Aquí empieza la fila...
Primera llamada
n la década de los años 30 del siglo XX, se empezó a hablar de las reacciones en cadena que eran parte del protocolo para detonar una bomba atómica. Los movimientos sociales en sus inicios son idénticos: todo empieza cuando un átomo de uranio 235 absorbe un neutrón y se divide en dos nuevos átomos y así sucesivamente, en este caso ésta reacción no puede ser controlada.
Pero los movimientos sociales, revoluciones, insurrecciones, rebeliones, revueltas, levantamientos, asonadas, etcétera se controlan generalmente mediante el uso de la fuerza –excepto– los que su núcleo contiene ese uranio enriquecido por la injusticia y la desigualdad; ésas son las que han triunfado.
Algo paulatinamente se ha ido conformando en el tejido social y en la vida cotidiana de nuestro país, no detectado y sin embargo transpira en los ríos de una sola orilla, inexistente. El 11 de mayo de 2012 se inicia una reacción en cadena con algo inesperado, aquí sí, literalmente saltó la liebre de donde menos se esperaba en una universidad privada: la Iberoamericana.
Sin embargo, hay infinidad de pequeñas, pero importantes señales que nos marcan actitudes poco analizadas. Hace más de tres décadas, cuando iniciamos los Festivales de Blues, nos convertimos en los líderes del portazo. Tiro por viaje, y ya para el cuarto festival, teníamos que contar con los servicios de la policía montada, y no precisamente la de Canadá; además de granaderos, policías de a pie, policía femenil, ambulancia y los bomberos, no exagero, cada vez que se convocaba a un público juvenil era para las autoridades un principio de motín, revuelta, disturbio y lo que quieran agregar. Aún así hubo un delegado de la Miguel Hidalgo que canceló el cuarto Festival de Blues (1981).
Segunda llamada
Con los años he encontrado y conocido a algunos protagonistas de estos portazos. Hoy la mayoría son adultos respetables, quienes entre risas me platican que eran parte de esas hordas (así los veíamos) que daban portazo, pero también es cierto que esos primeros festivales sirvieron para crear una cultura de respeto a los chavos: como era el cumplir con el programa anunciado, buen audio, no tener a los uniformados en el interior de las salas y contar con nuestra propia seguridad, nada que ver con la organización profesional que hoy día se tiene para cualquier concierto masivo.
Poco a poco esa cultura del portazo ha disminuido considerablemente. En el concierto gratuito en 2011: Blues en el Centro Histórico en el Antiguo Colegio de Medicina, con Billy Branch, Peaches Staten, Carlos Johnson y Vieja Estación, el ingreso estaba marcado a las 19 horas y por ajustes en la prueba de sonido se abrieron las puertas media hora después con el temor de un portazo. Nuestra sorpresa fue que no había ningún tumulto, ¿no vino público? Pero al salir, en el costado de la calle de Brasil y conforme fueron llegando se formaron a lo largo de casi 3 cuadras, nadie les indicó hacerlo.
Hago una analogía con los sucesos recientes y podemos asegurar que en el genoma de ese movimiento conocido como #YoSoy132 estaba ya el torrente vital de nuestra sociedad y que no fue de generación espontánea. Sólo jóvenes lo podían percibir, pues pertenecen a una generación en las que, como decía una manta del IPN: Somos nietos de los que no pudieron matar, hijos de los que no pudieron callar y alumnos de los que no pudieron comprar
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Tercera llamada
“Son unos intolerantes. Se ve que no eran de la Ibero, que eran acarreados.”
Sólo bastaron esos dos comentarios para iniciar la reacción en cadena. El 11 de mayo se inicia ese movimiento que se volvió lo más renovador de una campaña carente de imaginación. Pero un día antes del concierto gratuito de Paul McCartney en el Zócalo, se especulaba que podrían llegar cientos de miles de asistentes y la preocupación no era para menos, había que vigilar el orden y cuidar a todos ellos para evitar algún incidente.
Una aglomeración así es imposible de controlar, pocos saben del riesgo que se tiene con una multitud de ese tamaño y más cuando la mayoría son jóvenes. Se calcula que llegaron alrededor de 200 mil personas, cuatro veces más que en Avándaro, los tiempos han cambiado y –espero– que sigan cambiando. Se nos olvidan los gobiernos autoritarios que cancelaban cafés cantantes, conciertos, tocadas de rock, etcétera, por decir lo menos, sin mencionar el 2 de octubre.
El primer joven en llegar al concierto de Paul McCartney un día y medio antes a la avenida 20 de Noviembre se sentó en la banqueta y escribió en una hoja de papel: Fila concierto
y dibujó una flecha, eso era todo. Aunque difícil de creer, todos los que fueron llegando respetaron el aviso y se formaron, sin autoridad de por medio. Solos se cuidaron y compartieron la noche. Al día siguiente ingresaron a la plancha del Zócalo sin ningún incidente y al final del concierto el reporte fue: saldo blanco.
Algo fresco sopla en Dinamarca. La respuesta, mi amigo, no está en el aire. Ese suceso colectivo cargado de energía y magia por parte de los estudiantes de universidades públicas y privadas dialogando juntos, créanlo, es un paso gigantesco para entendernos mejor y poder convocar al resto de la sociedad para que ocupe esos enormes vacíos que por más de ocho décadas han estado carentes de ese espíritu que no estaba muerto, tan sólo andaba de parranda.
Y, como dijo Lawrence Durrell: Como todos los jóvenes arranqué para ser un genio, pero afortunadamente la risa me ganó.
No se tomen tan en serio y lejos llegarán.