urante siglos correspondió exclusivamente a la medicina definir y, en caso de duda, asignar el sexo en nuestra especie. Los conocimientos acumulados en la anatomía y la embriología, la función de las glándulas endocrinas, así como la enorme autoridad de la genética en el siglo XX, fueron las herramientas que convertían al dictamen médico en algo inapelable. Pero ahora todo parece haber cambiado.
1. La nueva relación entre médicos y pacientes. David Reimer, un niño que perdió el pene durante un procedimiento de circuncisión, se convirtió en un caso paradigmático que marcó el principio del cambio en la actitud de la medicina frente a los estados intersexuales. Guiado por la teoría de que el sexo podía ser definido por factores medioambientales, el grupo médico que atendió el caso, en los años 60 del siglo XX, le asignó un sexo distinto al que tenía al nacer: el de una niña. David nunca pudo ajustarse a esta nueva condición y luchó incansablemente por recobrar su condición masculina. La historia tuvo un final trágico, pues en 2004 decidió quitarse la vida. Este episodio sacudió las conciencias en muchos espacios, incluyendo el mundo médico. Ahora incluso se realizan congresos científicos en su memoria, como el de la Asociación Estadunidense para el Avance de la Ciencia, celebrado en Washington en 2005.
En la última década del siglo pasado surgió la Sociedad de Intersexo de Norteamérica (ISNA, por sus siglas en inglés), primera organización de personas intersexuales, que se convertiría en un interlocutor con las organizaciones médicas y adquirió gran influencia en la decisión sobre sus tratamientos. En 2006, sus acciones, y una mayor conciencia en los sectores médicos, llevaron a modificar los criterios para nombrar los casos de ambigüedad biológica y eliminar de ellos la connotación de enfermedad. Así surgió en 2006 la Declaración de Consenso sobre el Manejo de Trastornos de Intersexualidad, de la Sociedad de Endocrinología Pediátrica Lawson Wilkins y la Sociedad Europea de Endocrinología Pediátrica, y un nuevo concepto: los desórdenes en el desarrollo sexual, en los que se coloca en el centro a los pacientes.
2. Las leyes. Los sistemas legales se han convertido en la actualidad en actores centrales en la definición del sexo. Antes, los jueces recurrían a los médicos para pronunciar sus sentencias en casos de ambigüedad sexual. Ahora las leyes han colocado los derechos humanos en un lugar privilegiado, y la decisión de las personas sobre su propio sexo cuenta con el amparo de la ley. Un caso que ilustra lo anterior fue el resuelto por la Suprema Corte de Justicia de la Nación de México, en 2009, en el que una persona solicitó a esa instancia resolver sobre el cambio de su nombre y sexo en el acta de nacimiento, eliminando cualquier dato sobre su condición previa (información que el dictamen consideró que quedara reservada). Con ello, la parte demandante podía desarrollar su vida sin estigmas con una identidad decidida por ella.
A escala mundial se han producido cambios por los cuales las personas que cambian por medios quirúrgicos y hormonales su sexo biológico pueden ser reconocidas legalmente en su nueva identidad sexual. Un ejemplo reciente es el de la canadiense Jenna Talakova, quien gracias al respaldo de las leyes de su país, y aun siendo transexual, pudo participar con su identidad femenina plenamente reconocida en el concurso Miss Universo.
3. Otros campos de la actividad humana. El caso del deporte tiene importancia singular en este tema. En los Juegos Olímpicos, que se iniciarán en breve en la ciudad de Londres, habrá una nueva reglamentación para definir el sexo de los participantes, por lo menos en atletismo. Ahora no importa el sexo genético (si la persona tiene un arreglo de cromosomas sexuales XX o XY), sino los niveles de testosterona en la sangre, o la insensibilidad de los tejidos a esta hormona. La modificación fue provocada por el caso de la atleta sudafricana Caster Semenya, quien ganó la competencia de los 800 metros planos en el campeonato mundial de atletismo celebrada en 2009 en Berlín, triunfo que le fue regateado por su apariencia masculina (que probablemente corresponde a una condición llamada síndrome de insensibilidad a andrógenos, SIA). Ahora veremos nuevamente a Semenya en las competencias femeninas durante las olimpiadas. Lo importante aquí es que aparece una actividad humana en la que surgen criterios propios para la definición del sexo.
Aunque me he referido antes en este mismo espacio a algunos de estos casos por separado, reunirlos en esta ocasión tiene el objetivo de intentar una reflexión de conjunto que los incluya a todos. Lo primero que puede decirse con certeza es que se ha producido un cambio. Éste ocurre en distintas áreas, dos de ellas, como la medicina y las leyes, directamente vinculadas al poder, como fue propuesto por Michel Foucault, quien desde el siglo pasado los incluyó entre los dispositivos de control de la sexualidad humana. También puede observarse que aparece el concepto de autonomía, mediante el cual distintas áreas crean, a partir de sus propios intereses, criterios particulares para definir el sexo, como ya ocurre en el deporte.
Pero hay un elemento que ha sido la fuerza que ha influido de manera decisiva en estos cambios. Se trata de las diferentes expresiones individuales, de las organizaciones de pacientes y los movimientos sociales que desde su propia realidad se han opuesto a la noción milenaria de dos sexos únicos.