cabo de regresar de China. Obviamente sabía que hay muchísimos millones de chinos, pero al llegar a Beijing me sucedió lo que al personaje de un famoso verso que a la letra dice: Asombraba a un portugués,/ ver que en su tierna infancia/ todos los niños de Francia/ supiesen hablar francés
. Sí, una verdad definitiva sería que en China hay muchísimos chinos. Li Jian es una hermosa ciudad de cerca de 750 mil habitantes, sus calles peatonales literalmente abarrotadas de nacionales que viajan desde diversas regiones del país para visitar este idílico y aún pacífico lugar: otra verdad incontrovertible es que el turismo interno es enorme; nuestra guía Holly, que habla un perfecto inglés sin haber salido nunca de su país, nos dijo que a veces llega un millón de personas anualmente.
Y cuando pasé por París, a fin de mitigar el jet lag, volví a encontrarme con multitudes de chinos en la torre Eiffel, Nôtre Dame, el Louvre y otros sitios. Y con mis nietos en Versailles fue casi imposible caminar y menos admirar los espectaculares recintos por la gran afluencia de turistas de esa nacionalidad. He oído decir asimismo que los grandes almacenes –Au printemps, Lafayette por ejemplo– suelen cerrar sus puertas al público en general para que los turistas chinos puedan ser atendidos a sus anchas, dato que me provoca asombro: en los mercados de imitaciones de las grandes ciudades chinas se puede conseguir copias casi perfectas de todo tipo de mercancías de grandes marcas. Pero como decía una amiga mía colombiana cuando yo era joven, siempre es más atractivo comprar en el extranjero (y viste más y mejor a los ojos de los demás). En todas las ciudades hay varias zonas elegantes con enormes tiendas donde se exhiben los más finos relojes y se ofrecen las últimas novedades de los más acreditados diseñadores.
Otra verdad incontestable: antes viajaban los japoneses por el mundo, ahora viajan los chinos: se dice que 35 por ciento de la población de ese país tiene hoy posibilidades de viajar. Lo subrayo, aunque sea un dato muy mencionado: China ha dejado de ser un país rural o por lo menos eso parece cuando se lo recorre a ojo de pájaro.
Otra verdad superficial sería que las chinas son más guapas que los chinos y que para protegerse del sol llevan invariablemente un sombrero de anchas alas y una sombrilla de maravillosa factura con encajes y bordados: mientras más blanca su piel más atractivas son, en un país donde por razones históricas hay muchos más hombres que mujeres; comprobé también que ellas usan atuendos muy modernos y desenvueltos, la mayoría de las chicas lleva minifalda, shorts o vestidos de gasa, que aunque largos dejan ver sus piernas: sí, a pesar de que por doquier se vean MacDonald’s, Kentucky’s Fried Chicken, Subways y Coca-Colas sus cuerpos siguen manteniéndose esbeltos. Otro dato superficial: una gran cantidad de gente usa anteojos y las muchachas aman los holanes y los cuellos de colegiala. Es incontrovertible que el país progresa a pasos agigantados, si por progreso se entiende la construcción masiva de rascacielos de diseños muy atrevidos y originales, de un muy moderno sistema de transportes, de magníficos aeropuertos, cada vez más numerosas líneas de Metro y sofisticados ferrocarriles de alta velocidad y un sistema mixto entre ultraliberal y socialista ¿Seguirán siéndolo?, ¿socialistas?
Como se sabe, las ciudades están muy contaminadas, para paliarlo cuentan con numerosos e inmensos parques con estanques repletos de flores de loto de gran belleza. Los jubilados se reúnen allí para jugar mah jong (una especie de ajedrez chino), tocar instrumentos muy elaborados y diversos, practicar artes marciales, pasear jaulitas de grillos, conversar o practicar el tai chi. En Kun Ming vimos bailar en un amplio espacio arbolado a un grupo de personas, sobre todo del sexo femenino, ataviadas con vistosos pantalones de colores brillantes; cerca, una mujer cantaba ópera: un espectáculo maravilloso y cotidiano.