hora que el movimiento estudiantil #YoSoy132 ha tomado la plaza pública del ciberespacio y sus ondas expansivas alcanzaron calles y avenidas, conviene acercarse, me parece, a ese libro que es muchos libros por las voces que recoge y que publicó Elena Poniatowska hace más de cuatro décadas.
Si uno lee La noche de Tlatelolco en estos días puede entender con claridad por qué su autora asegura que los jóvenes de hoy son los de 1968.
Unos y otros han querido ser escuchados. Unos y otros –los de entonces con mimeógrafo y los de ahora con las redes sociales– han dicho su verdad para contraponerla a la verdad oficial, a esa verdad de la clase política tan llena de grandes frases y tan pobre de realidad. Clase que ya no monopoliza un solo partido sino varios que, lo hemos visto, van de una asociación política a otra.
También hoy como entonces han surgido las voces que los acusan de ser porros, revoltosos, fascistas, títeres manipulados por algún partido político. Ante afirmaciones tan contundentes uno esperaría pruebas rotundas y no el tartamudeo que apenas hilvanan las voces que pretenden descalificar a los miembros de ese movimiento.
En el material fotográfico de La noche de Tlatelolco y en los testimonios de ese gran coro que nos cuenta la historia de esos días terribles, podemos leer respuestas idénticas a las que hoy publican estudiantes de la Ibero, del Itam, de la Anahuac, de la UNAM, del Politécnico en sus muros, en sus blogs o en sus cuentas de Twiter: No somos porros, somos estudiantes
.
Octavio Paz vio en los acontecimientos del 1968 una crisis política, social y moral que, al parecer, no ha sido resuelta. Crisis que surge de la creencia de la clase política de que ella, y sólo ella, encarna
la totalidad de México.
¿No suena ridículo que los legisladores ofrezcan su foro a los estudiantes para ser escuchados? ¿Desde cuándo no escuchan a sus representados? ¿Desde cuándo dejaron de oír sus demandas por escuchar sólo la voz de sus partidos? ¿Tan divorciada de la sociedad se encuentra nuestra clase política?
La simulación no pude seguir siendo la forma de hacer política en México.
Lo dicen las consignas de hace más de cuatro décadas y las que encuentro ahora en las redes sociales: Con grandes mentiras no se resuelven los grandes problemas
. Se puede hacer política y ser apartidista
.
La sordera, la ceguera, la tentación autoritaria no son los mejores aliados para dirigir un país. O no por lo menos un país democrático.
El movimiento estudiantil de 1968 fue el parteaguas que sirvió para impulsar –a un costo terrible–, el proceso democrático en nuestro país. El movimiento estudiantil #YoSoy132, nos está haciendo ver que la crisis política, social y moral de entonces no ha sido resuelta del todo con la alternancia en el poder. No es posible seguir poniendo vino nuevo en viejos recipientes. No es posible seguir pensando a la democracia como un recurso retórico y no como ingrediente fundamental de la vida pública. La democracia parte del diálogo, del intercambio, del escuchar la voz del otro en vivo o en el ciberespacio.