a idea de proponer una vinculación entre el quehacer pictórico del artista fallecido en julio de 1987, poco antes de cumplir 54 años, en relación con su trabajo arquitectónico a través principalmente de sus collages, corresponde al curador del museo, Daniel Garza Usabiaga, una de cuyas pasiones principales es la arquitectura.
De tiempo atrás, algunas personas nos habíamos percatado del carácter constructivo
que guardan las obras del prolífico artista, cuya producción inicial, cuando todavía estudiaba arquitectura en la Universidad Nacional Autónoma de México, correspondió a una figuración algo convencional que fue inmediatamente sustituida por una serie de homenajes a sus pintores cubistas favoritos, señaladamente a Juan Gris, aunque también hay composiciones suyas de época temprana que son retomas de Paul Klee en su aspecto mayormente abstracto.
Probablemente fue Kurt Schuitters, el artista a quien parece haber venerado con fruición a partir de su primera estancia en Europa, misma que marca su abandono de la carrera y profesión de arquitecto, aunque la vinculación con su colega y amigo Alain Lipkes se mantuvo y entre ambos rubrican la serie de proyectos arquitectónicos, muy bien preservados, que se exhiben. Son principalmente alzados.
¿Hasta qué punto se relacionan en su producción plástica la arquitectura y lo que podría denominarse su impulso emotivo? Esta es la respuesta que procura la exposición vigente, la tercera que acoge la obra de este artista de la denominada Ruptura en el recinto de Chapultepec, antecedidas todas por la retrospectiva que se le brindó en Bellas Artes en 1973, prologada por Ramón Xirau.
Algunos conocíamos el proyecto de una nueva exposición suya desde principios de este año y lo que congratula en ella es la presencia de los collages, pues no pocos son tan cuidadosos y pensados que pueden despertar hondos deseos de posesión, los hay que son auténticas joyas en este medio, que tiempo ha fue objeto de una muestra en la desaparecida Galería Ponce, que por cierto me tocó prologar. Fue entonces que pude percatarme del intenso carácter tectónico que guardan sus composiciones, los collages predominantemente, pero también sus pinturas-pinturas. Una especie de contradicción
, como observó Jorge Alberto Manrique: sencillez en las estructuras básicas y a la vez vibración.
Rita Eder, condensando ese mismo sentir, tituló de geometría expresionista
uno de sus ensayos sobre este artista destacando la condición especial de su vocabulario constructivo, que combina aún en los muy estructurados collages el ordenamiento geométrico con el trazo gestual, a veces tachándolo
mediante una cruz en diagonal.
Más allá de sus estructuraciones formales se percibe en la mayoría de ellos un cierto afán de conceptualizar que se enfatiza, debido a la casi total eliminación de títulos que pudieran actuar como disparaderos de los contenidos. Cuando hay títulos éstos se refieren a lo que está dentro de los límites de la pieza, como sucede en Rayas ocre sobre fondo negro.
El fondo negro pasaría inadvertido a no ser porque tanto el extremo inferior de la composición, como el superior consistente en una banda negra invisible en el grueso del cuadro, que visto de canto tiene varios planos en diagonal o escindidos, pues aunque el respeto planimétrico de la composición vista de frente es un continuo en su trayectoria, las líneas de fuga, entramados, cuadrantes, suajes y hasta cierta apariencia de pilstras o de ejes a modo de mástiles suelen regir los ordenamientos.
Casi no hubo crítico de arte, comentarista o escritor que se abstuviera de escribir sobre sus exposiciones. Además de los que ya he mencionado, lo hicieron los de generaciones un poco anteriores, como Jorge Juan Crespo de la Serna, Juan Acha, Raquel Tibol, su hermano Juan antes que nadie, Salvador Elizondo, quien amalgamó en uno de sus escritos al filósofo Empédocles (según se ha dicho, se arrojó al cráter del Etna) y el místico poeta y grabador visionario William Blake, a quien se le apareció Dios tras una ventana.
Esta exposición cuenta ya al menos con dos textos inéditos. Fragmentos del escrito por Daniel Garza Usabiaga están dispuestos en las amplias cédulas de la sala, hay otro, que he podido leer y calibrar y que me parece además de sentido, certero. Fue escrito por el hijo de Fernando, el investigador Esteban García Brosseau, a quien me permito afectuosamente dedicar este texto que tiene por objetivo principal fomentar la observación de esta muestra que cabe perfectamente dentro de lo que en determinado momento entendimos por modernidad
en el decurso del arte de México sin que por ello existan acentos nacionalistas de ninguna índole, aunque sí implícitos homenajes a los artistas que le fueron cercanos en cuanto a las vicisitudes que se generaron a lo largo de las dos y media décadas que abarcó el grueso de su producción.