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Álvarez Bravo, mi maestro
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Manuel Álvarez Bravo, Héctor García y Fernando Benítez durante la inauguración de la exposición Grabados, de Bravo, en el Museo Soumaya, en mayo de 1998Foto La Jornada
Q

uien indudablemente influyó más en mi trabajo fue Manuel Álvarez Bravo. Sus maravillosas fotografías que destacan por la sencillez y belleza del blanco y negro, tienen el poder de transportar al espectador a otro universo.

Fue un creador en toda la extensión de la palabra. Allí, desde su lugar de acción, entre las cuatro paredes de su laboratorio nacían sus ideas, su percepción estética y su sentido de nacionalidad y humanismo que quedaron plasmados en toda su obra; fotos que transcendieron y le han dado la vuelta al mundo.

Su personalidad fue la de un artista de vanguardia. Lo que aprecian los críticos de arte, nacionales y extranjeros, es el carácter de su estética, natural y novedosa. Sus bonos como creador siempre estuvieron a la alza. Desde México mandó su mensaje al mundo, como otros artistas de su peso.

Álvarez Bravo fue un creador en plenitud y murió de cámara en mano. La anécdota de que una semana antes de fallecer salió del hospital y, en un tono de amabilidad y buen humor, pidió su cámara para fotografiar a los doctores que lo atendieron, denota que era un hombre siempre creativo, como una flor en la cúspide de su belleza.

Fue un cometa con una enorme estela. Como dije en su despedida póstuma: él se iba a un viaje profundo, infinito y maravilloso, rumbo a una nueva vida, hacia otra dimensión donde la luz entra a torrentes y tendría oportunidad de ver nuevos soles.

La fotografía tiene más de ciento setenta años de existencia y entre todos los grandes artistas de este género, pocos como él han captado realmente la esencia de las cosas y de los hombres.

Henri Cartier-Bresson fue uno de los grandes y se retiró para dedicarse a sus otros amores, que eran la pintura y el dibujo, aunque allí no haya alcanzado el mismo éxito, pero ésas eran sus pasiones. Él y Álvarez Bravo fueron grandes amigos y juntos compartieron, cada quien a su estilo, el mismo don para captar lo esencial.

Ambos se especializaron en realizar grandes retratos, si bien Cartier-Bresson fotografió a personajes de talla mundial, que posaron y le presentaron ese rostro que reflejaba su interior. Álvarez Bravo por su parte, enfocó su lente hacia los de abajo, retrató a los herederos de esa cultura que destruyeron los europeos y que allá en la montaña, la costa o el altiplano son, a su manera, personajes heroicos, Capturó el modo de ser del mexicano, una especie de aristocracia muy íntima del mestizo.

En su exposición Retratos, que presentó la galería Juan Martín, tuvimos oportunidad de apreciar sus obras únicas. Por ejemplo, la fotografía de una Frida Kahlo dulce, sin su gesto de amargura y dolor característicos. Él la retrató como a una muchacha de pueblo, siempre mirando hacia los cerros, con la mirada perdida en el horizonte. Álvarez Brazo mostró una personalidad del mexicano totalmente distinta.

Pero además, en la fotografías que tomó se apreciaba su modestia. Cada foto es una lección, en donde el entorno es muy sencillo; él retrataba lo esencial y el contexto era también natural.

La importancia y trascendencia de su obra no está a discusión. Como persona y ser humano me legó una riqueza muy grande. Él me enseñó otro mundo y una propia manera de verlo, me dio toda la riqueza y razón de ser que me han servido para desarrollarme con una cámara que puede considerarse la mejor lámpara maravillosa, porque la de Aladino únicamente concedía tres deseos que a veces en lugar de felicidad, traían desgracias.

Me enseñó a conocer esta lámpara-cámara, que no tiene aceite ni fuego: la camera oscura, que es el espacio herméticamente sellado donde la luz entre sólo por una pequeña rendija : el obturador.

Después del proceso de revelado, se produce la magia de la aparición de la imagen que es a nuestra semejanza, como el concepto de la bíblico. Es un testimonio de la existencia del hombre mismo. Y eso me lo dio Álvarez Bravo, pero con humo, talento y, sobre todo, humildad.

Esa cámara me llevó por todos lados y consiguió que mi querido amigo Antonio Rodríguez me llamara alguna vez un vago con credencial de periodista.

Álvarez Bravo me enseñó a escribir con luz. Ése fue su legado, y como compañero y amigo me dio toda su confianza, bondad y generosidad. Invariablemente estuvo atento a mi trabajo, son corregir ni imponer nunca nada. Me impartió sus enseñanzas sin ninguna condición o medida.

Siempre procuré su consejo. Él fue para mí un guía. Mi agradecimiento se convierte en una liturgia, fue no solamente una gran artista, sino un gran ser humano.

Nos hicimos compadres el día que registramos a mi hija Genoveva y a mi hijo Yuri. Después nos echamos unos tequilazos y así quedó sellada nuestra amistad para toda la vida. Fue otro amarre de nuestra relación.

Además de mi agradecimiento eterno por haber sido mi Maestro, así con mayúscula, a él debo también mi entrada al mágico mundo del muralismo mexicano, porque me permitía acompañarlo mientras tomaba fotografías de los grandes pintores y así, poco a poco, yo también me relacioné con ellos.

A partir de que nuestro caminos se cruzaron hace más de sesenta años, me abrió los ojos. Me dejó más que las bases académicas de un oficio, una concepción de la vida, dio un sendero a mi limitadas posibilidades, Yo tenía alas pero él me enseñó a volar.