Décimas para un descanso
n ardor de ruiseñores
sonreía en el rosal
que rebosaba de flores
al borde de un manantial
cuyo son elemental
despierta un sueño profundo
y un hablar suelta fecundo,
hablar que fluye en olvido
de sí y de todo sonido.
Con ese hablar me confundo.
Me confundo y soy quien soy
en abisal transparencia
de cristal y mi conciencia
brisa es que satura el hoy
de eternidad. ¿Dónde estoy?
Quizá en el solo lugar
desde el que se puede hablar
con un lenguaje primero.
Partiendo otra vez de cero
el infinito he de hallar.
¿Podré dar de lo infinito
señas, algo traducir?
Me temo es mucho decir
y de esa pasión me quito,
aunque a tientas en el rito,
y mi tacto no es de ciego,
prosigo y como que aluego
algo se me da a entender
de aquella raíz del ser
que ha puesto en juego este juego.
El juego ya comenzado
imposible es de parar,
se naufrague en altamar
o se limpie oro enterrado.
Lo tan dejado de lado
centra solito el asunto,
vívese como difunto
y punto, aunque armonizado.
De ahí en más todo es nombrado
Señor del cerca y del junto.
Habla como si callara
todo lo que estoy hablando
tan ajeno de mi mando
y con dirección tan clara
este hablar que otro escuchara,
no yo, y que mi goce guía,
y sí, de mi voz se fía
con una fe que imagino
conlleva algún desatino.
Yo otra cosa no querría.
Ya me voy, ya me despido,
me tengo que retirar
del rosal y su aromar
y del pajaroso ruido,
manantial, tuyo, que oído
como un olvido en mi boca
es murmurio fiel que toca
al que saborea el sentido
de ser quien nunca ha sabido
ser sino esta cosa poca.
Ya me voy, ya me estoy yendo,
voy con gusto y no pesar.
Todo se debe acabar
porque todo siga siendo.
Y yo no nada pretendo,
sino de amar descansar.