Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de junio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Final y principio
H

oy finalizan las campañas electorales. Los días restantes deberán destinarse a la reflexión por parte de los mexicanos para fundamentar debidamente el sentido de su voto. La selección que se haga por alguno de los aspirantes a la Presidencia tendrá ineludible correlato de responsabilidad para cada uno de los sufragistas. Los que rehusaron acudir a las urnas serán, por indiferencia, postura ideológica o franca negligencia, corresponsables con los que apoyaron al ganador de la contienda. Nadie en una decisión de esta catadura se puede sentir excluido de la parte correspondiente por lo que haga o deshaga el futuro gobernante.

La batalla mediática ha sido también digna de ser considerada una épica colectiva, pero donde la opinocracia llevó franca ventaja. Las oportunidades que le otorgan sus muchos accesos a micrófonos, columnas periodísticas y pantallas televisivas en canales de amplia cobertura, sitúan sus críticas y respaldos en posiciones de privilegio. Afortunadamente, los días de difusión de mensajes, de comentarios, narrativas de color, fieros rechazos (para uno más que para los otros dos bandos) denuncias por doquier y una encuestología galopante y cada vez más cuestionada, también terminan hoy. Lo que sigue en estos tres días, previos al domingo terminal, quedará bajo la aguerrida férula de los aparatos partidarios. Será éste un corto periodo donde, a fin de cuentas, gran parte del triunfo de alguno de los postulantes será definido.

Atrás quedarán las inducciones de miedos por los sostenedores de la continuidad a cualquier costo. Los abiertos denuestos y embozadas simpatías implicadas en las voces de los muchos proponentes del modelo en boga habrán terminado con su labor de zapa. El espacio público se hundirá, al menos en gran parte, en silencios previstos por la ley. Sin embargo, en las retinas individuales quedarán impresas variadas imágenes de los últimos cierres de campaña de este y los anteriores días. Plazas llenas de cuerpos apiñados, banderas ondeantes, agitados participantes, acaloradas manos ansiosas de saludos y roces, gritos lanzados hacia sus personales adalides seguirán resonando en cada ciudadano. Los ecos de las promesas de alivio batirán los oídos de muchos junto con los anatemas expuestos sin concierto. Las presunciones de algunos que se sienten los mejores serán evaluadas, las de otros que alegan ser los más aptos también pasarán por el sano juicio colectivo para situarlos en su debido lugar. El más honesto será creíble por las garantías que se palparon de un cambio real. El ofrecimiento de un liderazgo democrático sólo se apreciará si va acompañado por una fundamentada oferta para detener la violencia desatada. Todo este universo heterogéneo de acciones, querencias, intereses, sueños y posturas quedará en la trastienda de los millones de compatriotas. Formará, qué duda, el sedimento sobre el cual asentarán su soberana voluntad.

A partir de mañana los candidatos y sus equipos se sumergirán en los detalles para afinar la que será pieza determinante de todo el proceso. Ese tramo que va, de la disposición ciudadana para cumplir con la cita electoral hasta su arribo a la casilla que recibirá el voto. Un trascendente espacio que se dilata y desenvuelve en incontables peripecias, pasiones, trampas, rituales o reclamos. Antes, durante y en cada momento de tan delicado tránsito, se mezclarán numerosos agentes partidistas de auxilio e inducción, sin olvidarse de los muy conocidos modos de coacción (poner atención al escándalo de Monex). De la eficacia desplegada para facilitar unos y prevenir o evitar los otros dependerá gran parte del triunfo posterior. En medio de este despliegue de los equipos partidarios una pieza es crucial: las determinaciones prácticas para asegurar la libre emisión de los sufragios. Tal cuidado es, sin demérito de toda la secuencia anterior, lo que dará basamento de la legitimidad del puesto público bajo disputa y la gobernabilidad subsecuente. Tan singulares tareas las llevarán a cabo cientos de miles de militantes de todas y cada una de las formaciones contendientes. La capacidad organizativa así desplegada no puede ser desempeñada con timidez, ni carecer del indispensable oficio y respaldo normativo. Los detalles a atender son innumerables y, en muchos casos, se despliegan en fugaces instantes que deben ser capturados para usos posteriores.

La ruta de la decisión en juego no es una cualquiera. Después de casi tres decenios de conducir los asuntos públicos con apego a un modelo determinado, caracterizado por su marcada injusticia; por la exclusión de las mayorías de las oportunidades de progreso y bienestar; atascado por indignos privilegios para unos cuantos, y por facilitar, con anchísima manga, la entrega de los bienes de todos, ahora se materializa la urgencia de un giro, de un cambio sustantivo en su diseño, práctica y rumbo. Dos son, en el fondo, las alternativas desplegadas ante los electores. Ambas se han ido decantando con precisión, no sólo durante la campaña que finaliza, sino durante un largo, penoso, cruento tiempo antecedente. Una de ellas funde la propuesta panistas con la del PRI: sus afanes continuistas de tan inequitativo modelo de gobierno son idénticos. Sólo las izquierdas coaligadas, abanderadas por López Obrador, afirman las debidas seguridades de iniciar, de inmediato, la ruta hacia un cambio más justo, productivo, pacífico y libre que haga vivible el futuro nacional.