El libro más reciente del escritor suma rock, cine y literatura en una historia autobiográfica
Novela iniciática, donde el autor es el protagonista: si dejo la vida ahí no me importa
, dice
Martes 24 de julio de 2012, p. a10
La novela más reciente de Xavier Velasco, La edad de la punzada (Alfaguara), trascurre entre el rock, el cine y la literatura. Historia de iniciación, en la cual el escritor es el protagonista: el peor alumno de la secundaria, cínico, freak despiadado, campeón de las reprobadas, al que únicamente le importa su moto, ligar chavas y que, como buen machito, se aguanta los castigos que le infligen amigos y enemigos.
En entrevista con La Jornada, Xavier Velasco confesó que al revisitar esta historia autobiográfica se dio cuenta de cómo pude aguantar a mis padres, y a la hora de terminarla me pregunté cómo pudieron aguantarme. También descubrí que el héroe no fui yo, sino mi madre
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El autor de Diablo guardián toma un respiro y dice: “Decidirme a escribir esta historia me llevó mucho tiempo por todo el drama familiar que contiene y que me daba mucho miedo abordar, pero me di cuenta de que ese miedo fue una de las razones para escribirla.
El detonante llegó durante los cuatro años que me tardé haciendo otra novela y a la vez crecía el deseo de contar esta historia de adolescencia.
Acerca de si La edad de la punzada resultó un exorcismo para él, Velasco dijo que al contrario: Llamé a todos mis diablos para que se me metieran; después los fui desechando conforme iban haciendo su trabajo. Pienso que lo más importante para escribir es convocar a todos tus fantasmas, tus diablos, tus miedos, y ponerlos a chambear; ya después sacarlos es un beneficio adicional que ayuda a ahorrar buena cantidad de dinero en terapeutas. Finalmente lo que uno quiere es que la novela que estás escribiendo funcione; si dejo la vida ahí no me importa, el chiste es que funcione el juguetito
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Sospechoso de ñoñez
En La edad de la punzada el rock es un tótem omnipresente, sobre lo cual el autor de Una banda llamada Caifanes menciona: “Cuando uno abandona la niñez lo hace con la sospecha, muy fundada, de ser un ñoño, y no quieres que nadie se dé cuenta; entonces buscas banderas en canciones como La respuesta está en el viento, de Bob Dylan, y el adolescente se da cuenta de que tiene una bandera para responder a sus mayores cuando le dicen: ‘el mundo no es así’, y el chico puede responder: ‘sí es así porque lo dice Bob Dylan’.
“Luego escuché a David Bowie, quien ahonda la brecha generacional con mis padres, porque cuando lo ven con los pelos parados y pelirrojos realmente se preocupan por su hijo. Bowie también creó una brecha generacional con mis amigos, quienes decían: ‘cómo puedes escuchar a ese jotazo’, y si tus amigos adolescentes se escandalizan por la música que escuchas, algo estás haciendo bien.”
Extiende su respuesta anterior: “En la adolescencia te acercas a la música, al cine y a la literatura; no sabes qué leer y buscas en los suplementos culturales. Conforme crecí me di cuenta de que estas tres cosas se conectan, si Hermann Hesse te dijo algo con Siddhartha, se conecta con alguna película que viste y seguro con alguna canción de punk que escuchaste.
Al final, en esa edad de deslumbramiento descubres que todo está relacionado, que todo se mueve, que todo está vivo y que está dentro de ti.
–¿Cómo reconoció esas situaciones que le pasaron?
–A todos esos proyectos que traes en la cabeza durante años les añades, les das vueltas, te los repites una y otra vez, les quitas y les pones. La edad de la punzada la estuve escribiendo virtualmente desde que sucedió; no podía callar lo que me pasó, sobre todo la parte de mi papá. En todos estos años, la certeza de que algún día la contaría fue un consuelo. Por eso la escribí rápido, en menos de un año, porque ya la tenía bastante masticada, sabía donde iba a empezar y más o menos donde terminaba.
Xavier Velasco agregó: No hubo muchos cambios desde que la pensé hasta que la concluí, porque, como es autobiográfica, sólo me concentré en el estilo, en la forma narrativa, pero en cuanto al argumento no cambió. Además, todas las cosas que pasaron no me importan; me interesaba que la historia de la novela funcionara bien, nada más. Para narrarla utilicé todos los elementos para hacer que la verdad pareciera verdad, porque uno se vale de las herramientas de la ficción para que la verdad lo parezca; si cuentas la verdad, pero no lo parece, nadie te la cree. Así que tuve que hacer esos acomodos de modo que se volviera una narración. Si me hubiera sentado a contar sólo lo que pasó, únicamente tendría importancia para mí, porque una novela nace cuando se lee, no cuando se escribe
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