Naciones Unidas encomienda el estudio y cuidado del Haggadah de Sarajevo, al acabar la guerra que desmembró a Yugoslavia entre 1991 y 1995, a la vez que refleja su confrontada relación con su mamá, y el encontronazo al que las circunstancias la orillan con su verdadera identidad.

Se podría decir que People of the Book tiene dos protagonistas, el Haggadah de Sarajevo, y una conservadora profesional de manuscritos antiguos. Y de igual manera, se podría decir que el tema es uno, y que consiste en la conquista del Haggadah auténtico y la conquista de la identidad auténtica de su conservadora profesional.

Si la descripción de People of the Book resulta curiosa, compararla con la descripción de la vida de su autora aumenta, al menos para mí, la curiosidad. Pensé en una frase, no sé qué tan sostenible. Si admirar no es ninguna virtud, pues no es sino la otra cara de la envidia, envidiar tampoco es ningún pecado, pues no es más que la otra cara de la inseguridad personal. Admirar es un error, y envidiar, un síntoma. Sea lo que sea, la lectura de People of the Book me llevó a leer cuanto pude sobre el libro y sobre su autora, a la que admiré/envidié durante una quincena pero con profundidad.