l PAN, su candidata, ya no saben si reír o llorar. Cuando las temidas encuestas anuncian la caída de Josefina al tercer lugar y se abre la posibilidad de un cierre entre Peña y López Obrador, Vicente Fox anuncia que votará por el puntero
, es decir, por el emblemático representante del partido que él ayudó a sacar de Los Pinos
, cuando decía a los cuatro vientos que ellos, los panistas, partiremos en dos el curso de la historia nacional
. Al análisis maniqueo de entonces sucedió una política errática, superficial, pero sobre todo oportunista. Fox se adaptó a lo que iba quedando del viejo presidencialismo, le dio continuidad a la política económica dominante con la estrecha perspectiva que le permite su exigua formación empresarial. Transó con los poderes fácticos; le concedió privilegios sin igual a los medios y se olvidó de la reforma democrática del Estado.
Los gobiernos del cambio
resultaron alumnos aventajados de la ortodoxia neoliberal, pero jamás defendieron una estrategia propia, original, ajustada a las necesidades específicas de este país en el contexto global. Para decirlo pronto: carecen, Calderón incluido, de un programa nacional. Muy pronto se vio que la alternacia era un reacomodo de los factores de poder, no el cambio prometido a lo largo de la transición. La ausencia de una política de Estado en materia social hizo más notorios los despilfarros, la irracionalidad de un sistema incapaz de atender las necesidades fundamentales de la mayoría de la población. La ideología foxista, anclada en las raíces cristeras y el culto a la democracia americana, se mostró ajena a las urgencias del país. En ese contexto de frivolidad y carencias, el malestar popular fue creciendo, articulado por Andrés Manuel López Obrador. La idea, muy sencilla, se concretó en una consigna: Por el bien de México, primero los pobres
. Para el clasismo imperante, esa apuesta por la renovación a fondo del país era sencillamente intolerable, porque iba al corazón de la desigualdad. Y comenzó la guerra sucia. La institución presidencial se utilizó para descarrilar el proceso. Vino el desafuero y luego la canalización de recursos públicos y privados para imponer a Calderón.
Los panistas en campaña hoy olvidan que hay otro Fox –como hay otro Espino– proclive al entendimiento con el que está arriba
, tan arraigado como su viejo antipriísmo
. Es el PAN de dos caras que tan pronto defiende al partido como se emboza bajo el rostro del ciudadano anónimo, de millones de familias que ya están cansadas de las posturas excluyentes y separatistas que han venido sembrando los partidos políticos
, como subraya Fox en el documento de apoyo a Peña. Esta derecha ciudadana
busca convergencias dentro de un mismo bloque de poder, no la transformación democrática del régimen político. Y no sólo quiere espacios
para los intereses particulares que defienden (véase la foto de la familia tránsfuga con Peña), sino que pretende anular a la izquierda, reducirla a una fuerza marginal incapaz de influir en la agenda nacional. En ese sentido, a pesar del azoro o el ninguneo de Cordero o de Madero, la apuesta foxista por Peña es coherente con su visión como gobernante. Él quiere un presidente capaz de sacar a flote las reformas estructurales
que están pendientes: abrir las compuertas de Pemex a la inversión privada; darle prisa a la reforma laboral, mano dura ante el crimen organizado y etcétera. Ese es el horizonte que sustenta la coalición en torno a Peña, pues se trata de evitar a cualquier costo la tentación populista
representada por el Movimiento Progresista y la resaca al fracaso de la alternancia. ¿Sorpresa?, ninguna, pues, ¿no es eso, justamente, lo que repiten al unísono desde hace seis años los medios, una parte de la intelectualidad, las cúpulas empresariales, algunas corrientes del PRI y el PAN en pleno, por no hablar de la Presidencia de la República a lo largo del sexenio? Josefina y Peña Nieto iniciaron la campaña como si se tratara de una competencia bipartidista. Dieron por muerto a López Obrador y lo ignoraron. El drama de Josefina es que, más allá del estilo y las referencias culturales, no hay diferencias de fondo entre sus propuestas y las del candidato priísta. Ambos representan la continuidad, la administración de la decadencia. ¿Cómo podría ser diferente Vázquez Mota sin marcar distancias con el presidente Calderón? ¿Cómo hacerlo si en las cuestiones fundamentales ambos, el Presidente, sus asesores y Josefina coinciden con el puntero
Peña Nieto?
Pero el juego, por suerte, no es sólo de dos. El lopezobradorismo es una fuerza real en la sociedad nacional cuya presencia tiende a crecer en la medida que desatan las trabas que se lo impedían. Y eso pone nerviosos a sus adversarios. El peligro es real.