Opinión
Ver día anteriorDomingo 12 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Mar de Historias

Medalla de oro

A

Fermín le incomoda que lo guíe por los pasillos del asilo una enfermera nueva. Según le explicó Berta, Enriqueta ocupa desde mayo el cargo de Lidia. La secretaria se lo dijo en un tono casual, pero él pensó que entrañaba un reproche y se dispuso a justificar su larga ausencia: Siento no haber podido venir. Rematar el negocio, mejor dicho malbaratarlo, fue más complicado de lo que me imaginé. Esperaba que Berta le preguntara el motivo de la bancarrota, pero ella se limitó a levantar las cejas y a mirarlo con un gesto de incredulidad que lo irritó.

Impaciente, Fermín le preguntó si ya podía ir al departamento de su hermano Octavio. Berta se volvió hacia Enriqueta: Acompáñalo. Él trató de evitarlo: conocía el camino. Por primera vez escuchó la voz almibarada y aguda de Enriqueta: Es que el pacientito ya no está en el módulo A-5. Pidió su cambio a otro más retirado del jardín y menos húmedo. ¿Vamos?

Mientras camina en silencio por el sendero conocido, Fermín sigue rumiando el término con que la nueva enfermera se refirió a su hermano Octavio. No es posible que una muchacha aún víctima del acné llame pacientito a un hombre de 75 años como si fuera un niño. Busca una forma elegante de decírselo, pero Enriqueta toma la palabra por segunda vez:

–No sabía que don Octavio tuviera un hermanito, pero me da mucho gusto que así sea y sobre todo que usted haya venido a visitarlo. En el poco tiempo que llevo trabajando aquí me he dado cuenta de que muchos de nuestros abuelitos jamás reciben visitas. Eso les afecta en lo anímico y en lo físico.

Fermín siente alivio al conocer la adicción de Enriqueta por los diminutivos. El descubrimiento cambia su animadversión inicial y lo vuelve comunicativo.

–Durante las semanas en que no pude venir le hablé a Octavio una o dos veces por semana. Cada vez que le pregunté por su salud me dijo que había mejorado muchísimo porque ya no tiene mareos ni disnea, pero de todos modos estoy preocupado.

–Su hermanito le dijo la verdad: está mucho mejor que hace dos meses.

–Entonces, ¿por qué me llamó para que viniera a verlo? Nunca lo había hecho.

–No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que don Octavio goza de una salud envidiable para su edad. Esperemos que siga tan bien como hasta ahora.

–¿Por qué lo dice?

–Una mudanza es pesada, y más para una personita entrada en años. Su hermano Octavio lo sabe, pero no ha querido que lo ayudemos. La otra mañana me ofrecí a acomodarle su ropita y se molestó –Enriqueta sonríe, como disculpándose por lo que va a decir–; lo comprendo. Todavía no me conoce bien y a lo mejor pensó que yo quería robarle alguna de sus cositas.

–No. Rechazó su ayuda para ocultar que la necesita. Jamás quiso sentirse débil y mucho menos derrotado. Así fue siempre, desde chico. Perder un partido de beisbol, sacar malas calificaciones y hasta enfermarse lo hacían sufrir muchísimo. ¿Falta para que lleguemos?

–No. El módulo de su hermano es el E-9. ¿Ya lo vio?

–E-9, E-9 –repite Octavio llevándose la mano a la frente.

–Está bien que diga varias veces para que no se le olvide. La próxima vez que visite a su pacientito no tendrá que pedir que alguien lo traiga. Otra cosita: va a encontrar el cuarto de su hermano todo revuelto, lleno de cajas y papeles. Si no halla un sitio en donde sentarse acuérdese de que pueden irse a la sala de música –Enriqueta empuja la puerta entornada del módulo E-9–: don Octavio, ya llegó la personita a la que estaba esperando. ¿No le da gusto?

II

–Como que el otro módulo era más grande, ¿no? –Fermín termina de recorrer las dos habitaciones y se asoma al baño–: cuidado con el piso de mosaico: es peligroso. El otro día leí en una revista un artículo…

–También yo lo leí. Decía que el baño es el sitio más riesgoso de la casa, en especial para los niños y los viejos.

–Los viejitos, como diría Enriqueta –comenta Fermín sonriendo–. ¿Por qué se fue Lidia?

–Por una desgracia: en una balacera le mataron a un hijo. Tuvo que irse a Veracruz para hacerse cargo de la nuera y los nietos. No me lo aclaró, pero sé que nunca volverá. Sin ella aquí me siento algo solo. Pienso que por eso decidí cambiarme a este módulo: E-9. La letra y el número ¿no te dicen nada?

–Hace un momento, cuando Enriqueta me los dijo, me resultaron familiares.

–Pues claro, Fermín: era el número de nuestro salón en la Alianza Francesa.

–Me estás hablando de mil novecientos…

–El año que haya sido, ¡es prehistoria!

–Sidralí… –murmura Fermín como en sueños– A la salida de las clases a veces invitábamos a comer una medianoche a una compañerita: Perla. Esa niña me encantaba.

–A mi también, lástima que te haya preferido. El día en que corrimos en el Plan Sexenal fue a vernos, ¿te acuerdas? Se volvió loca, lloró de alegría y fue a besarte cuando te entregaron la medalla del primer lugar.

–Ah, sí, la medalla. La única que gané en toda mi vida. Me hubiera gustado conservarla, pero al poco tiempo de que me la dieron la perdí.

–No. Me la robé. Te llamé porque quiero devolvértela y pedirte que me perdones –Octavio se dirige al buró, abre el cajón y saca un estuche de terciopelo azul–: aquí está. ¡Tómala!

–Después de tantos años… –Fermín acaricia el estuche hasta que al fin lo abre–: recordaba más grande la medalla. ¿Por qué la tomaste?

–No sé, a lo mejor por el gesto de Perla hacia ti el día de la premiación o simplemente porque no pude soportar que otro la hubiera ganado. Siempre fui mal perdedor.

–¿Por qué me la devuelves ahora?

–Lidia se fue. Ya no tiene caso que la conserve.

–¿Qué relación hay entre ella y lo que me estás diciendo?

–En los momentos en que Lidia, como mi enfermera, era testigo de mis debilidades físicas –me refiero a todas– me ponía a platicarle mi gran hazaña deportiva en el Plan Sexenal. Para comprobárselo le enseñaba la medalla. Por su forma de acariciarla y de mirarme, Lidia me hacía sentir como si hubiera sido un triunfador.