n el libro escrito por Julio Scherer y publicado hace un par de años, el gran periodista fundador de la revista Proceso muestra una imagen muy completa de las conductas personales asumidas por Felipe Calderón antes de ser presidente y durante su mandato, a partir de las narraciones de algunas personas que en su momento tuvieron cercanía con él; al leer el libro, mi primera impresión fue muy negativa, pensando que don Julio había escrito sobre cuestiones intrascendentes, como eran los berrinches y las pequeñas intrigas palaciegas a las que el personaje parecía dedicar buena parte de su tiempo; el libro me pareció que no tenía esencia, pero me equivoqué rotundamente por una cosa, porque se trataba del Presidente de la República, y el mensaje del escritor era precisamente eso, un llamado a la sociedad mexicana para hacernos ver que se trataba de un hombre sin esencia y, peor aún, que se trataba también de un hombre sin valores ni lealtades, un hombre corto de miras, pequeño y peligroso, a más no poder.
Las declaraciones públicas del director de Multivisión esta semana corroboran en buena medida las dimensiones del actual Presidente, ya descritas por Scherer, su grado de irresponsabilidad ante los intereses de la nación y la ausencia de principios éticos para normar su comportamiento y con ello, el comportamiento del gobierno que él preside, o por lo menos de su círculo cercano de colaboradores, a quienes las leyes y las responsabilidades que tienen asignadas, les tienen sin cuidado.
Fue a la luz del libro De cuerpo entero que pude darme una idea clara de lo que sucedía en la campaña electoral de doña Josefina Vázquez Mota, con sus pifias de organización y sus planteamientos a veces amorfos, y en otros con acusaciones sin fundamento y de muy mala fe hacia sus adversarios. La señora no era sino un instrumento dócil al servicio del mandatario, a quien nada le importaba el ridículo que la señora hiciese. Muchos de sus actos de campaña me recordaron a la película musical llamada Chicago estelarizada por Renée Zellweger.
La debacle en el PAN no se hizo esperar, el resultado es un partido sin rumbo, que ha perdido todo lo que valía y que luego de dos sexenios en el gobierno deja al país en medio de la más grave crisis social de su historia moderna, mientras el señor Presidente parece más contento y seguro que nunca en las fotos recientes, como alguien que se siente autorrealizado en el logro de sus metas.
Entender el escenario que dejaron las elecciones presidenciales, con todas sus sospechas e irregularidades, por decir lo menos, resulta imposible sin analizar los intereses y deseos de Felipe Calderón, para quien su seguridad, bienestar y futuro están por encima de todo lo demás. A partir de esta idea y de la certeza del gran poder que acumula el presidente, gracias a la información privilegiada a la que tiene acceso y al uso que le puede dar para beneficiar a algunos y lastimar a otros, él seguramente ha pensado en la necesidad urgente de asegurarse o en términos más modernos blindarse
con un bonito escudo de impunidad, de manera que nadie en el futuro lo pueda llamar a cuentas en torno a sus acciones y omisiones como Presidente de la República.
Para ello, el camino que ha escogido parece ser el de dar su apoyo a quien él sabe o cree saber, que tiene las mayores posibilidades de sucederlo, para negociar su impunidad, a cambio de dejar el camino libre de obstáculos para éste. Es el mismo caso de Fox, que lo antecedió y que hizo todo para asegurarle el poder, incluso ordenando un fraude de Estado en las elecciones de 2006, casi la misma película, o por lo menos el mismo guión.
¿Cómo explicar si no, el desvío gigantesco de fondos del presupuesto del estado de México a particulares, para que estos financiaran la campaña política del PRI, con recursos que debieron servir para atender las necesidades específicas de su población y todo ello sin que el gobierno federal se diera por enterado, más allá de detener un avioncito con unos cuantos billetes? ¿Cómo explicar los enormes desfalcos cometidos en oficinas de los gobiernos estatales en varias entidades, con claros indicios de su aplicación a la compra de votos entre las poblaciones con menores recursos? ¿Cómo entender la actitud de los consejeros del IFE que hablan de las elecciones más limpias de la historia
y pretenden ignorar el abuso cometido por el PRI en el uso de recursos mediáticos antes y durante las campañas? ¿Cómo escudarse ante sus supuestas limitaciones legales para impedir abusos en los gastos de campaña? ¿Y entonces para qué existen los límites de gastos de campaña?
En todo esto hay un gran responsable, en la permisividad del gobierno federal, que a raíz de la información pública sólo puede explicarse con un pacto con el señor Peña Nieto, que le asegure su plácido retiro, sin temer un llamado a rendir cuentas o a enfrentarse a la justicia al terminar su mandato. Por otra parte, Felipe Calderón sabe o piensa
que debe impedir a toda costa una posible decisión de invalidez del proceso electoral por parte del Tribunal Electoral, porque ello implicaría el nombramiento de un presidente interino, que convocaría nuevamente a elecciones, con lo que él mismo quedaría marginado, sin capacidad ya para negociar su futuro con un nuevo candidato.
Dadas las limitaciones y características hoy conocidas del Presidente, resulta difícil pensar que los magistrados del Tribunal Electoral puedan y quieran declarar la nulidad o invalidez de la elección; es por ello que la exigencia de López Obrador hacia el Presidente constituye un paso de la mayor importancia, al obligarlo a definirse como encubridor de delitos graves contra la nación o entregar la información que posee o puede tener en sus manos con sólo pedirla. En este sentido la estrategia de López Obrador parece ser muy acertada.
Existe un dicho popular que dice es mejor hablar con el dueño del circo, que con los payasos
y aquí, todo parece indicar que más que una elección, lo que hemos tenido es una función de circo, en la que los funcionarios del IFE y algunos miembros del tribunal, parecen tener encomendado ese papel.