llas, primer largometraje de ficción de la documentalista polaca Malgoska Szumowska, cuenta, como atractivo central, con la presencia de Juliette Binoche, una actriz capaz de los registros más contrastados, desde la formidable contención que muestra en Copia fiel, del iraní Abbas Kiarostami, hasta el dramatismo exacerbado en Disengagement, del israelí Amos Gitai.
En esta ocasión interpreta a una periodista que acepta un trabajo de investigación para la revista Elle sobre el fenómeno de la prostitución femenina entre estudiantes de bajos recursos en Francia. Una prostitución que difiere sustancialmente del trabajo sexual convencional por tratarse, no de una profesión fija ligada a la estricta supervivencia económica e identificada con un estilo de vida muy específico, sino de una ocupación pasajera que las jóvenes pueden abandonar una vez resuelto el problema de solventar sus estudios.
Planteado el tema de este modo, y atendiendo a la formación de la directora, la cinta bien podría haber sido un documental y su propósito habría llegado posiblemente a muy buen término. La elección de una narrativa distinta plantea el reto de ofrecer un punto de vista sólido. La periodista Anne (Juliette Binoche) vence los primeros obstáculos al abordar a sus entrevistadas, se involucra de lleno en sus vidas cotidianas, atiende a sus confidencias y relatos, y en el proceso se cuestiona las bases de su aparente equilibrio doméstico a lado de un esposo bastante gris y dos hijos que la ignoran por completo.
El planteamiento es interesante. Mientras las jóvenes prostitutas ocasionales parecen sortear con desenfado y madurez emocional las pruebas más pe-nosas del oficio (las fantasías caprichosas y la prepotencia y sadismo de sus clientes), Anne naufraga en el desasosiego y la insatisfacción moral. La posible crónica del trabajo sexual parisino se desdibuja paulatinamente (jamás veremos a las jóvenes en un salón de clases o sabremos algo sustancial de sus vidas afectivas), para dar paso al retrato desencantado, casi patético, de una esposa insatisfecha.
La realizadora deja de lado toda sutileza en su exposición gráfica de las faenas sexuales de las jóvenes prostitutas, quienes se aplican de manera metódicamente fría a sobrellevar las humillaciones de que son objeto. Quien sufre en lugar suyo es la periodista entregada a una absurda autoinmolación espiritual en aras, ya no del profesionalismo laboral, sino de poder alcanzar por esta vía una difícil reconciliación con sus deberes conyugales y maternos.
Es lamentable que el giro interesante de esta historia, suerte de identificación histérica de la periodista con sus jóvenes entrevistadas, se quede a medio ca-mino de lo que pudo ser una exploración más inteligente y profunda. Se exhiben con frialdad clínica las perversiones de los clientes, pero la acumulación de escenas fuertes ostenta el mismo grado de explotación sexual que pareciera quererse denunciar. Esta facilidad deriva en una exposición rutinaria, a ratos gratuita. Las jóvenes son interpretadas de modo convincente, y en el caso de la estudiante Charlotte/Lola (Anaïs Demoustier) con un aplomo sorprendente, pero sus personajes son esquemáticos y sus perfiles apenas esbozados.
El fenómeno de la prostitución voluntaria y goce asumido, que ha dado lugar a debates muy controvertidos, no se vislumbra tampoco en esta cinta; en su lugar, asistimos a la mecánica despersonalizada de jóvenes muy bellas que sólo aspiran a huir de sus condiciones desfavorecidas (una como inmigrante polaca, la otra como estudiante pobre) para acceder a pequeños lujos en la sociedad de consumo. La prostitución es aquí el equivalente de una ruda faena escolar para un examen y una calificación incierta. Y esta despersonalización y esta estrechez de miras la comparten las jóvenes entrevistadas con el hijo mayor de la periodista, un adolescente arrogante aturdido por la música y las drogas, y un hijo menor enfrascado en la rutina compulsiva de sus videojuegos.
Si lo que la cineasta quiso mostrar es el grado de banalidad y abulia que aqueja a una sociedad moderna, lo ha logrado muy bien, pero a expensas de su propia narración que no logra tomar distancias suficientes con esta tonalidad impersonal y gris. Brillan muy ocasionalmente los personajes femeninos en el relato invertebrado, mientras cada uno de los hombres se empeña en hacer gala de mediocridad y, en el caso de algunos clientes, de una enorme mezquindad moral.
A lo que más se arriesga la cineasta es a una suerte de alucinación de la periodista en una cena con los amigos de su esposo, donde estos se ven remplazados por los clientes de sus entrevistadas. El procedimiento, de una obviedad lamentable, da la medida de las limitaciones expresivas de una película bien intencionada, pero sin mayores virtudes ni sorpresas.