as luchas por el poder federal, a partir del domingo pasado, entraron en una fase ríspida. Las cúspides que regentean para su propio beneficio los resortes decisorios no las tienen todas consigo y transmiten, de manera inmediata, la intranquilidad que padecen. Su candidato (EPN) ha flaqueado durante toda la ruta hacia el 1º de julio. La ventaja que le otorgaban las empresas que administran la opinión encuestada se esfuma hasta casi desaparecer con el paso de los días. Los diversos avatares que se vienen sucediendo, uno tras otro, penetran, con frecuencia inusitada, la coraza difusiva dispuesta para protegerlo. El antipriísmo resucita y se condensa en amplias capas de ciudadanos. La segunda opción para empujar la continuidad (JVM) recurre, auspiciada por sus asesores, tanto al denuesto de los oponentes como al franco aliento de rencorosos temores. En su desesperada búsqueda de un mejor sitial cae en sexistas chistoretes sin mucho sentido.
Distintas fracciones de la ciudadanía han sido particularmente efectivas en la demolición de la cincelada imagen de inevitable vencedor de EPN. En particular una de ellas, la formada por las élites estudiantiles de numerosas escuelas de educación superior (#YoSoy132), lo han dejado al descubierto. Y, en ese terreno, hostil para sus patrocinadores acostumbrados a moverse en las sombras, y para el controlado ejercicio de sus limitadas habilidades, el golpeteo ha sido inmisericorde. Ahora, y después de que algunas encuestas han logrado el cometido de revelar la real competencia entre Peña y López Obrador, se recurre, de manera desesperada, a la guerra sucia como feo recurso propagandístico.
Cuando esto se escribe no se conocen los detalles del debate a que citaron los estudiantes del #YoSoy132. La ausencia de Peña de tan crucial evento acrecentará la discordancia entre sus promesas (de atender y representar a la juventud) y la valentía para encarar situaciones poco manejables por sus múltiples asesores y ayudantes. Peña tiene, eso sí, toda una claque de auxiliares oficiosos, casi ninguno de ellos gratuito. Medios escritos, casi completos, han hecho de su defensa y promoción una cruzada que poco o nada tiene de desinteresada. El periódico Milenio, por ejemplo, es un claro reducto de ese tipo de apoyadores. La mayoría de los que ahí escriben lleva a cabo su tarea de manera sesgada, de ladito: no defienden a Peña con todo el arsenal al alcance de un analista. Insisten, en cambio, en purgar a su rival (AMLO). Sólo en contadas ocasiones realizan su tarea de zapa, teniendo a JVM como punto de comparación, opositora o rival. Menos todavía se emplean a fondo para descubrir las muchas debilidades, ausencias o fallas que Peña muestra en su acicalada personalidad. El ogro antidemocrático para los columnistas oficiales de Milenio (las dos primeras páginas de su edición dominical pasada son ejemplo señero) a exorcizar se llama Andrés Manuel López Obrador. En él fijan toda la furia de sus pasiones y rencores rayanos en incontenibles fobias. Para ellos existe una categoría moderna de izquierda que no puede serle predicada a López Obrador. Tampoco se le concede tan elusiva etiqueta a sus partidarios y, menos aún, a su oferta política. La presencia de AMLO en la contienda, según sus pareceres, es tierra baldía. Las reglas de la democracia, no aclaradas pero sí blandidas a discreción, no se acomodan con su modo de operar, según afirman como supuesto base de sus argumentaciones simplonas. Se han convertido en repetidores de arengas ajenas: los 300 mmdp del plan de austeridad enarbolado por AMLO son causa de un pitorreo que sólo revela la carencia absoluta de capacidad analítica, cita precisa y estudio de las cifras reales del presupuesto y gasto públicos. El artículo de Berrueto (Milenio dominical) es otro ejemplo de la defensa emprendida por los propagandistas de Peña bajo contrato. Para lograr su cometido parte de condenar al movimiento estudiantil ya mencionado. Han perdido, dice, futuro y destino sólo porque se rebelan contra el contubernio (PRI-medios-sistema) al interior de la élite del poder. Determina, el encuestador de cabecera priísta, que las manifestaciones de rechazo a Peña son provocaciones encauzadas, polarizantes, peligrosas y pueden desembocar en violencia. Un nada sutil modo de inyectar miedos, tan en boga en estos días de preocupaciones por la suerte de su protegido.
A pesar de los citados pasajes de cierta clase periodística, que abundan sobre todo en estos tiempos de venganzas y patrocinios, las simpatías populares, en efecto, están inclinándose hacia la coalición de izquierda. Y no sólo porque algunas encuestas así lo afirmen, sino por lo que sucede en plazas, pueblos ejidos, montañas o colonias citadinas. Las percepciones de un triunfo final de AMLO flotan en el ambiente. Es por eso que han aparecido los promotores de miedos colectivos. Al carecer de argumentos fiables recurren a hechos
gastados para achacar a López Obrador la categoría de violento y sembrador de odios. Es el causante único, o casi, de los rencores actuales. Fue él, para sus oponentes, y sólo él, quien ofendió a todos los mexicanos y a la democracia en el pasado (2006). La guerra sucia en su contra no existió; era, simplemente, una modalidad defensiva de los panistas, de empresarios contratantes de mensajes y rumores, alarmados porque les cobrarían los masivos impuestos que escamotean. La ilegal propaganda (auspiciada y pagada por Fox) y el enorme cúmulo de irregularidades adicionales, bien documentadas por el mismo TEPJF, (incluido el fraude que algunos afirman no puede existir) son, para tan formidables analistas de la realidad, minucias olvidadas, nunca documentadas, menos probadas. A toda esta embestida habría que catalogarla ahora de inútil. Las retorcidas comparaciones con un Chávez estigmatizado por la intensa propaganda estadunidense (CNN) ya no funcionan, o sólo atemorizan a los clasistas de la urbana medianía acomodada. Para una inmensa y creciente capa de la ciudadanía, ésa que padece los rigores del modelo en boga y que son mayoría, Obrador es quien garantiza ese cambio real, verdadero, que se necesita con urgencia.