egun La Jornada del viernes, se viven días de gloria en la izquierda y el movimiento Morena que encabeza Andrés Manuel López Obrador. Y así debe ser, porque esa enorme movilización popular despierta al fin conciencias y de alguna manera empata querencias de cambio con la de los jóvenes estudiantes que reclaman transparencia y equidad para la política democrática mexicana.
Las veleidades de la democracia son conocidas por todos y sufridas una y otra vez por no pocos. Pero gozar y sufrir es uno de los privilegios que acompañan a esa politica y nadie puede ni debe reclamar inmunidad a ese respecto. Lo que importa es saber reconocer los dilemas funfamentales y darle consistencia al discurso que inspira la aspiración de quien toma parte en la contienda.
López Obrador retomó el aliento popular de la democracia cuando propuso que por el bien de todos deberían estar primero los pobres. Algún ocasionado y más de un mal intencionado interpretó el lema como una exclusión, pero pronto hubo de admitirse que la propuesta conformaba toda una forma de entender y querer hacer gobierno. Hoy, López Obrador busca darle a la reconciliación un significado nacional y es en ese sentido profundo que debería también buscarse la impronta popular de su nueva, en realidad no tanto, convocatoria.
Más que de un cambio de rumbo, el llamado de la izquierda mexicana que encabeza AMLO es de un cambio de énfasis: lo que se juegan los mexicanos todos no es sólo su bienestar sino su seguridad básica y elemental. Y para obtener eso, que hace muy poco parecía ganado, se impone ahora una nueva ronda de sacrificios y contribuciones que sólo puede darse cuando la base social se hace presente y se vuelve pueblo y no sólo ciudadanía. Y es de eso que tiene que hablarse hoy a todo lo largo y ancho del espectro político nacional, cuyos perfiles fundamentales tan bien ha logrado detectar Andrés Manuel López Obrador.
Los ecos del desbarrancamiento europeo nos llegan insistentes, porque emanan de lo profundo de un mundo que soñó con una transformación sustancial del modo de vida sin tener que pasar por otra guerra. No hay tal, por hoy, pero el espectro de crueles experiencias extremas se hace presente en la visceral presencia de neonazis en Grecia o Francia y de ululantes liberistas en los propios Estados Unidos de América.
Todo ha sido escrito y todo querido olvidarse, en aras de nuevos y desdichados paradigmas. No está México esta vez en el epicentro del huracán, pero precisamente por eso tendríamos que hacer todos un ejercicio memorioso y ubicarnos en las coordenadas correctas de un globo que ha extraviado el rumbo y su sentido.
Equidad para aspirar a la igualdad; seguridad para promover convivencia creativa y bienestar; concordia para tan sólo dialogar. No es tanto lo que se requiere para darle a la aventura mexicana, en este tiempo del que se nos ha despojado por una violencia sin alma, un curso nuevo y justiciero.
El gran reto que tienen AMLO y su coalición es darle credibilidad a su oferta republicana y, al mismo tiempo, convencer a la sociedad y a ellos mismos de que aquella consigna popular y reivindicativa tiene actualidad y, sobre todo, sentido histórico. Con una pobreza encanijada y un desempleo que no se conmueve ante una demografía ansiosa, el país tiene ante sí la gran promesa de un cambio tranquilo que redite su larga y olvidada tradición de justicia social. Con democracia y participacion de los más no es poca cosa.