l movimiento artístico del siglo XX mayormente introyectado por un público nutrido es el surrealismo. Por obvias razones puede recibir un sinfín de modalidades que van desde los simples desplazamientos y cambios de escala hasta incursiones complicadas o asociativas de un imaginario que no establece fronteras precisas entre lo que originariamente fue el surrealismo, con las concomitantes expresiones de la fotografía, el cinematógrafo y el arte llamado fantástico en general. El Surrealismo, así con mayúsculas, tuvo sin embargo su ocaso, posterior al surrealismo en exilio, del que hay notables ejemplos en la exposición del Museo Nacional de Arte (Munal).
El Centro Pompidou y otros museos, así como coleccionistas particulares, integran la muestra que tiene varias piezas clave y otras, principalmente mexicanas, que tal vez ya han sido demasiado ventiladas. Eso no obstaculiza el entendimiento de lo que tal vez no fue realmente una vanguardia, puesto que como actitud, el surrealismo existe desde tiempos inmemoriales.
El o los surrealismos siempre resultan atrayentes y gratifica ver que en México, igual que como ocurre en otros países mayormente beneficiados por este tipo de ofertas culturales, las salas de exhibición ofrecen pléyade de visitantes de todas edades y condiciones.
Abre con el video de los bombines voladores de Magritte y con su Personaje sentado (parado y con paraguas, pues los juegos de palabras o las aparentes contradicciones son proverbiales en este pintor-lingüista), cerca está una de las más interesantes y hermosas pinturas de todo el conjunto: El cuadro titulado simplemente Pintura, 1927, de Joan Miró, se inserta, en cuanto a periodicidad histórica, justo en el momento en el que los surrealistas, capitaneados siempre por su carismático líder, André Breton, reavivó la necesidad de ampliar a otros veneros el movimiento que en sus inicios fue casi exclusivamente literario, a no ser por la adopción que hicieron de la mejor etapa metafísica o más bien pre-metafísica de Giorgio de Chirico y por los antecedentes DADA.
El cuadro de Miró es muy sencillo, y la atención pudiera detenerse en su diminuta firma, casi al centro estratégico de la composición, acompañada de dos o tres goteos blancos.
Marcel Jean (1900-1993), quien es autor de una Historia de la pintura surrealista, aunque no tan conocido como los artistas que en ella abordó, está representado con Los guardianes del sueño, que viene al caso no sólo por ser un buen cuadro que representa el interés de los surrealistas acerca de los fenómenos oníricos, sino igualmente por no ser una pieza archiconocida, le es vecina al cuadro de Dorotea Tanning (artista originaria de Illinois), que ya evocaba sus ensoñaciones y sus sueños cuando casó con Max Ernst, en 1942. Se exhibe Un cuadro muy feliz, de 1947.
En el recorrido puede admirarse Leirde, que es versión suya del mito de Dafne. Sin embargo, tal vez sorprenda más en cuanto a autoría femenina la pequeña pintura de Kate Sage: Jornada para ir, también titulada Viaje (1943), de tónica metafísica. Por ser de muy discretas dimensiones, corre peligro de ser pasada por alto y tal es la razón por la que la menciono. Igual sucede con la diminuta y espléndida fotografía Naturaleza muerta enamorada, de Henri Florence.
Entre otros trabajos fotográficos estupendos destacan los de Herbert Bayer (1900-1995), sobre todo el titulado Después del amanecer.
Leonor Finí resulta vecina de Leonora Carrington. La de Fini es una biena pieza, a diferencia de lo que ocurre con otros dulzones productos suyos que son, sin embargo, muy apreciados por el coleccionismo.
La incursión de un buen número de piezas de autores mexicanos es un acierto, aunque desde mi (discutible) punto de vista el pintor González Serrano está sobrexpuesto en detrimento de otras obras, pongamos como ejemplo Sueño y presentimiento (1947), de María Izquierdo, colección Lorenzo Zambrano. Hay error de captura en la cédula que la titula Sueño y pensamiento. Entre las obras mexicanas, ocupa un lugar señaladísimo.
Otra pieza de la misma pintora es El velo de la novia, que parece inspirado en Great Expectations, la novela de Charles Dickens. Izquierdo y González Serrano fueron coterráneos, de éste la pintura titulada El telégrafo (1942), colección María Elena Noval, resulta superior a otras.
Las tallas en madera de José Horna son formidables. La marioneta (1956) es, a la vez que un objeto conclusivo, una caja de música. Está en comodato con el propio museo y ojalá pudiera adquirirse.
Entre las fotografías destacables están, por supuesto, las de Kati Horna, señaladamente Escaleras a la catedral, que fue retomada pictóricamente al óleo por el pintor estadunidense Cieslovsky durante una larga estancia en Oaxaca.