Opinión
Ver día anteriorDomingo 3 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Artistas mexicanos en Francia
¿E

xiste una pintura mexicana? La pregunta no puede dejar de plantearse ante la exposición, titulada Rencontre d’artistes plasticiens mexicains résidant en France, en el Instituto Cultural de México, en París.

El título dado a esta muestra es largo, el número de artistas lo es también: 27 obras (pinturas, esculturas, instalaciones e, incluso, fotografías) cuelgan de las paredes de las salas del Intituto. Una por cada plástico. Si la Academia de la Lengua acepta esta palabra, en su segunda acepción, como el arte de crear formas, sigue haciéndome sonreír la réplica a una escultora mexicana, quien dijo ser artista plástica, del traductor al francés de Octavio Paz, Jean-Clarence Lambert: ¿trabaja usted en la industria petrolera?

La reflexión sobre la identidad, de consecuencias graves y que no puede sino abrir la puerta a otras puertas, ha sido una cuestión fundamental en el pensamiento filosófico y poético de intlectuales, como José Vasconcelos, Octavio Paz o Carlos Fuentes. ¿Existe una manera de ser mexicana? ¿Cuáles son las características propias a la mexicanidad y cuáles las diferencias con otras culturas? ¿Por qué, pueblos tan distintos, como tarahumaras, aztecas, mayas, zapotecas otros, se escogen, ellos mismos, mexicanos ante el mestizaje? Cuestiones que brotan a cada paso de la historia de México con sus interrogantes respuestas.

Cuando esta cuestión se plantea sobre una obra de arte, las conclusiones, en apariencia evidentes, nos hunden en incógnitas aún más misteriosas. La revelación no da sus razonas. Imaginemos una exposición de obras originarias de todos los países, cuyo organizador hubiese ocultado el nombre de los artistas y cualquier información sobre su cuna. Luego, plantearía una pregunta a los espectadores, e incluso a los expertos: de qué país proviene esa tela, esa escultura. Si la obra representa la torre Eiffel o la pirámide de Teotihuacán, la respuesta es simple, pues se trata de estereotipos. Si se trata de una obra abstracta, sin elemento alguno figurativo, la cuestión y la respuesta son más complejas. Ejemplo caricatural que ilustra la cuestión planteada a las artes gráficas desde la revolución del arte moderno. ¿Acaso la pintura puede ser independiente, o incluso indiferente, de un lugar? ¿Debe representar eso que se llama real? Un creador, ¿tiene una nación o su única patria es ese territorio que rebasa todas las fronteras y que llamamos el arte? No existe ninguna respuesta unívoca a esta pregunta. La dialéctica puede ayudarnos. Paul Cézanne pertenece a la historia del arte universal y, sin embargo, no cesó de pintar la montaña que contempló desde su infancia: la Sainte Victoire. Lo mismo puede decirse de Diego, creador original de cuya obra emergen, impetuosas, las raíces y la historia de una nación.

¿Qué significa, pues, artistas plásticos residentes en Francia? ¿Idea u ocurrencia? Una exposición colectiva, incluso cuando se trata de una escuela o un movimiento artístico, hace difícil apreciar a los creadores. ¿Qué decir de una muestra donde se reúnen veintisiete obras con el pretexto de que sus autores residen en Francia?

Lejos de un folclore nacionalista, lejos de una pretendida modernidad mundial, tan mexicanos que remueven sensibilidades distintas, algunas telas que dejarán una huella: Bésame mucho, de Cristina Rubalcava, homenaje a Consuelto Velázquez, con la lasciva ternura del danzón de cuando estuvo enamorada, me dice Cristina. Cielo desplazado, de Carlos Torres, obra magistral del firmamento sobre el desierto de Chihuahua. Colores que gritan mudos de Alberto Ramírez. Más mexicano no se puede el Autorretrato con médium interpuesta de un auténtico creador: Guillermo Arizta. El descubrimiento de una obra efímera, la de Ana Paula Portilla, quien creció entre las vacas: al pie del vocán. Y el metal, pulido como seda, de la escultura de Agueda Lozano: navajas que se yerguen desafiando a un cielo que acuchillan sin tocar.