Gimme the power: bomba cebada
on presupuesto digno, mucha mercadotecnia y dosis de megalomanía, el documental Gimme the power (2012) del director mexicano Olallo Rubio (1977) ha recibido muy buena respuesta, a un mes de su estreno, por ser un filme efectista, en correspondencia con la poca sobriedad con que retrata a la capitalina banda de rock Molotov, la cual exalta como pretexto para recetar un superficial boceto de significativos momentos en la historia de México, sobre todo aquellos que determinaron al rock mismo (el movimiento estudiantil de 1968, las represiones de Luis Echeverría, el Salinato y el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, entre otros).
Y es que el objetivo se pierde entre querer ser el gran documental que busca el hilo negro de la historia de México y la del rock local como fenómeno social y musical, y la visión de un fan en torno a su grupo favorito: a veces parece más un trabajo publicitario, que de investigación.
Rubio se aproxima al rock mexicano con entusiasmo de neófito, como si sólo hubiera conocido a Molotov y éste hubiera surgido por generación espontánea, sin ubicar su árbol genealógico. Esto le lleva a atinar a medias los personajes a entrevistar: la mitad opinadora es pertinente, la otra no. En vez de hablar con protagonistas cruciales, elige la comodidad de hablar con sus cuates, lo que resta efectividad a la ostentación que el mismo plantea. Como decimos en periodismo: se le va la nota. Ajeno al tema y al oficio periodístico, su aportación informativa es poca respecto de documentales previos como Nunca digas que no (Sebastián Portillo / Lynn Fainchtein / Óscar Sarquiz, 1996), el vasto trabajo de Sergio García como Avándaro (1971), Un toke de roc (1988), Rock macizo (1990), ¿Por qué no me las prestas? (1996); la serie Águila o rock (Juan Carlos Colín, 1989), o hasta La célula que explota y Yo no era rebelde, de la serie México Siglo XX (Clío) de Rafael Montero / Shantí Lesur / Óscar Sarquiz (1999).
Aun así, en comparación con los anteriores filmes de Rubio, sobre todo con Y tú, ¿cuánto cuestas? (2007), aquí la producción es más sólida, la realización y el lenguaje cinematográfico ya no parecen trabajo escolar. Ofrece una espléndida edición y gran fascinación por el stock, profuso y certero. Ahí el director se defiende, más desde el crédito que se da a quien hace buenos remixes, que a quien genera documentos visuales propios. Así que al ser dirigido por un buen diyéi, el ritmo es bueno, sobre todo de la mitad en adelante, ya que al inicio atosiga con tanto dato y con su castrosa voz (ya ni hablar de su innecesaria aparición a cuadro en las entrevistas), como ocurrió en su opera prima.
La profundidad del contenido está menos en las ideas del director (quien hace embonar hechos y declaraciones a su afán por elogiar y justificar a Molotov –que si son de clase media, que si no apoyaron al Zapatismo), y más en los conocimientos e inteligencia de sus entrevistados: José Antonio González de León, Juan Villoro, Javier Solórzano, Sergio Arau con Francisco Barrios El Mastuerzo (Botellita de Jerez), Fernanda Tapia, Raúl David, José Álvarez, así como en la invisible presencia pero notoria lectura a Tragicomedia mexicana de José Agustín. Interesante es el incómodo encuentro con Luis de Llano y con el fiasco que es Armando Molina. Claro que cuando se centra en Molotov, los personajes son los indicados (integrantes, ex integrantes, involucrados, mánager) y la cercanía con Tito Fuentes, Miki Huidobro, Paco Ayala y Randy Ebright los muestra entrañables. Sin embargo, es complaciente. Siendo una banda polémica, habría sido más certero entrevistar a gente seria con argumentos en contra. El amilane hace que la bomba no estalle: promete pero se va cebando.
Chocante resulta que parezca expresar casi-casi que en México no existió rock contestatario desde los 60, sino hasta Molotov. Se asevera que es la primera banda en decir malas palabras, en confrontar a la autoridad, en ser censurada, en enfadar a todos los sectores. Si bien la banda ha tenido grandes momentos creativos, no han sido los primeros ni los únicos. Injusto resulta que no dé tal lugar al movimiento punk de los años 80 y a una generación de rock-ska de los 90 que se alzó contra el poder y a favor del EZLN: los nombra de sesgo, pero no les da peso histórico real, quizá porque esto habría hecho sombra a la ensalzadora tesis del director.
Conforme avanza la cinta, el que sólo se hable en pasado va dejando la sensación de un grupo de glorias añejas; va dando tristeza que ya no creen música con la genialidad y humor de sus inicios. Al final, la película responde: Molotov parece despedirse y reconocerse incapaz de confrontar más a la autoridad, así que piden a la actual generación lo haga. La sensación de derrota es dura, pero honesta y funciona bien como cierre, a pesar de ser amarga sorpresa. Gimme the power se sigue exhibiendo en salas de todo el país www.gimmethepower.com .