Opinión
Ver día anteriorMiércoles 25 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

Gala de talentos

E

l Palacio de Bellas Artes fue escenario de una espléndida función de ballet el pasado 14 de julio: bailarines mexicanos y algunos extranjeros nos dieron una noche inolvidable.

Elisa Carrillo, primera bailarina de la Ópera de Berlín; Alondra de la Parra, directora de orquesta, e Isaac Hernández, solista del San Francisco Ballet de Estados Unidos, encabezaron un grupo de artistas, nuevas generaciones de diversas escuelas y compañías, que ofreció un programa excepcional, por su variedad, riqueza y alto nivel artístico.

Con teatro a reventar, se confirmó una vez más la raigambre que el ballet tiene en el público mexicano –en su mayoría jóvenes–, incluyendo la banda de alumnos de ballet Gritones, que ya es parte de este espectáculo de excepcional virtuosismo. No pocas fans aplaudieron hasta agotarse la pirueta múltiple y el salto arrollador.

La función se inició con la obertura y vals de La bella durmiente, de Chaikovski, interpretada por la Milenium Sinfonietta, con la precisa dirección de Alondra de la Parra, que arrancó entusiasta aplauso. Más tarde, ejecutó el Cuarto movimiento de Leningrado, de Shostakovich, en la que también hicieron gala de dominio y sensibilidad la directora y los músicos.

Isaac Hernández con Frances Chung, en Llamas de París, mostraron a una pareja equilibrada, en la que resaltó el cuerpo perfecto de danseur noble de Hernández, formado con la más exigente disciplina. Además de ello, sus ocho piruetas enloquecieron a los jóvenes que saben el esfuerzo y la energía que requiere lograrlo. Sin embargo, también nos hubiera gustado ver a Hernández con mayor compromiso emocional y sensibilidad, a pesar de su juventud, lo que sin duda marcaría una diferencia importante en la ruta de su devenir artístico maduro, aunque sabemos que esto a veces tarda un poquito más.

Elisa Carrillo, la estrella mexicana, comprobó una vez más su estatus de prima ballerina, en el pináculo de su madurez con dominio técnico, artístico y la serenidad y perfección de las grandes figuras. Esta joven texcocana, orgullo nacional, avala plenamente el talento mexicano desarrollado en las condiciones adecuadas, y con esa profunda vocación y entrega que requiere la construcción de una figura de quilataje internacional.

Su interpretación de obras más allá del tutú y el aroma tradicional, también la revelan como una bailarina de un potencial sin fronteras: capaz de trabajar con cualquier coreógrafo de vanguardia, pues tiene inteligencia emocional, talento, sensibilidad y estructura académica que le da la libertad del lenguaje corporal más diverso.

El pas de deux Kazimir’s Colours, con el imponente Mikhail Kaniskin y Elisa en la coreografía del notable coreógrafo Mauro Bigonzzeti y la música de Shostakovich, demostró la ductilidad de ambos bailarines y el alto rango de comprensión de otra estética con base en el ballet, lo cual logró la ovación.

Del mismo modo, Bigonzetti sabe aprovechar en los cuerpos perfectos de Elisa y Nadja Saidakova, también primera bailarina de la Ópera de Berlín, el prolijo lenguaje dancístico de su enorme inspiración y creatividad en el manejo extraordinario de las formas, la línea, el espacio y la dinámica para hacer de este duetto inofensivo, con música de Rossini, la más perfecta y sutil fusión de cuerpos, que proyectaron el rostro interior, creando la perfecta dualidad de las relaciones humanas. El público, ni qué decir, enloqueció ante estas dos criaturas extraordinarias y la mano prodiga de un creador ilimitado.

Por otra parte, la danza de pareja del divino Jhon Neumeier, en el pas de deux de El ángel, con música (tenía que ser) de Gustav Malher, el mexicano Braulio Álvarez, colaborador del célebre coreógrafo del ballet de Hamburgo, con Xue Lin, transportó a la más alta inspiración del amor de pareja, rescatando al bailarín de su irremediable papel de tercera pierna de la bailarina en los pas de deux tradicionales, con mirada transparente, para convertirse en un verdadero ser emocionado, pletórico de amor en correspondencia y total fusión con su pareja, en evoluciones aéreas de etérea sutileza y continuidad interminable. Braulio Álvarez nos hizo realmente creer en ese paso de dos, por los dos y para los dos, en el que el brote amoroso de inmensa ternura se tradujo en secuencias perfectas, sin precedente, verdaderas, dignas del close up más cerrado imaginable.

En contraste, muy a tono, la fuerza de los grand-jettés y quién sabe cuántas piruetas del cubano Yosvani Ramos y de todos los demás participantes de esta función, incluyendo el señorío de Blanca Ríos, de la Compañía Nacional de Danza, del Instituto Nacional de Bellas Artes; Fernando Mora y la bellísima Lena Gruber, Humberto Montero y Shanon Glover, Javier Peña y Patricia Velázquez, con resbalón y todo, reponiéndose de inmediato, como los bravos, nos regalaron alegría y satisfacción, para agradecer sus esfuerzos para verlos bailar bien. Entregas invisibles, pero que alimentan el espíritu y alegran el corazón, con el sabor del éxito.

El milagro del arte, de la cultura y la pasión de toda esta gente maravillosa, es inapreciable, sobre todo para la gente nueva que debe saber el valor del sacrificio y la entrega, la búsqueda y el descubrimiento, la libertad de criterios y convicción del creador.

Y qué decir de los aplausos. Fueron ovaciones en el Palacio de Bellas Artes, y en el exterior la gente, feliz, se agolpaba y comentaba con gran sonrisa el espectáculo, a pesar de la tupida lluvia. Bravo por todos ellos.